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Protestas en Kenia: la Iglesia apoya al pueblo frente a la represión

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La Iglesia en Kenia: Voz profética junto a los jóvenes contra la corrupción

En un contexto de creciente violencia y desesperación social, la Iglesia católica en Kenia ha dado un paso valiente, alineándose con los jóvenes manifestantes que desafían abiertamente la corrupción y el autoritarismo del actual gobierno.

Kenia atraviesa una profunda crisis económica y social, cuya raíz es un sistema político marcado por décadas de malversación, promesas rotas y una corrupción estructural que ha alcanzado todos los niveles del Estado.

Crisis en Kenia

A pesar de haber sido durante años ejemplo de estabilidad democrática en África Oriental, el país se enfrenta hoy a una de sus peores épocas, con una ciudadanía empobrecida, una inflación desbordada y servicios públicos al borde del colapso.

En este escenario desolador, la llamada Generación Z ha tomado la iniciativa.

Jóvenes valientes han salido a las calles para exigir justicia social, protestando contra nuevas medidas fiscales que agravan aún más la situación de los más pobres.

La respuesta del gobierno ha sido brutal: represión con armas de fuego, asesinatos a sangre fría y un alarmante aumento de desapariciones forzadas.

Solo el pasado 25 de junio, en la conmemoración de la masacre ocurrida un año antes, al menos 16 manifestantes fueron asesinados por la policía.

El papel de la Iglesia

Frente a esta espiral de violencia institucional, la Iglesia católica ha optado por no callar. Con palabras firmes y acciones concretas, los obispos han condenado la represión y han recordado que “la vida humana no puede ser devaluada ni tratada con desprecio”.

En un comunicado emitido por la Conferencia Episcopal de Kenia, se hizo un llamado a las fuerzas de seguridad a cumplir su verdadero deber: proteger, no oprimir. El documento también deplora las desapariciones, asesinatos extrajudiciales y el uso de la intimidación como herramienta política.

Monseñor Cleophas Osese, obispo de Nakuru, es uno de los rostros más visibles de esta resistencia ética. En una homilía celebrada en marzo, propuso que las iglesias rechazaran las donaciones millonarias ofrecidas por políticos, cuestionando su origen y la intención detrás de ellas. “No podemos ser beneficiarios de dinero manchado mientras nuestros hospitales no tienen medicinas, nuestras escuelas no tienen libros y nuestros maestros no reciben salario”, afirmó.

Esta posición ha sido aplaudida como un acto de coherencia evangélica y testimonio auténtico del Evangelio.

El gobierno, sin embargo, ha reaccionado con hostilidad. El ministro del Interior, Kipchumba Murkomen, ha acusado a la Iglesia católica –junto con la anglicana– de “apoyar a criminales” y ha reprochado que los líderes religiosos no defiendan también a los policías heridos.

Esta retórica polarizante solo ha profundizado la grieta entre las instituciones del Estado y la conciencia moral representada por la Iglesia.

Como gesto simbólico, el presidente William Ruto anunció la construcción de una mega iglesia dentro de la residencia presidencial en Nairobi, con capacidad para 8.000 personas y un costo de 9 millones de dólares, que, según dijo, serán pagados “de su propio bolsillo”.

Una maniobra que ha sido percibida como un intento de congraciarse con los sectores religiosos, sin resolver el verdadero problema de fondo: la corrupción estructural y el sufrimiento del pueblo.

A pesar de la represión, las manifestaciones no han cesado. El 7 de julio, fecha emblemática que recuerda la revuelta popular de 1990 contra el régimen de partido único, miles de personas salieron nuevamente a las calles. La represión dejó al menos 11 muertos más y decenas de heridos.

Se sospecha que el gobierno infiltró provocadores para justificar una respuesta violenta. El presidente Ruto incluso llegó a hablar de un intento de golpe de Estado, distorsionando el clamor legítimo del pueblo por dignidad y justicia.

Para el mundo católico, el testimonio de la Iglesia keniana nos interpela a todos.

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