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Recensión del libro «El Problema del Amor», de Fernando López Luengos

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Déjenme un poco de su tiempo para hablarles de El problema del amor, reciente libro de Fernando López Luengos publicado por Ediciones Encuentro. Ya en los primeros párrafos del libro que nos ocupa, mi mente se trasladó, por el tema, al de Erich Fromm de nombre tan similar, “El arte de amar”. Arte o problema, amar no es pura intuición. Exige reflexión. Problema este del amor que quizás no acabe en solución; es más, paradójicamente, empieza con la di-solución, re- solución y hasta des-ilusión. La solución, única, al problema del amor es amar como hemos sido amados, y eso no puede reducirse a este libro ni a ningún otro.

A la hora de hacer esta recensión ha de saber el lector que no puedo ser objetivo. Fernando no sólo es amigo y colega, sino que es compañero del alma e impulsor de mi propia vocación como docente de filosofía, profesión mutua, consejero en días oscuros, caminante en empresas utópicas y cabeza de mis peregrinaciones (parece la secuencia del Paráclito). Muestro así mi amor por su persona, dado que una de las derivadas del problema del amor estriba en no ser capaces de mostrarlo.

Su esfuerzo divulgador me ha recordado la humanidad profunda de Viktor Frankl. Este libro es una perla, una joya preciosa. Ha sido destilado tras años de entrega a los alumnos. Es la pura esencia perfumada de tanto bien derramado a los pies, en un viaje de retorno de alguna escena evangélica. Se va a trabajar mucho con este libro y se va a seguir usando dentro de mucho tiempo.

Basta con ser atrapado en el prólogo. Conocí a la madre, a la hermana, al padre, de Fernando. Conozco a su mujer, Hortensia. A sus hijos. Están ahí, en el texto, presentes. En un libro sobre el amor han de hallarse los seres amados. Están sus alumnos, amados también. Sus amigos, amados por propia etimología. Sus maestros, amados desde el respeto.

Después llega la panoplia entera de lo transmitido. Cuando recibí el libro lo primero que pensé fue: “es breve”. Hoy escribo que es otra de sus virtudes decir tanto con poco.

También me hizo gracia notar cómo aparecía la condición profesoral de Fernando. Pronto, en la página 9, nos pone deberes: hacer un guion para un trabajo psicológico personal. Basta con seguir los capítulos desde el número cuatro. Uno de los puntos de ese guion propone “formular propuestas de acción concretas y realistas”, un consejo muy propio de la practicidad del autor.

Pero esta dimensión práctica -como debe ser- está sujeta por fuertes nudos a una teoría sólida. El criterio de la extraordinaria psicóloga María José de Ben “no fallan los matrimonios, falla que no hay hombre, no hay mujer y, en consecuencia, no ha llegado a haber un matrimonio auténtico”, es un ejemplo.

La filosofía de López Luengos queda aquí muy claramente retratada en los tres primeros capítulos, de carácter básico: “confundimos “las cosas” con nuestra “interpretación” de las mismas. Creemos que nuestra interpretación (configuración, Gestalt) es la única realidad ignorando que nuestra forma de mirar arrastra todas nuestras carencias y nuestras distorsiones cognitivas”. Los siguientes capítulos, como he dicho, constituyen la parte de aplicación.

No voy a prolongarme en el contenido, porque este elogio y recensión pretende animar a quien me lea a que lea a su vez el libro de López Luengos. Les pedí un poco de su tiempo. Ahora anímense a gastar algo más en esta lectura tan provechosa.

Ignacio Monar García

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