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Una sociedad cristiana y la nueva Corriente Social

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¿Tiene sentido, después de la Ciudad de Dios y todo el recorrido hasta llegar a Maritain y su Nueva Cristiandad, hablar de construir ahora y aquí una sociedad cristiana? ¿Tiene sentido después de que en la mayor parte de Europa, y España no es excepción, se haya producido la Gran Apostasía y el poder y la cultura dominante, que viene a ser lo mismo, se empeñen en hundirnos en sus terribles consecuencias vitales y materiales?

La respuesta es que sí, siempre que precisemos en qué términos hablamos de construir una sociedad cristiana, que no solo es ahora, en tiempos de policrisis y permacrisis como consecuencia de la cultura hoy hegemónica, un propósito, sino una necesidad vital porque los recursos del cristianismo son los únicos que pueden impedir el hundimiento… como en otras ocasiones en el pasado.

En los siglos XII o XIII, Europa era una sociedad cristiana. Esto significaba que los valores del Evangelio podían ser violentados, pero que nadie olvidaba que eran el criterio para vivir según Dios, que constituía la única razón decisiva. También eran los criterios para vivir según la plenitud humana y ambas cuestiones coincidían. Dios no era negado en aquella sociedad, a pesar de que con frecuencia fuesen transgredidos sus mandatos. Era una sociedad donde había un tensor que atraía hacia un determinado horizonte de sentido, definido por el cristianismo.

Ahora, se trata de construir una sociedad cristiana, no porque compartimos una misma fe, que en definitiva es un don de Dios, sino la cultura cristiana y sus obras, que solo requieren de la razón. Este es el marco de referencia. Surgido de la fe, pero que no requiere de la fe para asumirlo, sino que su aceptación radica en la bondad de lo que propone, del bien que genera. La fe sí es necesaria para mantenerlo sin que se degrade, pero no es la condición de pertenencia al marco de referencia, ni el objeto de sus instituciones civiles. Se requiere tan solo de una determinada cultura asumida como mejor porque permite una vida superior para todos y una victoria sobre las crisis que nos están destruyendo. En lugar de hundirnos más y más en ella.

Porque la responsabilidad fundamental, la raíz de las crisis que vivimos, radica en la cultura dominante, basada en el individualismo relativista y hedonista, que pretende la autodeterminación total del ser humano; es decir, la ruptura de todo vínculo, incluso el más elemental y evidente, el que determina su propia biología. En este contexto, la ideología de género y la ideología queer son agentes particularmente eficaces de esta destrucción. La ideología del feminismo de la lucha de géneros, de la autodeterminación de sexo con todas sus brutalidades, la ideología woke, la cultura de la desvinculación y del relativismo guiado por el emotivismo, que ha expulsado toda la razón de nuestra vida personal y colectiva, han convertido el bien en un sentimiento y la justicia en una preferencia subjetiva.

Su fracaso es absoluto, total, y nos lo muestra la realidad de la sociedad. Tanto es el fracaso, que ha sido necesario acuñar un nuevo concepto, el de  policrisis, con sus daños inacabables que no se resuelven, que se acumulan y ramifican, porque la última desplaza la memoria de la anterior, pero todas siguen vigentes. Incluso muchas de las medidas que adopta el poder para abordarlas no hacen otra cosa que añadir nuevos problemas.

En esta sociedad en crisis, el hombre ha de ser castigado por el hecho de ser hombre, porque quiere el mal de la mujer por el hecho de ser mujer y lo positivo es que el adolescente elija su sexo y así, hormonado, camine por la senda de su felicidad. De esta manera, han conseguido construir una crisis antropológica total.

En todo este caos, las élites económicas han conseguido algo fantástico -para ellas-. La desigualdad económica es secundaria y la única que cuenta es la que existe entre hombres y mujeres, sin atender para nada las diferencias de grupo social, de clase, generadas por el modo de producción. Solo cuentan las diferencias entre heterosexuales y personas que se definen como homosexuales, bisexuales, transexuales e intersexuales (los antes calificados técnicamente como hermafroditas) a los que la ley catalana de esta materia añade, por si fueran pocos, los travestis. La  maternidad es una opción entre tantas, y además, sospechosa si es fruto de un emparejamiento sólido, de un matrimonio, y no la principal, como correspondería, dado que es la que otorga la plenitud del ser a la mujer y debería ser socialmente reconocida y económicamente premiada.

