Los aspectos positivos del Pontificado del papa Francisco son incontables. Su entrega y sencillez, su dedicación a los pobres y marginados junto a la defensa de sus derechos, la disposición a llegar a todas las personas, incluidas las alejadas de la Iglesia, el ocuparse de las periferias, el esfuerzo por despertar las conciencias ante la indiferencia y el descarte, la preocupación por conservar el medio ambiente pero manteniendo el ser humano en el centro de la creación, la austeridad en su vida… y muchas otras. Por todo ello debemos estarle muy agradecidos.
Sus formas han sido novedosas, también en su cercanía a las personas. Su empatía, su humildad, han cautivado a mucha gente. Esta proximidad en sus relaciones, las formas de sus expresiones y explicaciones, contenían un atractivo extraordinario.
Pero tienen también su reverso. Para muchos, al ser tan continuas sus declaraciones y comentarios, perdían eficacia y, en algunos aspectos, resultaban contraproducentes.
El Papa Francisco hacía manifestaciones todos los días, hablaba de continuo. Su locuacidad quizás derivaba de ser argentino. Esto es bueno como comunicación y medio de relación, pero hablar tanto trivializa lo expuesto. Lo que iba diciendo se convertía al final en una opinión más, por muy importante que fuera la persona. Y lo que diga un Papa no debe ser una opinión más, sino algo mucho más sólido.
No hace falta, obviamente, que las manifestaciones de un Papa sean solo y siempre urbi et orbi, pero sí que quienes las escuchen o lean tengan claro que “aquello” tiene un peso mucho mayor, por ejemplo, que lo que diga un presidente de Gobierno. Por ello deben ser menos frecuentes y sobre temas que den que pensar.
Encontrar el equilibrio adecuado entre distanciamiento y campechanía no es fácil, ciertamente.
No hace ninguna falta, al contrario, que un Papa esté siempre al alcance de los micrófonos de los medios de comunicación ni que conceda muchas entrevistas. Que, además, daba la casualidad que eran casi siempre a medios hostiles a la Iglesia. Encontrar el equilibrio adecuado entre distanciamiento y campechanía no es fácil, ciertamente.
Pero, además, el responder a las preguntas de periodistas o de la gente con lo primero que a uno se le ocurre, por muy inteligente que sea, en muchísimos casos es acertado, pero puede llevar también a cometer errores importantes. O al menos dejar ambigüedades que dan paso a consideraciones y criterios en muchas personas que probablemente se aparten del propio pensamiento del Papa. He ahí un par de ejemplos:
Sobre las familias amplias
Le preguntaron sobre familias amplias y respondió que no había que ir teniendo hijos “como los conejos”. Es una verdad, los matrimonios no han de reproducirse como los conejos, pero si uno deja ahí la frase sin complementarla, lo que se dedujo es que desaprobaba, o por lo menos menospreciaba, a las familias numerosas.
Cuando se da la circunstancia que, entre los cristianos, los matrimonios que tienen familias numerosas son en su mayoría aquellos matrimonios que siguen con fidelidad la doctrina de la Iglesia y en sus relaciones íntimas no cierran las puertas a la vida. No es precisamente por comodidad y egoísmo el tener muchos hijos, sino lo contrario, muestra de entrega y de amor a Dios. Entre los católicos, posiblemente los más conscientes de la paternidad responsable son los padres de familias numerosas. Aunque días después matizara, lo que quedó es lo anterior.
Sobre los homosexuales
En la respuesta que en julio de 2013 dio a un periodista en el avión en el retorno del viaje a Río de Janeiro con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud. Le preguntaron sobre los homosexuales y respondió con gran acierto; “Si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarle?”. Esta frase se la apropiaron en el mundo entero.
Siendo magnífico lo dicho, al no complementarla dando la doctrina de la Iglesia, o recordando que “Hombre y mujer los hizo”, o que hay que respetar a la persona homosexual, pero no es aceptable la imposición que a nivel mundial se está haciendo del homosexualismo… ha creado un problema. Lo utilizan los gais y los promotores de la ideología de género, y tal expresión, junto a otras actuaciones del Papa en este campo, ha paralizado a muchos católicos en la defensa de la familia tal cual Dios la creó. “Si el Papa lo acepta… ¿cómo me voy a oponer yo al matrimonio gay?”, dijeron muchos.
El próximo Papa, por el que ya rezamos los católicos, aunque no sabemos quién será, creo que será menos locuaz que su predecesor.
Esta proximidad en sus relaciones, las formas de sus expresiones y explicaciones, contenían un atractivo extraordinario. Pero tienen también su reverso Compartir en X
2 Comentarios. Dejar nuevo
Son en realidad numerosas las desafortunadas declaraciones (que al menos falta a la virtud de la Prudencia) de este papa, que han sembrado desconcierto, dudas (todo lo contrario del verdadero Francisco: Donde haya duda ponga yo la fe) y aún mucho dolor, como es el caso de sus declaraciones sobre Cuba y de la «confesión» de su relación «humana» con el brutal y sangriento dictador Raúl Castro.
En su paso por Chile (mi país) desplegó un compendio de desaciertos y errores en el caso Juan Barros.
El Papa, aunque hable ex cátedra, siempre que esté expuesto al ojo público, siguen siendo Papa , y debe obrar y hablar con la dignidad y prudencia que le exige el cargo.