La muerte de Alasdair MacIntyre representa la desaparición de una de las mentes filosóficas más cruciales para entender las crisis culturales y morales de nuestro tiempo. No es una afirmación gratuita.
Ya en 1981, con su obra seminal Tras la virtud, MacIntyre anticipaba muchos de los diagnósticos que hoy resuenan con urgencia: la fragmentación de la razón práctica, la pérdida de una base común para el juicio moral, y la erosión de las formas de vida comunitarias en un mundo guiado por la lógica instrumental de la modernidad. Su inspiración en Aristóteles y Santo Tomás, pilares de una tradición moral antigua, lo convierte en un pensador indispensable para quienes buscan reconstruir un sentido ético sólido en la vida contemporánea.
La coincidencia temporal de su fallecimiento, el 21 de mayo, con el inicio del pontificado de León XIV y la creciente revalorización de san Agustín, otorga una resonancia simbólica a este momento. No solo es una ocasión para rendir homenaje a un filósofo fundamental, sino también para poner en diálogo su pensamiento con otras voces contemporáneas que, desde diferentes campos, han emprendido una crítica convergente a la modernidad.
En particular, resulta pertinente evocar la figura de John Milbank, teólogo inglés y fundador de la llamada Ortodoxia Radical, cuyo pensamiento, aunque menos conocido en el mundo hispano, ha abierto perspectivas profundamente renovadoras en el campo teológico del siglo XXI.
Ortodoxia Radical
La Ortodoxia Radical surge como un movimiento teológico y filosófico que busca restituir a la teología cristiana su centralidad en la interpretación de la realidad, especialmente frente a las reducciones racionalistas y nihilistas de la modernidad secular.
Fundada por Milbank, y desarrollada por autores como Catherine Pickstock y Graham Ward, esta corriente no se contenta con criticar desde fuera, sino que toma en serio las herramientas conceptuales de la posmodernidad para reorientarlas hacia una teología narrativa que recupere la densidad simbólica y existencial de la fe cristiana.
En sus primeros escritos, Milbank describió este enfoque como un “agustinismo crítico posmoderno”, una etiqueta que pone en diálogo a San Agustín con autores contemporáneos como Henri de Lubac, pero también con la crítica radical de Duns Escoto y su noción de univocidad del ser, que él ve como precursora del pensamiento moderno.
En este marco, la teología se presenta como la “reina de las ciencias”, no en sentido triunfalista, sino como fundamento desde el cual todo conocimiento se ordena a la verdad última: Dios.
La Ortodoxia Radical sostiene que el mundo creado participa del ser divino y lo refleja, permitiendo vislumbrar lo eterno a través de lo finito. En esta visión, cultura, lenguaje, historia, comunidad y tecnología no son meros productos humanos, ni obstáculos epistemológicos, sino mediaciones de la verdad divina. Todo en la existencia, incluso lo cotidiano y material, puede ser sacralizado, especialmente a través del culto que entrelaza lo visible con lo invisible.
Esta perspectiva lleva a una crítica profunda de la modernidad, en especial del racionalismo ilustrado que erige al sujeto autónomo como árbitro último de la verdad. Para Milbank, este paradigma ha generado una visión escindida del ser, una antropología individualista y una política de la dominación. Frente a ello, reivindica una ontología participativa en la que la razón es iluminada por la fe, y el cuerpo, la sexualidad y lo sensorial son reconocidos en su valor espiritual, siempre orientados mediante una ascética que no reprime sino que encamina al sentido trascendente.
La vida humana, bajo esta propuesta, adquiere sentido dentro de una narrativa teológica coherente. No es una construcción subjetiva o una contingencia biográfica, sino participación en una historia sagrada en la que la Iglesia se presenta como modelo de comunidad reconciliada. El individualismo moderno, con su énfasis en la autonomía y la autorrealización como fines últimos, es desafiado por una antropología relacional: la persona es, ante todo, un ser en comunión, definido por su relación con Dios y con los otros.
Milbank defiende lo que llama una “socialidad de diferencias armónicas”, inspirada en san Agustín, frente a modelos como el de Hobbes, que conciben la sociedad como una suma de conflictos regulados por la fuerza o el contrato.
Esta visión repercute también en su concepción del florecimiento humano. Este no se alcanza por la autosuficiencia, sino mediante la cooperación con el orden divino. Participar del culto, cultivar virtudes, valorar lo estético y lo corporal en su dimensión espiritual son prácticas centrales.
La salvación no es meramente personal ni espiritualista: tiene un alcance cósmico que libera a la naturaleza y a la comunidad de sus cadenas. La política, en esta clave, se basa en el bien común y en la virtud, rechaza tanto la violencia como la lógica del mercado, y propone un modelo alternativo al capitalismo y al secularismo global. Milbank ha defendido incluso una forma de “socialismo azul”, una variante comunitarista que integra virtudes teológicas, con afinidades al “Red Tory” británico.
¿Por qué establecer una relación entre Milbank y MacIntyre?
Porque, a pesar de las diferencias metodológicas —la teología narrativa y posmoderna en el primero, la filosofía moral aristotélico-tomista en el segundo—, ambos comparten una crítica convergente y estructural al proyecto moderno. Ambos autores rechazan la secularización como ruptura con las tradiciones y narrativas que dan sentido a la existencia. Ambos se oponen al universalismo abstracto de la Ilustración, reivindicando que el conocimiento y la moral deben estar arraigados en contextos concretos: en la tradición cristiana para Milbank, en las tradiciones históricas en general para MacIntyre.
Ambos también destacan el papel de la comunidad como lugar esencial para el desarrollo moral. Para Milbank, es la Iglesia el espacio donde la caridad se encarna; para MacIntyre, son las comunidades locales quienes mantienen vivas las virtudes. Su crítica al capitalismo, a la burocracia moderna y a la lógica instrumental es igualmente compartida: el sistema económico actual reduce al ser humano a una función, destruyendo los vínculos necesarios para la virtud.
En definitiva, tanto Milbank como MacIntyre apuntan a un mismo diagnóstico: la modernidad es un proyecto roto. Frente a su promesa de autonomía y progreso, ambos proponen un retorno a las fuentes, a las tradiciones premodernas que ofrecían sentido, cohesión y virtud.
La teología narrativa y la filosofía moral se dan la mano en este esfuerzo por reconstruir lo humano desde lo trascendente.
La coincidencia temporal de su fallecimiento, el 21 de mayo, con el inicio del pontificado de León XIV y la creciente revalorización de san Agustín, otorga una resonancia simbólica a este momento Compartir en X