Todos y cada uno de los problemas, crisis, rupturas y daños, que sufrimos, encuentran mejor respuesta en la concepción cultural, el humanismo cristiano, que es la alternativa específica e integral a toda la cultura dominante, aquella que nos está destruyendo. El modo de vida cristiano surge del criterio de vivir como si Dios existiera, de asumir que el amor real basado en la donación y la entrega es el fundamento de la buena vida y de la buena sociedad, que el respeto entre todos y ponernos en el lugar del otro, no desear para él lo que no se quiere para uno mismo, son condiciones esenciales para el bien vivir que surgen de una concepción cristiana que no necesita la fe para ser asumida porque forman parte de la ley natural común a todos los hombres.

La  respuesta a tantos daños y alternativas también consiste en considerar que los fundamentos y criterios de la concepción socialcristiana son óptimos para guiar la economía, la política y las instituciones, porque garantizan mejor el bien común, la solidaridad, la participación real, el destino universal de los bienes, la subsidiariedad, la justicia, la libertad y la verdad a la que sirve y que es la condición de necesidad de todo.

Todo esto define el marco de referencia óptimo para vivir bien. Las escuelas funcionarían mejor, las empresas serían más productivas y los trabajadores estarían más satisfechos. La política sería de verdad un servicio a la gente, y la mujer sería valorada y respetada por sí misma, sin necesidad de tantos jueces, leyes, policías y encarcelamientos, que poco consiguen. Pero, además, este respeto y protección se extendería a la infancia y a la vejez, que hoy están afectados por una violencia invisible que el poder no quiere reconocer porque para él, y por razones solo ideológicas, hay que centrar toda la atención en la violencia contra la mujer.

El sufrimiento del cuerpo y del espíritu sería bien atendido, cuidado, paliado, incluso la muerte sería vista con otros ojos. La mentira y la infidelidad, el engaño y el egoísmo, la ira y la violencia injusta serían mal vistos y socialmente rechazados y, por lo tanto, mucho mejor controlados. Los jóvenes y adolescentes educados en las virtudes y valores cristianos se realizarían mejor, su vida sería más sólida y estable, porque tendría sentido incluso a pesar de sí mismos, y los resultados escolares serían extraordinariamente más buenos.

Los avances científicos y técnicos estarían al servicio del bien y de la justicia y así afrontaríamos mejor el cambio climático, la transición ecológica, la digitalización, la extensión en sus aplicaciones de la inteligencia artificial y la robótica. La conciencia de que somos administradores de lo creado permitiría un mejor enfoque de todo el problema ambiental.

Es evidente que todos estos hechos beneficiosos, estos criterios y principios, serían vulnerados una y otra vez, porque está en el corazón de muchos seres humanos el que así sea, pero existiría una gran diferencia con la cultura actual, una gran ventaja. Porque la nueva cultura está dotada de estabilizadores automáticos que tienden a corregir toda distorsión, recentrándola. El nuevo  marco de referencia, el horizonte de sentido, el sentido común, los valores compartidos constituyen el gran tensor que nos empujaría continuamente a respetar y mantener aquellos valores y virtudes, aquellas concepciones de base cristiana y, por tanto, a construir cotidianamente el reequilibrio, la rectificación y el arrepentimiento.  El resultado de esta gran inercia sería el de unos costes sociales, de transacción y de oportunidad, mucho menores y, por consiguiente, un estado de bienestar más sólido y viable, porque con los mismos recursos alcanzaríamos a satisfacer las necesidades.

Este relato alternativo, integralmente alternativo, lo encarna hoy la nueva Corriente Social Cristiana, presentada en Barcelona el pasado fin de semana. Surge precisamente en uno de los lugares que, estadísticas en mano, es de los más descristianizados de España. Usa un nombre que ya es una declaración de principios para terminar con el complejo de que “lo cristiano” ha de esconderse en el espacio público para ser eficaz.

