Mi anterior escrito puede prestarse a confusión y no por su transparencia expositiva. Los humanos, Vds. y yo, no somos árboles plantados en medio de la nada. ¡Actuamos! Somos capaces de lo bueno y de lo mejor. Somos capaces de no sucumbir ante el complejo de minoría. Según en qué momentos históricos todo es favorable a la corriente del digamos buen camino. En otros momentos es todo lo contrario. A partir de la propia conciencia identitaria cierta y recta, a modo de árboles bien plantados –con soledad circundante o sin ella-, debemos ser constructores en nuestro entorno social. ¿En nuestro entorno o De nuestro entorno?
Pretender lo segundo es sucumbir ante la tentación de Babel. No contribuir en lo primero es declinar el mandato evangélico de Jesucristo (Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio). Se nos aparece a todos el gran dilema. Si somos… pues somos por lo común en notable minoría. Influimos en nuestro entorno. ¿Hasta el punto de modelarlo? En según qué momentos y latitudes históricas hay modelación. ¿Y cuánto dura? Creer en presente que el De tiene permanencia es una ilusión placentera. Menospreciar aquí y ahora el En es no entender el mandato de Jesucristo como colofón de su Evangelio.
Mandato que se encuentra en el texto de Marcos y en el de Mateo. Tomo el de Mateo dirigido a los Once Apóstoles en Galilea en la mañana del día de Pascua, vacilantes algunos. Humanamente la Resurección es para vacilar. Ellos acatan en un En concreto. ¿Cuál es el nuestro? Yo deberé responder del mío. Y Vds. del suyo. Mt 28, 18-20: <<y, acercándose Jesús, les dijo: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo>>.