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Un monstruo voraz

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La lectura del muy interesante y acertado artículo de Miguel Ángel Martínez titulado «Socioneoliberalismo» y publicado en Forum Libertas me llevó a reflexionar sobre los asuntos que plantea y sobre algunas cosas más.

Las líneas que siguen son el resultado de esos pensamientos.

La desregulación neoliberal permite, presuntamente en nombre de la libertad, establecer un sistema de competencia sin límite, una especie de (mal llamada) «ley de la selva», que conduce a un darwinismo social, político y económico en el cual los más fuertes, los más afortunados y los más inescrupulosos son quienes consiguen poder, prestigio y riqueza.

Conforme a los principios tanto capitalistas como socialistas del crecimiento y del progreso ilimitados, estos tres valores se incrementan continuamente y además se concentran en cada vez menos manos. De este modo, la minoría dominante está en condiciones no sólo de eliminar a sus competidores y monopolizar el espacio económico, sino también de efectuar un lavado de cerebro en masa gracias al control de los medios de comunicación.

Los diversos identitarismos (de género, nacionales, culturales, lingüísticos, raciales y todos los demás que puedan inventarse) son empleados con gran flexibildad según convenga, a la vez como herramientas auxiliares y como cortina de humo. Los peligros reales o imaginarios que afectan a países o al mundo entero son manipulados de modo que acaban siempre llevando el agua a un mismo molino.

Estos mismos, que antes predicaban contra toda regulación estatal en nombre de la libertad, ahora, cuando se han hecho con el control del estado, cambian de opinión

En consecuencia, el estado, que ha sido previamente debilitado, se convierte en instrumento en manos de los oligarcas. Estos mismos, que antes predicaban contra toda regulación estatal en nombre de la libertad, ahora, cuando se han hecho con el control del estado, cambian de opinión y, en determinados ámbitos que a ellos les interesan, promueven un estado totalitario. Exactamente lo mismo hacen con las entidades públicas supraestatales, como las Naciones Unidas y sus organizaciones sectoriales, etc.

Un buen ejemplo práctico son las emergencias sanitarias, que en su discurso crecen hasta alcanzar unas dimensiones apocalípticas nunca vistas, sembrando un pavor difuso y generalizado, todo lo cual presuntamente obliga a cercenar radicalmente en nombre de la salud esa libertad por la que ellos mismos clamaban unos años antes.

Estando el conjunto de la economía privada en manos de una minoría que también controla el poder político (estado y organizaciones internacionales) y hasta las opiniones por medio de una propaganda obsesiva, universalizada y uniformadora, llegamos a algo que se parece bastante al llamado «socialismo real» de tipo soviético o maoísta.

Aparentemente, el capitalismo acaba desembocando en el comunismo. Sin embargo, no hay que dejarse engañar: esto no es comunismo, no es socialismo real, es otra cosa, pues la propiedad de los medios de producción sigue siendo privada (¡más privada y concentrada que nunca!) y las diferencias de riqueza entre individuos son infinitamente mayores que en el socialismo real y se acentúan continuamente.

Esta nueva distopía ha sido llamada también «neofeudalismo» y no sin razón, ya que en ella grandes entidades privadas usurpan el poder, substituyen al estado o lo instrumentalizan y someten al individuo que no forma parte de la élite a una situación de cada vez más total vasallaje, suprimiendo a los pequeños empresarios y a los autónomos, imponiendo su voluntad a los asalariados y a los consumidores y ejerciendo una influencia ilegítima pero determinante sobre los poderes públicos.

El trabajo y el trabajador se convierten en pura mercancía de usar y tirar.

Sin embargo, tampoco estamos ante un verdadero feudalismo, pues falta la relación de reciprocidad que se establece entre vasallo y señor y que se concreta en una fidelidad y en unos deberes que obligan tanto al siervo como al poderoso («nobleza obliga»). En lugar de eso tenemos unas leyes «de mercado», de oferta y demanada, que apenas esbozan vínculos fugaces, en todo momento cancelables, y que degradan el trabajo y a las personas que lo realizan. El trabajo y el trabajador se convierten en pura mercancía de usar y tirar.

Lo que se expande y nos asedia no es socialismo real, no es feudalismo, tampoco es fascismo, aunque se parezca mucho a todo esto.

Es otra cosa, es un sistema oportunista que toma de aquéllos lo que le es útil y lo transforma según sus necesidades para emplearlo en su propio beneficio. Y esto no es nuevo, es una situación que viene gestándose desde hace muchísimo tiempo.

