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Tiempos de rescate (V) Rescatar el pasado: geografía, historia, relatos

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Después de haber considerado el valor de la memoria, conviene considerar de manera concreta algunos de los campos del pasado relacionados con la memoria que es preciso rescatar. De entre todos los posibles, vamos a elegir los tres que aparecen en el título con el fin de hacer ver el riesgo de olvido que los amenaza y la necesidad de su rescate.

En primer lugar la geografía

Tenemos que rescatar los conocimientos geográficos porque todo lo que ocurre en nuestro mundo, ocurre en algún lugar, empezando por los acontecimientos de nuestra propia vida. La vida de toda persona está necesariamente ligada a unos lugares y unos espacios concretos, que no resultan indiferentes, sino que ayudan a configurar nuestra personalidad y acompañan nuestro paso por este mundo.

Sabemos, pues, del valor que tienen los lugares y los espacios a nivel individual porque sabemos cuánto representan en nuestras vidas. Pues bien, esa experiencia no es valiosa solo a nivel individual, sino que lo es también a nivel colectivo y es la fuente de algo tan noble como el patriotismo, porque la patria, en principio, no es otra cosa que la tierra común de las gentes que forman un pueblo. No solo la tierra, evidentemente, pero sí la tierra en primer lugar. De ahí el significado original de la palabra “patria”, derivada de pater/patris: tierra de los padres, tierra del origen.

Hace ya algunas décadas que empezó a deslizarse un error que ha ido creciendo con el paso de los años y es pensar que la geografía es una disciplina poco útil, porque se da por supuesto que los conocimientos que aporta son de escaso o nulo valor. Tal vez haya contribuido a esta desvalorización la idea de que la geografía se reduce a saber situar unos cuantos nombres en un mapa. Eso pertenece al aprendizaje de la geografía, y es cosa que hay que hacer porque tiene su importancia, pero la razón profunda de la geografía está en que para amar algo, hay que conocerlo previamente. No se puede amar la tierra si no se la conoce.

Amar la tierra y lo que contiene es un signo de salud psicológica y a la vez de rectitud ya que el amor a la propia tierra es una obligación moral; una obligación moral hoy en decadencia, motivo por el cual hay que acudir en su rescate.

Algunas doctrinas de filosofía política (como el marxismo y el anarquismo en el pasado, y el ecologismo radical en el presente), han contribuido con notable éxito a extender el concepto de ciudadanía mundial, según la cual, no son pocos los que apuestan por no tener otra patria que no sea el planeta Tierra, considerándose a sí mismos sin otra nacionalidad que no sea otra que ser ciudadanos del mundo, idea contradictoria en sus términos porque el mundo, ni en la teoría ni en la práctica, expide documentos de identidad ni cartas de ciudadanía.

Y si un día hubiera alguien con autoridad suficiente como para poder hacerlo, esa ciudadanía no podría eliminar la unión de cada hombre con su tierra concreta. El mundo y todas las gentes que lo habitan puede ser amado, sí pero en potencia, como actitud y como posibilidad; en la realidad concreta solo podemos amar a unas cuantas personas, que por muchas que sean, no pasarán de ser unas cuantas porque no damos más de sí.

Y lo mismo cabe decir con los lugares; para amar un lugar hay que enraizar en ellos, aunque sea mínimamente, con lo cual, dada nuestra incapacidad para abarcar la realidad, solo podemos hacer nuestros unos espacios muy limitados.

Amar la tierra y lo que contiene, acabamos de decir. Lo que la tierra contiene son elementos los elementos naturales, artificiales y el propio hombre. Los elementos naturales constituyen el contenido de la geografía física: el suelo, la luz, el aire, el agua, la flora y la fauna. Los elementos artificiales son las modificaciones y añadidos hechos por hombre: forestación, desforestación, roturación del suelo, vías de comunicación, construcciones, minas, embalses, infraestructuras, etc. Su estudio corresponde a la geografía política y económica. En tercer lugar está la geografía humana que estudia la población.

La geografía, especialmente la geografía física y política son imprescindibles por la razón apuntada. Aprender geografía no es solo aprender nombres (que sí que hay que aprender), sino amar un espacio, unos lugares que son los mismos que han visto pasar a muchas generaciones durante muchos siglos y a los que ha quedado ligada la vida de los antepasados y los acontecimientos de su historia.

El tiempo y el espacio en que vivimos no son indiferentes, al contrario, nos marcan, dejan huellas profundas, tanto que contribuyen a configurar la personalidad de los individuos y el carácter de los pueblos. No somos insensibles ni indiferentes a la materialidad de los lugares en los que nos toca vivir; hay una cuota de nuestro modo de ser y pensar que se debe al medio físico en el que nacemos y se desenvuelve nuestra persona forja.

