Los educadores congregados el pasado sábado en el Encuentro “Sin identidad no hay educación”, organizado por Scholaris, hemos recibido un mensaje del Papa León XIV que ha vuelto a situar una cuestión decisiva en el corazón de la reflexión en el seno de la escuela católica: ¿qué significa realmente que un centro sea “católico”? ¿Un adorno inspiracional? ¿Un barniz simbólico? ¿Un catálogo de ritos superficiales?
Las palabras del Papa León XIV —de profundidad y claridad agustina— han planteado con firmeza que la identidad cristiana no es un detalle ornamental en la escuela católica, sino el núcleo del que depende todo.
Desde el inicio de su intervención, el Papa se dirigió a los educadores con gratitud, recordando la complejidad del mundo contemporáneo y la misión decisiva que tenemos entre manos. Pero su mensaje no fue simplemente de ánimo: fue, sobre todo, una llamada a la verdad. A la verdad de lo que es la educación católica y de aquello, más bien de Aquel, que la sostiene.
Cristo, estrella polar de la escuela católica
El Papa utiliza una imagen luminosa y a la vez exigente, que recordaba sus recientes palabras en el jubileo del mundo educativo donde utilizó la imagen de la constelación para expresar la pluralidad y multitud de carismas y propuesta educativas cristianas.
En esta ocasión ahondó en la misma imagen para proclamar que “Frente a esta constelación tan colorida, no hay que perder de vista la centralidad de Cristo, que irradia su luz a todas las estrellas”.
No se puede decir más con menos. Da igual cuántos estilos pedagógicos y carismáticos convivan en la escuela católica: el fundamento que le da coherencia a todos es Cristo. Si lo perdemos de vista, el proyecto educativo en estos centros queda a la deriva “Como le sucede a los navegantes, si se pierde de vista la estrella polar, no es raro que el barco se vaya a la deriva. Para la educación cristiana, la brújula es Cristo”.
Esta afirmación es clave para nuestro tiempo, donde lejos de diluir, ocultar o incluso, en una actitud acomplejada, tener la tentación de pedir disculpas por nuestra identidad cristiana, es necesario reafirmarla como nuestra misión específica y por tanto ineludible, situada en el corazón mismo de nuestra acción porque “La identidad cristiana no es un sello decorativo o un adorno, sino el núcleo mismo que da sentido, método y propósito al proceso educativo”.
Si nuestra identidad cristiana es solo un “sello decorativo”, entonces Cristo se convierte en un mero accesorio. Y una escuela que relega a Cristo al decorado deja de ser católica, por mucho que preserve ciertos símbolos o tradiciones.
Cuando la identidad no informa la enseñanza
El Papa da un paso más y advierte de un riesgo real “Cuando la identidad no informa las decisiones pedagógicas, corre el riesgo de convertirse en un adorno superficial”.
Aquí pone el dedo en la llaga: la identidad cristiana no puede quedar confinada al ideario escrito en un papel, debe impregnar el centro, el estilo docente, la relación educativa, el clima de centro, la gestión, la visión antropológica y la pastoral.
No basta con tener crucifijos: hay que hacer del centro, una comunidad educativa que respire con criterios cristianos.
Porque la identidad “se encarna en las prácticas, en el currículo y en la propia comunidad educativa”. No es una idea abstracta: es una forma concreta de enseñar, de acompañar y de mirar al alumno.
La Iglesia como madre, la escuela como hogar
En continuidad con la visión conciliar del documento Gravissimum Educationis, del que se cumplen ahora 60 años, León XIV recordó que la educación católica nace de la maternidad de la Iglesia “La Iglesia… redescubre su función materna. Ella es la madre generadora de los creyentes porque es la esposa de Cristo”.
La escuela católica no es un servicio social neutral: es una prolongación de la maternidad de la Iglesia, un lugar donde la fe y la razón se encuentran y se integran en una comunidad educativa que acompaña, forma, corrige y guía desde Cristo.
“La acción educativa de la Iglesia… no es simplemente una obra filantrópica… sino que es parte esencial de su identidad y misión”. Esta afirmación responde a quienes pretenden reducir la escuela católica a una mera iniciativa social o a un proyecto pedagógico más. No. Una escuela católica existe para educar comunicando a Cristo.
Un mensaje para este tiempo: identidad sin complejos
En el encuentro organizado por Scholaris, el Papa ha ofrecido un mensaje que no solo apunta a los directores y docentes, sino también a las familias: si queremos educar cristianamente, debemos hacerlo sin complejos, sin ambigüedades y sin miedo a mostrar el fundamento de nuestra esperanza.
Lo dijo con palabras llenas de aliento y de responsabilidad “Os animo a comprometeros con valentía y a mirar hacia adelante con esa esperanza viva que se renueva cada día en vuestra pasión educativa”.
Un Papa que sitúa a Cristo en el centro de su pontificado
A lo largo de estos primeros meses de pontificado, León XIV ha mostrado con una coherencia admirable que Cristo es el centro absoluto de su mirada, de su palabra y de su misión. En casi todos sus discursos —a educadores, familias, jóvenes, obispos o consagrados— vuelve una y otra vez a la misma certeza: sin Cristo, todo se fragmenta; con Él, todo encuentra su forma y su plenitud.
Desde esa lógica profundamente Cristo-céntrica, no es extraño que sitúe también a Cristo en el corazón de la escuela católica, recordándonos que no es un adorno espiritual ni una identidad opcional, sino la luz que orienta el método, el sentido y el horizonte de toda tarea educativa. Para León XIV, una escuela católica sin Cristo sería un proyecto pedagógico amputado en su alma, incapaz de ofrecer a los alumnos la verdad plena sobre la vida, sobre el hombre y sobre Dios.
Con su claridad, su hondura antropológica y su visión pastoral, el Papa León XIV se revela como un verdadero pastor que nos recuerda lo esencial: que educar es conducir hacia la verdad, y que la verdad tiene un nombre: Jesucristo.
En tiempos de confusión, su palabra es una luz. En tiempos de relativismo, un puerto seguro. Y en tiempos de tibieza, una llamada firme a fortalecer con audacia la misión educativa de la escuela católica en el seno de la Iglesia.
¿Qué significa realmente que un centro sea “católico”? ¿Un adorno inspiracional? ¿Un barniz simbólico? ¿Un catálogo de ritos superficiales? Compartir en X












