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Lo más grande que puedo hacer por mis hijos

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No es infrecuente que, en medio de una conversación en la que estamos charlando sobre temas de educación, un padre me pregunta mi opinión sobre lo más importante y prioritario que debe hacer por sus hijos:

“Dígame, ¿qué es lo más grande que yo puedo hacer por mis hijos?”

Evidentemente, son muchas las respuestas que se podrían dar a esa pregunta, la mayoría ciertas y válidas; sin embargo, mi respuesta es siempre la misma:

“Lo más importante que puedes hacer por tus hijos es querer mucho a tu mujer”.

¿Por qué doy esta respuesta? Muy sencillo, porque tengo el convencimiento de que eso es lo que más les va a marcar y a ayudar en su formación como personas. No es lo único, ni mucho menos, que podemos y debemos hacer por nuestros hijos, pero creo firmemente que es lo esencial. Voy a intentar explicarme, sin extenderme demasiado.

En primer lugar, si mis hijos ven que quiero mucho a su madre, que la cuido, que me esfuerzo por ella, que me sacrifico en su favor, van a aprender a amar de la misma manera. Y no solo eso, van a integrar en su vida, de una manera natural, que ellos deben a aspirar a un amor similar. Van a darse cuenta, en el día a día, que no vale con ser querido de cualquier manera, y que tampoco vale con querer a medias; hay que amar hasta el final, hasta la entrega total, hay que amar del todo, o sencillamente no amaremos, porque no es tan difícil confundir el amor con el capricho, con la propia satisfacción.

En segundo lugar, a cualquier educador la experiencia le demuestra que los hijos piden y necesitan ser amados “en bloque”, por su papá y su mamá en conjunto. Cuando esto no se da, todos los especialistas coinciden en destacar que las heridas en la persona suelen ser significativas y duraderas. Por lo tanto, no es mala idea concentrar todos mis esfuerzos como padre en cuidar al máximo mi amor a mi esposa, la madre de nuestros hijos.

Finalmente, creo que los casados debemos recordar siempre que el amor a los hijos tiene matices muy distintos del amor al cónyuge: mientras que el amor a los hijos es entrañable, el amor al cónyuge no lo es, ni mucho menos. Esto significa que siendo poco menos que impensable que un padre pueda dejar de amar a sus hijos, desgraciadamente no es ni mucho menos descabellado pensar que un marido deje de amar a su esposa. Por supuesto, en la actual situación de crisis tan extendida en los matrimonios entrarían en consideración muchos aspectos, como la confusión generalizada que hay entre amor y sentimientos, y la concepción del amor como algo fundamentalmente emotivo, algo que simplemente se va, de la misma manera que vino. Pero esa es una reducción muy dañina, por mucho que hoy en día esté comúnmente aceptada como válida e indiscutible, y supone otra historia, un problema muy serio para analizar en otro momento.

Lo que no cabe duda es que el amor al cónyuge exige un esfuerzo para mantenerlo, conservarlo y fortalecerlo, que en ningún caso es comparable al “esfuerzo” que nos requiere el amor a los hijos. De hecho, entrecomillo aquí la palabra esfuerzo, porque la expresión nos suena rara en este contexto: ¿de verdad necesito yo esforzarme por querer a mis hijos?, o más bien resulta que de alguna manera percibo que ese amor me brota solo, porque, efectivamente, es entrañable —me reitero, pero es que no encuentro mejor adjetivo—, simplemente me sale de dentro el quererles.

los padres a veces tenemos la sensación de que tan solo podemos mirar y contemplar con asombro, como desde la distancia, aprendiendo de ellas

Esto lo experimentamos todos los padres, naturalmente, pero estoy convencido que lo entienden de una manera plena sobre todo las madres, porque precisamente en su caso podemos decir con toda razón que su amor a los hijos es de verdad entrañable, lo es de una manera mucho más evidente que en el caso de los padres. Es así hasta el punto que, en ocasiones, los padres a veces tenemos la sensación de que tan solo podemos mirar y contemplar con asombro, como desde la distancia, aprendiendo de ellas. ¡Cuánto he crecido observando a mi mujer mirar a nuestros hijos cuando eran pequeños!

Sabemos bien que no es tan entrañable, qué duda cabe, el amor al cónyuge, y, de hecho, la mayoría de las personas casadas reconocen que es un amor que requiere de una ascesis, un esfuerzo, muchas veces sostenido en el tiempo y a través de no pocas dificultades. No quiere decir que el amor a los hijos no atraviese sus baches y contratiempos, pero corre siempre menos riesgo de que “se termine”.

la voluntad y la libertad intervienen y se involucran con mayor protagonismo en el amor al cónyuge que en el amor a los hijos

Si el amor al cónyuge requiere un esfuerzo mucho mayor que el amor a los hijos, creo que puede resultar lícito que nos preguntemos: entonces, ¿supone esto menos amor? Por supuesto que no, simplemente indica que la voluntad y la libertad intervienen y se involucran con mayor protagonismo en el amor al cónyuge que en el amor a los hijos.

Soy muy consciente que hoy en día parece extraño vincular las palabras esfuerzo y amor, porque nos da la impresión que, si tengo que esforzarme, eso es indicativo claro de que ya no amo. Creo que esto obedece a una visión muy falseada y banalizada del amor, una cultura que confunde el amor maduro con la situación de un primer enamoramiento.

En contra de esta opinión y visión tan aceptada hoy en día, considero que, en realidad, el amor tiene mucho más que ver con el esfuerzo y el sacrificio que con la espontaneidad y la improvisación. De hecho, si a mí se me ocurre dejar a la improvisación el futuro de mi matrimonio, es muy probable que en unos pocos meses lo lleve a la ruina.

En conclusión, estoy totalmente convencido que nuestros hijos tienen derecho a lo mejor, de la misma manera que estoy seguro que lo mejor para ellos es que aprendan a querer y amar del todo, a entregarse sin reservas, con generosidad, y que ver ese amor en sus padres es el camino más seguro para formarles en ese anhelo y en su capacidad para construir un proyecto de vida firme y generoso, compartido con otra persona.

¡Por el amor de Dios, no olvidemos que el hogar es, por excelencia, la gran escuela del amor! ¿Dónde está la universidad que prepara a los jóvenes para el amor, para la vida matrimonial? No la hay, no existe, por supuesto que no, porque para eso está la familia, y si eso no se recibe en la familia, esa carencia le acompaña a uno toda la vida.

Lo he dicho otras veces, y lo repito de nuevo: este es el tiempo de las familias, ¡la familia, la gran escuela del amor!

Hoy en día parece extraño vincular las palabras esfuerzo y amor, porque nos da la impresión que, si tengo que esforzarme, eso es indicativo claro de que ya no amo Clic para tuitear

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • “Lo más importante que puedes hacer por tus hijos es querer mucho a tu mujer”.

    Grabarlo en mármol.

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