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Obama, los vientos y las tempestades

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Quien siembra vientos recoge tempestades, dice el refrán español. Y el caso del anterior presidente de los Estados Unidos es una buena muestra de ello. Obama y su mujer fueron o se convirtieron, estimulados por la ideología progre, en dos pedantes encantados de conocerse. “Encantados” es magnífico para la pareja, pero en lo que se refiere a la garantía, ha sembrado vientos en Estados Unidos que han dado lugar a tormentas.

Obama fue un desastre completo en política internacional, el menos europeo de todos los presidentes hasta que llegó Trump. Obama calificó a Rusia de “fuerza regional”, y el resultado final de sus misiones ha sido el dominio en Rusia como nunca alcanzará la URSS del Oriente Medio. Obama fue incapaz de hacer nada con la guerra de Siria más allá de desdecirse de sus propias palabras y permitir que continuara una masacre terrible. También mostró su capacidad para contactar con el peligroso líder norcoreano.

Obtuvo el Premio nobel de la paz de una manera vergonzosa (tanto que él ni tan siquiera lo exhibe) cuando tenía dos guerras simultáneas en marcha. Introdujo a gran escala el asesinato de dirigentes por control remoto mediante drones.

Su abordaje de la gran crisis económica se decidió en Wall Street, porque de allí procedían sus asesores.

Predicó la unidad del país en hermosos discursos y fue terriblemente divisorio en su ideología progre, incluida la regulación de los lavabos en la Casa Blanca.

A pesar de sus buenas palabras, ha sido el presidente que más emigrados ha expulsado.

Su visión elitista de la política y su incapacidad para comprender la situación de los trabajadores preparó la cosecha de Trump. Sin Obama, Trump no hubiera pasado la barrera del voto y de la anécdota, y es que progresismo y supremacismo tienen casi siempre reacciones opuestas, y esto si no lo remediamos puede suceder en España, porque ahora en España se ha formado un gobierno que, al margen de las cualidades personales de sus ministros, ha empezado pecando desde el supremacismo moral y el menosprecio demagógico hacia quienes no piensan como ellos en cuestiones decisivas como la educación moral y religiosa de los hijos, o el derecho de los padres al ejercicio de estas.

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