Todo se mide y se transforma en dinero. Es el zénit del materialismo oportunista en su más perversa pefección.

Este sistema político, cultural, social y económico (llámesele capitalismo salvaje, neoliberalismo o como se quiera) puede compararse a un organismo con un estómago gigantesco, capaz de digerirlo todo, poseedor de un metabolismo que asimila todo lo digerido, un monstruo voraz que se alimenta hasta de desechos y engorda con ellos, inmune incluso a los venenos que deberían matarlo. Todo se mide y se transforma en dinero. Es el zénit del materialismo oportunista en su más perversa pefección.

A finales de la década de 1970, siendo un adolescente, leí una novela de Sam Hedrin y Paddy Chayefsky titulada «Network, un mundo implacable», libro basado en la película homónima de Sidney Lumet.

Me impresionó mucho cierto discurso que pronuncia uno de los personajes, discurso que nunca olvidé, sobre el que he reflexionado muchas veces y que ahora, en vista de nuestro presente, calificaría de profético:

«Usted es un hombre viejo que piensa en términos de naciones y personas. No hay naciones. No hay personas. No hay rusos. No hay árabes. No hay un Tercer Mundo. No hay Occidente. Sólo hay un sistema holístico, un sistema de sistemas. Sólo existe el poder del dólar, vasto, inmenso, interrelacionado, interactivo, multivariable. Petrodólares, electrodólares, multidólares. Marcos, rines, rublos, libras y sequeles. Es el Sistema Monetario Internacional el que determina la vida en este planeta. Ése es el orden natural de las cosas hoy en día. ¡Ésa es la estructura atómica y subatómica y galáctica de las cosas hoy! (…) No existen los Estados Unidos. No existe la democracia. Solo existen la IBM y la ITT y la AT&T y DuPont, Dow Jones, Union Carbide y Exxon. Ésas son las naciones del mundo de hoy.(…)

Ya no vivimos en un mundo de naciones e ideologías, Sr. Beale. El mundo es una organización de corporaciones inexorablemente determinada por las inmutables leyes de los negocios. El mundo es un negocio, Sr. Beale. Lo ha sido desde que el hombre salió del barro. Y nuestros hijos vivirán, Sr. Beale, para ver ese mundo perfecto en el que no habrá ni guerras ni hambre, ni opresión ni brutalidad; un consorcio empresarial vasto y ecuménico, para el que todos los hombres trabajarán por una ganancia común, una empresa de la que todo hombre poseerá acciones, una empresa que cubrirá todas sus necesidades, sedará todas sus angustias, amenizará todos sus aburrimientos.»(*)

(*) Al no disponer del libro, he tomado el texto de una traducción del guión de la película.

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2 Comentarios. Dejar nuevo

  • Este artículo exige otro: el de la sociedad no capitalista (o anticapitalista, si así lo quisieran llamar).
    Para comparar lo malo con lo peor.
    Así, el régimen absolutista y de pobreza de la Rusia zarista, que fue cambiado por el régimen totalitario, despótico, criminal y de continuidad de la pobreza que se instaló con el marxismo leninismo y posteriormente con el estalinismo, más brutal todavía.
    O el régimen dominante de los reyes franceses derrocado por la revolución de la libertad – igualdad – fraternidad, opresiva y genocida.

    Responder
  • Messerschmidt
    24 mayo, 2023 01:49

    Muchas gracias por el comentario. El artículo no trata de historia, sino de la situación presente y de lo que nos espera. Podríamos remontarnos hasta épocas remotas y hallaríamos otros ejemplos. Las referencias al fascismo, el feudalismo y el socialismo se deben al hecho de que se suele comparar las circunstancias presentes con las de aquellos regímenes extintos, se llega incluso, erróneamente, a identificarlas con ellos, a hablar de un regreso al pasado. En todo caso, los medios de los que, por culpa de la tecnología, dispone el actual «régimen» son incomparablemente más poderosos que los que poseyó cualquier sistema anterior y por lo tanto muchísimo más peligrosos. De hecho, estamos ante un sistema que asume buena parte de los vicios que Ud. menciona, los hace suyos y los suma a los propios. Hay un monstruoso «salto cualitativo». Es la culminación del proceso que Ud. acertadamente insinúa al referirse al despotismo de los reyes franceses, al que sucede una revolución nefasta. Un muy cordial saludo.

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