A todos nos llega esa persona que nos hace ser mejores… En pareja, el día del «sí quiero» cada uno se compromete por amor, para amar a la otra persona, todos los días de la vida. Prometer, es decir, que estará siempre ahí para el otro, a pesar de las dificultades, contratiempos, o vaivenes sentimentales…
Crear una familia, única, ¡singularísima!, con amor, por amor, para amar. “La fidelidad a lo largo del tiempo es el nombre del amor”.
Desde ese momento surge una nueva realidad: ya no es un “yo” y un “tú”, sino un “nosotros”, un nuevo-ser-con-el-otro que cobra vida. Con un entretejerse de ilusiones, proyectos, sueños, sentimientos y emociones, amistad, experiencias compartidas…, y todo sumergido en cariño del bueno. Dos corazones en uno. Lo cual no es una metáfora bonita, sino esa realidad hecha vida.
La consecuencia de ese amor, ¡la familia!, es la única institución natural, antigua como la vida misma, que tiene dos jefes o líderes al mismo nivel. La más amable de las instituciones, donde se aprenden de veras los valores auténticos que ha pervivido a lo largo de la humanidad, dando estabilidad y cohesión a la sociedad. Y alegría y esperanza.
Por eso, la dirección y liderazgo de la familia es algo muy original, y cada uno aporta su forma concreta y distinta de percibir la realidad, de dirigirla, con su forma de querer al otro, así como de educar a los hijos…
Porque somos diferentes y recíprocos: cada uno diseñado para el otro. El hombre tiende a lo general, le gustan los grandes ideales, quiere «arreglar» el mundo, y también posee más fortaleza. La mujer en cambio, va más a lo concreto, le gustan los detalles, es más delicada y afectuosa…, le gustan los sentimientos y las personas, es acogedora por naturaleza, pero también es fuerte y perseverante en sentido hondo.
El varón está diseñado para la mujer, y ella para el varón. Y en su unión más profunda, a todos los niveles, alcanzan su plenitud más personal. En esto consiste la reciprocidad en el amor, y se logra sinergia.
Somos seres recíprocos, y por eso nos complementamos: cada uno aporta su forma de amar…, y entre ambos se logra un efecto y eficacia mucho mayor, porque no sólo se suman los componentes, sino que se potencian. Uno entrega al otro algo característico suyo, de lo cual el otro carece. Por eso, a la otra persona debemos quererla tan como es, siendo a fondo quien es, con sus notas propias y distintas. Ya lo decía Platón…
Por tanto, es preciso ver las diferencias para valorarlas, hacer equipo, y crear sinergia con ellas. Aunque no nos gusten de entrada…, o a veces sean muy contrarias a nuestro modo de ser, o de actuar. Te lo cuento en «diferencias no son defectos».
Porque, las diferencias son lo específico de cada uno, su modo de ser, y nos complementan y enriquecen, incluso nos pueden unir más… Apreciar esos modos y formas de querer del otro…, a su modo. Cuando agotes al otro y aprecias lo que te entrega, le estimulas a quererte más…
Por tanto, la familia tiene dos “líderes”, que se complementan y armonizan. Uno se puede encargar más de poner de moda unos valores humanos nobles, centrados en principios, y el otro, generalmente la otra, de crear un ambiente de hogar cálido, donde cada persona es importante y se siente de veras querida. También manejar tensiones, poner delicadeza y ternura en las relaciones personales y la convivencia. El ambiente es ese factor «invisible» que rodea a la familia, donde se forjan vínculos estables y se aprende a querer a los demás…
En cada familia habrá que hablarlo, y cada pareja se organiza como se le da mejor, pero hablando siempre, comentando, trabajando en equipo, valorando las diferencias para ponerlas al servicio del otro, de los otros, del amor mutuo, y lograr multiplicarlas.
Trabajar juntos es formar “un solo equipo”, sobre todo ante los hijos. Porque muchas veces no estaremos de acuerdo: es imposible, dadas las diferencias de cada uno, pero hay que dedicar tiempo, esfuerzo, energía, e ilusión, para ser flexible y ponerse de acuerdo en lo esencial. Así tratar de vivirlo y transmitirlo a nuestros hijos, porque nos están mirando todo el día…, ¡y nos copiarán! Además, necesitan ver el cariño mutuo entre los padres, y un frente unido ante cualquier tema que les pidamos. Eso les da seguridad para crecer, para apuntar a lo mejor de ellos y afrontar la vida con optimismo.
