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Lo que necesitamos es amor

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Polarización, conflictos, enfrentamientos. Mujeres contra hombres, feministas de género contra feministas transgénero. Soledad, angustia ante el futuro. Violencia sexual, cada vez más, con más manadas, y cada vez más adolescentes en manada.

España el país del mundo donde los medios de comunicación  mencionan en mayor medida y con diferencia, palabras que significan prejuicios de género (sexismo, sexista, machismo, machista, misoginia y misógino), a pesar de que según todos los datos globales (Naciones Unidas; Our World in Data; OECD; OMS), es la sociedad donde la igualdad es mayor. El hombre visto como amenaza para la mujer, así como hecho genérico. Se multiplican las denuncias por agresión sexual, algo que por una parte de la militancia feminista es celebrado como un éxito, y en ellas crecen sobre todo las cometidas por menores.

El aborto, incluido el eugenésico, como recurso masivo. Más y más mujeres que no quieren tener hijos, pero crece el número de parejas o mujeres solas que aspiran a tenerlo mediante su inseminación artificial o utilizando un vientre de alquiler, un recurso que también utilizan parejas gais para lograr la ansiada paternidad. Hombres transgénero que se quedan embarazados. En todo esto, ¿quién piensa realmente en la vida humana del que ha de nacer, en lugar de buscar la realización de su deseo, por encima de toda otra consideración?

más rupturas, menos, mucho menos, compromiso fuerte con el otro

Más esperanza de vida y más años viviendo solos que nunca. Más soledad hasta los últimos momentos de la vida. Más y más personas solas en residencias, no siempre humanamente tratadas. Menos matrimonios, más inestabilidad en las relaciones de las parejas, más rupturas, menos, mucho menos, compromiso fuerte con el otro.

Los pacientes agreden a los sanitarios y a los médicos con mayor frecuencia. Ser vigilante del metro o del ferrocarril se ha convertido en una profesión de riesgo ante las agresiones de grupos de jóvenes. A la policía cada vez le cuesta más imponer su autoridad solo con su presencia, y con facilidad son agredidos. También lo son en mayor número los padres por parte de los hijos.

penas de telediario, jurados no tanto civiles como mediáticos

Más leyes penales, más castigos, más encarcelados, más juicios y denuncias. ¡Qué progreso!, exclaman algunos.  Punición, represión, castigo, liquidación de la presunción de inocencia, inversión de la carga de la prueba para aplicar solo a los heterosexuales, penas de telediario, jurados no tanto civiles como mediáticos.

La enseñanza, casi toda, pero mayormente la pública, naufraga porque el tiempo de instruir cada vez es menor porque hay que dedicar atención y horas a mantener el buen orden de la clase. Ya no se sabe qué se debe enseñar y cómo. La pornografía se ha apoderado de los jóvenes, y las pantallas crean adictos a mansalva.  La enseñanza transformada en ideología del poder del estado, los padres como sospechosos, sin derecho a establecer la educación moral de sus hijos si no coincide con la del poder ¿Y la Constitución, sí establece lo contrario? ¡Qué cuestionamiento tan estúpido! La Constitución solo está para dar la razón al poder. ¡Pero que os habéis pensado atajo de disidentes! El Tribunal Constitucional ya os pondrá en vereda.

Pero, ¿qué estáis haciendo? No veis la evidencia de que una sociedad no puede funcionar bajo todas aquellas lacras

Pero, ¿qué estáis haciendo? No veis la evidencia de que una sociedad no puede funcionar  bajo todas aquellas lacras. Que la vida de cada uno será; ya lo es, más infeliz bajo todas aquellas condiciones, donde lo que está mal se quiere imponer como norma y rechazar el bien de siempre. La compañía, el respeto, el ponerse en el lugar del otro, el querer para él lo que tú quieres para ti, el presuponer su buena voluntad, el compromiso, el deber… El amor.

No lo entendéis, ¿verdad?

No entendéis que la causa de todo este sufrimiento, angustia, inseguridad, incertidumbre, conflicto, agresión, soledad, nace del individualismo del deseo llevado a sus últimas consecuencias, sin cauces ni límites, que destruye toda posibilidad de amar, porque el amor es sobre todo donación y, como mucho, confianza en la reciprocidad. Sin la previa del dar no puede existir. La realización del deseo se confunde con la realización personal.

¿Cómo se va a mantener una sociedad bajo estas premisas? ¿Cómo se van a mantener los vínculos, compromisos, obligaciones, si están sometidos al solo imperio del deseo?

Porque, si la causa de todos nuestros males surge del árbol del deseo, la raíz se encuentra en la destrucción del amor. Peor todavía, en la pérdida de sentido de la palabra, cada vez más reducida a una práctica sexual, y eso cuando no es considerado un producto tóxico. Porque el amor lo han convertido en el gran sospechoso y el feminismo de género incluso ha proscrito el amor romántico.

El amor, el vínculo fuerte que nos hace humanos. El amor paciente, servicial; sin envidia, sin alardes ni vanidades, que nunca procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, ni tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia y se regocija con la verdad. El amor, que todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor tal y como lo define san Pablo (1 Co 13, 1-13) es la base de toda nuestra cultura y de toda nuestra civilización nacida del cristianismo. Porque Dios es amor.

El amor que con tanto acierto los antiguos griegos designaban en función de su especificidad con diversos nombres, agape, filia, eros, storge. La etimología acostumbra a revelarnos las verdades ocultas del sentido. En nuestro caso, la raíz latina proclama que amor significa “vivir sin muerte», y esta razón lingüística expresa la esencia del hecho cristiano realizado en Cristo. También procede del nombre amma, que los niños utilizaban para llamar a su madre.

El amor es común a páginas y páginas de la mejor literatura mundial y esto quiere decir que es una constante de la humanidad, que llena la música y todo tipo de manifestaciones artísticas.

¡Pero ay! En nuestros tiempos el amor sigue proscrito en el campo del conocimiento. No existe para la política, a pesar de que en teoría trata del bien común, ni para la economía y entonces nunca puede aportar bienestar para todos, ni para la sociología, a pesar de que conoce bien algunos de sus efectos inducidos, como la existencia del capital social. El amor, en todo caso, está reducido a la psicología y a la psiquiatría, y más bien en aquellas manifestaciones patológicas; en lo que pueden tener de negativo; es decir cuando no es amor.

Este es el problema radical, el que está en la raíz de todo lo que nos está destruyendo, como personas y como sociedad, a pesar del desarrollo científico, tecnológico, económico, en un proceso que parece imparable.

Recuperar la plenitud del sentido del amor, situarlo en el centro de nuestra vida colectiva, también de la política y de la economía, sabiendo traducir sus categorías a estas aplicaciones. Esa es la respuesta necesaria para un tiempo que nos está rompiendo.

Esta es también la gran tarea cristiana, la de situar el amor en términos reales, efectivos, operativos, también como práctica, es decir, como ejercicio virtuoso en medio de nuestras vidas y en todas sus dimensiones, sin ninguna exclusión, situando a Dios, fuente de todo amor, en este mismo centro. Porque, ¿no es evidente? La desaparición del amor es la consecuencia de haber cancelado a Dios, de la gran apostasía pasiva en la que vivimos.  Esa es la gran tarea, personal, colectiva, social, cultural y política.

No entendéis que la causa de todo este sufrimiento, angustia, inseguridad, incertidumbre, conflicto, agresión, soledad, nace del individualismo del deseo llevado a sus últimas consecuencias, sin cauces ni límites Clic para tuitear

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