Y lo mismo pasa con los pueblos, que también unos rasgos de identidad ligados a la tierra porque porque el medio físico, siempre el mismo, es un elemento de continuidad para sus habitantes. Las generaciones se suceden unas a otras pero la tierra permanece, los individuos pasan pero sus obras perduran. A poca sensibilidad que uno tenga, no puede quedar indiferente ante los elementos naturales y artificiales que configuran el medio en el que se desenvuelve la vida: el paisaje, rural o urbano, que siempre está ahí, las construcciones y los espacios más significativas del lugar.

Y lo mismo cabe decir de la nación entera. En la actualidad el sistema educativo ha abandonado en buena parte la enseñanza de la geografía por un prejuicio antimemorístico absolutamente erróneo, que está resultando letal en la formación de las personas y que está en la base de no pocos de los males que sufre nuestra educación escolar. Siendo así, si por este prejuicio en la escuela no se enseña geografía como debería hacerse, enseñémosla fuera. Es verdad que la enseñanza de la geografía y de la historia no pueden reducirse a un aprendizaje memorístico, pero no puede prescindir de él; si prescinde de él, simplemente no hay aprendizaje.

Cuando una persona ha terminado su tiempo de escolaridad y abandona la vida académica, cuando ha hecho todos los exámenes que requieren sus estudios, sean cuales sean estos, si se pregunta a sí misma por lo que sabe, la respuesta es que sabe lo que recuerda, sean datos, sean procedimientos de cómo hacer una tarea. Insisto en esto: Uno sabe lo que recuerda.

Y solo se puede recordar lo que hay archivado en la memoria, que para eso está. Condenar la memoria es atar de pies y manos a la inteligencia y a la creatividad que no pueden activarse sin los datos y experiencias proporcionados por ella. No en vano, uno de los factores con los que los test de inteligencia miden la capacidad intelectual son las pruebas de memoria.

Reducir todos los saberes a la memoria es un error, pero abandonar los aprendizajes memorísticos es un despropósito contra la intelectualidad, que es lo más digno y lo más noble que tenemos los seres humanos. Aunque sea repetir lo que escribí hace poco, en el pasado mes de febrero, con toda intención vuelvo a señalar aquello de santo Tomás de Aquino cuando dice que de todo lo humano, lo que más ama Dios en
nosotros es la inteligencia. El rescate del pensamiento del que hablábamos entonces, pasa inexorablemente por el rescate de los aprendizajes memorísticos, aunque sea costoso, que lo es.

Si la objeción contra la memoria es que es un trabajo que se hace pesado, esa objeción hay que aceptarla porque es real. Que el trabajo de la memoria supone un esfuerzo notable, sí es verdad; que ese esfuerzo puede resultar monótono y cansino, también, tanto para el que aprende como para el que enseña; que uno y otro deben armarse de paciencia, es evidente; pero esta es la factura que hay que pagar por un bien que merece mucho la pena porque a la larga es muy provechoso. Para hacer llevadero ese esfuerzo está la pedagogía, un arte más que una ciencia (no es tal) al que se obligan los llamados a educar a otros: padres, tutores, maestros, catequistas.

Y luego, eso también, vayamos más allá de la memoria, siempre que se pueda, pero sin abandonarla. Hoy nos sobran recursos didácticos para aplicar y completar el estudio de la geografía porque resulta relativamente fácil viajar, que es el gran medio para la geografía. Aprovechemos los viajes, pero no solo para ir con los cascos puestos y el móvil en la mano, sino para aprender, pararecorrer el campo, para patear el suelo. Los viajes son el mejor medio para reforzar y sentar lo aprendido, pero no son el único, están también todos los medios audiovisuales que nos ofrece nuestra época, como son los juegos y documentales; aprovechémoslos.

En cuanto a la historia

En cuanto a la historia, hay que distinguir tres ámbitos, según su amplitud: la historia familiar, la local y nacional. Y luego, para quien se atreva y le guste, que siga con la historia universal. La primera no se puede enseñar en los colegios, la segunda, apenas. Pues digo lo mismo: enseñémoslas en casa, empezando por la historia más cercana, la historia familiar. ¿Cuántos apellidos de los suyos, personales, saben escribir nuestros muchachos: cuatro, ocho, más de ocho?, ¿qué saben de la historia de sus padres?, ¿qué de sus abuelos?, ¿qué de sus bisabuelos y antepasados más lejanos? En este campo los padres y sobre todo los abuelos, tienen una tarea muy valiosa que solo pueden hacer ellos.