Constituye un movimiento para actuar en la política y la cultura subyacente. Un movimiento aconfesional, que se fundamenta en la cultura cristiana y su doctrina social, y que es el primer gran proyecto para unir bajo un mismo propósito a quienes siguen al Dios cristiano, fuente de todo bien, justicia y belleza y a quienes sin creer o preguntarse sobre Dios, comparten aquella cultura y política que aquella concepción ha construido a lo largo del tiempo, con una aportación sucesiva de respuestas a las diversas crisis humanas y de  sociedad; que acredita empíricamente que ha sabido aportar siempre la mejor respuesta, desde tiempos tan lejanos como la caída del Imperio Romano de Occidente en el siglo V, hasta el último renacimiento europeo después de la II Guerra Mundial, que ha dado lugar a la unión y paz europea y a los llamados “treinta gloriosos años”.

Hoy este legado también está muy dañado, y es una razón más para acudir, con las coordenadas de nuestro tiempo, al recurso moral, intelectual y práctico que la cultura cristiana sigue aportando. La Corriente Social Cristiana es la voluntad organizada de empezar esta ingente tarea.

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2 Comentarios. Dejar nuevo

  • Fernando Ugalde Abaroa
    12 febrero, 2024 17:56

    Todas estas pretensiones humanas de construir paraísos en la Tierra están irremediablemente condenadas al fracaso.

    No sólo los paraísos – llamémoslos ateos – como la Revolución francesa y las dictaduras comunistas, que terminaron en verdaderos infiernos. La Revolución cubana iba, no solo a construir el socialismo sino a crear «el hombre nuevo» ( la mujer, muy bien gracias); 64 años después el país solo ofrece pobreza y esclavitud para el pueblo. La Revolución bolchevique iba a construir el comunismo y terminó en un verdadero festival de latrocinio y corrupción.

    También los proyectos cristianos. La situación idílica de las primeras comunidades cristianas en que «ponían todos sus bienes en común y se repartía a cada cual según su necesidad” no sólo no se propagó al resto de la sociedad, sino que tampoco resistieron la prueba del tiempo. Lo mismo ocurrió con las Misiones Jesuitas en Latinoamérica, tan bien ilustrado en la película La Misión.

    En cuanto a la Corriente Social Cristiana, yo viví la experiencia en Chile, mi país, durante la segunda mitad de los 1960. La Democracia Cristiana, su partido representativo, ofreció la Revolución en Libertad al país, la que terminó entregando el país en bandeja al gobierno marxista de la Unidad Popular…el camino del infierno está pavimentado de buenas intenciones. Ni hablar de otros referentes como los Cristianos por el Socialismo, Izquierda Cristiana, Teología de la Liberación, etc. que no son otra cosa que marxismo encubierto.

    Jesús mismo nos dice que el Reino está en estado embrionario pero no es de este mundo. Nos llama a ser sal de la Tierra y levadura en la masa.

    Apliquémonos entonces a ser buenos cristianos y el resto, en el aquí y ahora, se nos dará por añadidura.

    Responder
  • Silveri Garrell
    13 febrero, 2024 10:08

    Para mi todo el defecto viene de los sacerdotes, antes había muchos y ahora hay pocos. La solución pasa por instaurar el celibato opcional y que el sacerdote además de sus funciones sagradas pueda ejercer cualquier oficio para mantener su familia y de este modo la Iglesia se ahorra mucho dinero en pagar a los curas. Falta la celebración de la Misa en muchos templos por falta de sacerdotes, pues que saquen los sacerdotes de las filas de hombres casados y listos. Es que en estos tiempos de cultura humanística en que los hogares estan repletos de libros esto del Celibato Obligatorio ya no cuela, era antes en que la gente era iletrada, los sacerdotes eran personajes mitológicos y se les besaba la mano en la calle. Los sacerdotes son hombres cómo los demás y con su cargo adjunto Ministerial, y punto. Si no hay obreros en la mies no habrá cosecha.

    Responder

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