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Tu punto G

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¿Quieres hacer lo que te da la gana? ¡Adelante! Drógate, droga, miente, traiciona, roba, incendia, adultera, acosa, organiza saraos… ¡la ley te protege! ¡No hay excusa! Al no reconocerte culpable ni tú ni la ley (políticos, jueces, chachas, autóctonos…), nadie te pillará. Y eso, ¿cómo será posible? ¡Fácil, colega, eres un pillastre de tomo y lomo! ¿Acaso te parece poco?

Vives a lo rebelde, y eso tiene paga, hermano. ¡Rebelde sin causa, pues te sale de la mandinga! Porque aquello que antaño −en la era de los clásicos− se denominaba “seriedad” o, dicho de otro modo −más agresivo y ofensivo y fóbico−, “sensatez”, ahora tú lo cambias por “la ley de la selva, que queda mucho más creativo y rompedor, ¿no te parece?

Tu vida es −a decir verdad− un tanto delicuescente, sin consistencia a tu ton y son, y así −aunque no lo parezca al más descreído−, como eres líquido y escurridizo cual aceite de colza adulterado, no hay quien te cace. Además, cierto es −también hay que reconocerlo− que a ti te es dado aquello que ninguno de los mortales puede ya soñar, que es “estar al margen de la ley” y “el bien mayor” que antes solo se encontraba en ese punto G que a ti tanto te chifla fruir al rebañarte en él.

En aquella época ya prehistórica (la historia, ahora, eres tú), aquello se llamaba “lealtad”, o, dicho en plata: “amor”. ¡Qué ridiculez! ¡Qué anticuado! Va, no te quejes, que, en el fondo, te diviertes, pues al estar por encima del bien y del mal, no hace falta buscarle el porqué a nada, porque “El Porqué” eres tú: la diosa Remenea, viviendo a lo post-del-post-de-lo-más-post que hay, que eres Tú. Y ya está. ¡Al que no le guste, que no mire!

No obstante pasártelo tan bien, el punto G tiene, en tu “versión post” (suena bien, ¿eh?), un inconveniente, y es que de tan agotado y licuado que te deja, al rato ya te sientes pringado y fuera de ti. ¡No hay para menos, ¿es que esperabas más?! Va, cachondo, que todo tiene su final, y quizás sea que −con tus más y con tus menos− has alcanzado ya tu clímax. Porque lo cierto es que −quieras o no− no hay quien te aguante, y acabas por desfallecer noqueado sobre el adoquín de hielo. −¿Te creías Dios?

Anda, abre ese coleto, hermano, que ahora te toca a ti; aunque eso es lo de menos, ya lo verás. Todo tiene su precio, y el tuyo es ni más ni menos que la libertad de coartar la libertad de tus semejantes los seres humanos, hasta que el bumerán te devuelve el topetazo en el cogote, y te tumba… justo y precisamente en tu sobado punto G. ¿Te parece un precio caro? ¿No querías libertad? Pues ahora, ¡¡traga!!

Twitter: @jordimariada

En aquella época ya prehistórica (la historia, ahora, eres tú), aquello se llamaba “lealtad”, o, dicho en plata: “amor”. ¡Qué ridiculez! ¡Qué anticuado! Clic para tuitear

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • Puede que tenga buena intención, pero es un artículo bastante grosero y poco inteligente. ¿Y a qué viene hablar tanto del punto G? ¿No se pueden decir las cosas de otro modo? Parece que de la sexualización no se libran ni los que la critican, muy triste.

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