Hoy son muchos los abuelos que tienen un papel determinante en la educación de los niños y jóvenes, no únicamente por lo que puedan enseñarles (que ya es mucho), sino por su propio contacto con ellos. Los abuelos son testigos del pasado para los nuevos retoños, su sola presencia es una lección para los nietos que consiste en hacerlos ver que el mundo no ha empezado con ellos, sino que existe una historia de un pasado familiar certificada por los mismos apellidos, una historia que se hace presente, de modo vivo, en la figura del abuelo.

El padre inserta a los hijos en la sociedad, el abuelo en la historia. Los abuelos están prestando a las familias actuales un servicio impagable acompañando a los niños, llevándolos y recogiéndolos del colegio, quedándose con ellos en casa, etc., pero esa ayuda sería poca cosa si se limitaran a una labor de acompañamiento. Ese
cometido tal vez sea el más urgente, pero no es el único ni el más valioso que pueden hacer en bien de los nietos, hay otro más interesante, que deja más huella y es su papel de maestros. Maestros de vida por la autoridad que da el apellido. Tareas como llevar y traer a los niños al colegio, y otras similares, también pueden hacerlas personas contratadas al efecto; ser testimonio vivo de su origen familiar, solo los abuelos.

En cuanto a la historia de España, si hoy se enseña poco y mal en las escuelas, suplámoslo en los hogares (al menos en los que se pueda), sin extrañarnos por ello, que eso es lo que han hecho a lo largo de milenios todos los pueblos hasta que se han popularizado las instituciones educativas.

Los españoles tenemos el privilegio de ser el estado nacional moderno más antiguo del mundo, con un derroche de generosidad en favor de la humanidad como no lo ha hecho ningún otro. Esto se puede decir porque tenemos una historia jalonada por un verdadero firmamento de héroes y santos, y se debe decir porque tenemos la obligación de afirmar la verdad histórica. Tenemos la obligación sagrada de asumir, afirmar y enseñar la verdad de nuestra historia personal, familiar y colectiva con todos sus errores y aciertos, pecados y virtudes. Ni podemos negar o maquillar lo malo, que es lo que hace el patriotismo mal entendido, ni olvidar o atacar los valores patrios que es lo que hacen los enemigos, los de dentro y los de fuera.

En España nos sobra experiencia de al menos tres siglos, de tener que luchar contra una corriente que niega y denigra los mejores frutos de nuestra historia, una corriente de oposición hacia nuestra propia esencia nacional cuya raíz está en el rechazo (consciente o inconsciente) de la fe católica. Esa corriente se ha venido ejerciendo por dos vías principales: el silencio y la deformación, es decir, con la ignorancia y la mentira. Pues la solución está clara: frente a la ignorancia, conocimiento; frente a la mentira, proclamación de la verdad.

Un apunte acerca de los relatos

Para finalizar, solo un apunte acerca de los relatos. La memoria colectiva es imposible sin relatos de grandes prototipos, sin cuentos con héroes y villanos, príncipes y brujas, personajes que encarnan la bondad y la maldad, la nobleza y la vileza, la belleza y la fealdad. Los mitos, cuentos y leyendas no son relatos banales, sino canales para el desarrollo de la fantasía, cuyo cultivo es imprescindible en la infancia.

Los grandes relatos cumplen una función muy valiosa: despertar y animar a dos virtudes de naturaleza grandiosa: la magnanimidad y la magnificencia. En último extremo lo que hacen es mostrar, a su modo, el bien y el mal. Por eso hoy están siendo desmontados y subvertidos con toda intención. La anticultura es demoledora, pero no es creativa. Pone más el acento en desconstruir que en inventar y esa es la razón por la que está muy afanada en deformar o suprimir toda esa tradición de relatos con la excusa de que son sexistas, racistas, xenófobos, machistas, etc.

No nos dejemos engañar. Es bueno, por poner un ejemplo conocido de sobra, que Caperucita tenga miedo al lobo porque el lobo es una personificación del mal y el mal es enemigo irreconciliable con la bondad, representada en el cuento por la inocencia de una niña. ¿Estoy exagerando? No, lo acabo de escribir después de haber tecleado en Google expresiones como “el lobo feroz” y “Caperucita Roja al revés”, y de haber consultado algunas páginas web con reseñas de publicaciones en editoriales reconocidas.

En la actualidad el sistema educativo ha abandonado en buena parte la enseñanza de la geografía por un prejuicio antimemorístico absolutamente erróneo, que está resultando letal en la formación de las personas Clic para tuitear

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