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¿Tienes miedo a envejecer?

Familia

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La sociedad contemporánea sufre un temor creciente hacia el envejecimiento, en gran parte impulsado por la percepción de que el bienestar y la felicidad residen exclusivamente en la juventud, en la productividad, y en una vida basada en experiencias externas y placeres físicos.

Esta visión ha arraigado la idea de que el paso de los años y el deterioro físico son enemigos del gozo y de una vida plena, impulsando al hombre a tratar de evitar, retrasar, o incluso tentar de  «vencer» la vejez a través de la medicina, la tecnología y el consumo.

La búsqueda de la eterna juventud, Liz Parrish

Liz Parrish, empresaria estadounidense, ejemplifica este deseo de evitar el envejecimiento a través de terapias experimentales que, supuestamente, rejuvenecen el organismo al nivel biológico.

Al someterse a tratamientos genéticos para alargar los telómeros –extremos de los cromosomas que se acortan con cada división celular y cuya degeneración se asocia al envejecimiento–, ha buscado mantener una apariencia joven y saludable que, según ella, ahora corresponde a la de una persona de 25 años, aunque en realidad tiene más de 50.

El camino que ha tomado inquieta pues en su experiencia de vida se percibe el enorme valor que en la actualidad se le da a la juventud física y a la apariencia.

Existe una búsqueda incansable y desenfrenada por prolongar la vitalidad corporal y  la sociedad refuerza constantemente la falsa noción de que la felicidad está inevitablemente ligada al vigor físico y la juventud.

Los peligros de una sociedad obsesionada con la juventud

Este enfoque supone un error fundamental.  Pues se desprecia el valor del tiempo y la madurez, relegando la vejez a una etapa que debe evitarse o negarse.

En este sentido, el miedo a envejecer descubre una profunda crisis espiritual: si nuestro valor y sentido de vida dependen exclusivamente de lo que somos capaces de hacer, o de cómo nos vemos, entonces,

¿Qué sucede cuando ya no podemos cumplir con esos estándares?

La vida humana es un pasajero recorrido hacia la plenitud en Dios, en la cual cada etapa tiene un valor particular y aporta lecciones y bienes espirituales que nos preparan para la vida eterna.

La dignidad de la persona humana no depende de su edad, salud o capacidades físicas, sino de ser hijos de Dios.

La vida en la tierra es transitoria. Por eso, abrazar la vejez y sus limitaciones como una oportunidad de santificación y testimonio de fe es parte de la vida cristiana.

Los sacrificios y limitaciones que aparecen con los años ayudan a recordar que el alma nunca envejece, sino que se embellece en la medida que se une más a Él.

La ilusión de la eterna juventud y la verdadera plenitud

La ilusión de la eterna juventud, al estilo de los tratamientos de Parrish, busca ofrecer una «felicidad» incompleta y engañosa.

Un anciano que vive cada instante con fe puede tener una vida mucho más plena y gozosa que un joven que persigue incansablemente el placer y el bienestar. Pues el verdadero logro se alcanza cuando el ser humano logra olvidarse de sí mismo y vivir conforme al propósito para el cual fue creado.

La tradición católica nos ofrece innumerables ejemplos de santos y personas de fe que vivieron una vida plena en la vejez. San Juan Pablo II, quien al final de sus días se mostró débil y enfermo ante el mundo, nos recordó con su ejemplo que el valor de la vida no depende de la juventud o la salud.

En el libro de los Proverbios se nos dice: «Corona de honra es la vejez que se halla en el camino de la justicia» (Prov. 16,31), alentándonos a ver en la madurez la oportunidad de una santificación más profunda.

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