Si en algún momento no sabemos cómo actuar, o qué contestarles, un “ya lo pensaremos”, nos da una buena salida. Y hablarlo los dos, hacer un referente único y unido… Muy especialmente en la etapa de la adolescencia: necesitan verlo más claro, y nos ponen a prueba para constatar nuestra coherencia con lo que les decimos, porque están construyendo su personalidad.
1- El primero…
Pero, es bueno tener en mente que la primera persona a la que tenemos que cuidar, querer y mimar es nuestra propia pareja. Porque a los hijos se les quiere sin más, por instinto maternal o paternal: llevan nuestra sangre. Pero el esposo o la esposa no. Es como cuidar «una planta delicada», salvando la distancia: hay que regarla, abonarla, que le dé la luz adecuada… Y por eso esmerarse en cuidar la relación de pareja: lo más importante, y nadie lo hará por nosotros. Si quieres ayudar mejor a tus hijos, ¡quiere primero a tu pareja!
La afectividad estimula la capacidad de amar, porque hace experimentar la dicha de hacer feliz a la persona querida.
El anteponer los hijos al cariño mutuo pasa factura, puesto que ellos son el fruto, la consecuencia del amor, y de él se alimentarán en su desarrollo. Necesitan sentirse inmersos en ese cariño que les ha dado el regalo de la vida…
Y amar significa que el otro es lo primero en la cabeza y en el corazón, y hacer que así suceda. Aprender a priorizar, porque ¡obras son amores…! Sin estar tan pendientes de mirar con lupa las diferencias y los defectos del otro, ni echárselos en cara, ni mucho menos comentarlos con nadie…
Saber comprender y disculpar, para así amarlo como necesita ser amado: con su singularidad concreta. Es decir, llevándolo en el corazón, siendo parte de él, porque ya no soy un “yo” en solitario: somos dos en “un solo corazón”, con una sola mente.
Y concretarlo en pequeños gestos y atenciones que alimenten ese cariño cada día… Por ejemplo, un beso antes de salir, un te quiero infinito, te admiro por esto…, confío en ti, estoy orgullosa de lo que has hecho, lo mío siempre es tuyo, ¿que te gustaría?…, me emociona que me mires así…, me encanta estar contigo… Y mil cosas que se te pueden ocurrir, y a él, a ella, sabes que le gustan. Por eso es necesario también tener en cuenta su forma de sentirse querido, su «lenguaje» del amor concreto que le llega mejor. Te lo explico en el post «comunicar el amor».
2- Los hijos
Por tanto, el “secreto de la educación” está mucho más en el cariño y armonía sincera de los padres, que nace del amor. Somos “el núcleo” de la familia, de donde surge el amor y la alegría, para desbordarse eficaz hacia los hijos y darles vida…, en todos los sentidos. Esa es la forma en que se sentirán de veras queridos, lo cual es «el motor» de su formación y educación. Te cuento algo en «marcos del desarrollo infantil I: la familia».
Y armonía es buscar la unidad en la diversidad. Saber unificar nuestros distintos puntos de vista, ir más allá de las diferencias y pequeñas discrepancias, ponerlas entre paréntesis, para conseguir la “unidad” de todo el ser desde el corazón.
Si no nos ponemos de acuerdo, los hijos se decantarán por uno u otro, según lo que les “convenga”, y puede ser origen de trifulcas y desavenencias en la propia pareja. O mucho peor, que ellos piensen que sus padres no se quieren, o que uno es “el bueno” y el otro “el malo” de la película… Y sufren lo indecible.
Esto se puede evitar hablando antes, poniéndose de acuerdo en los puntos esenciales o, cediendo algo en nuestra forma de verlo, para unificar criterios. Y siempre, apoyar al otro delante de los hijos. Decirles ya hablaremos o lo pensaremos, en plural… Prestigiarse el uno al otro en todos los aspectos. Amarse es el camino.
Por eso es tan importante la armonía entre los dos, porque de esa forma se desborda el cariño mutuo hacia los hijos, se sienten muy queridos, y se desarrollan en plenitud: logran lo mejor de sí gracias a ello. Además se les presenta un buen modelo y referente de amor, y tendrán los mejores recursos para aprender a amar: la asignatura más relevante de la vida.
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La dirección y liderazgo de la familia es algo muy original, y cada uno aporta su forma concreta y distinta de percibir la realidad, de dirigirla, con su forma de querer al otro, así como de educar a los hijos Compartir en X









