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La verdad nos hará libres

Libertades

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Vivimos en una época donde la mentira se ha convertido en estrategia, la ambigüedad en virtud, y la apariencia en norma.

Una sociedad de caretas, donde lo importante no es lo que uno es, sino lo que aparenta ser.

Donde los políticos mienten sin rubor, los medios manipulan sin pudor y muchos ciudadanos asumen como normal que el fin justifique los medios. Pero esta normalidad no es neutral: corroe la conciencia, degrada la convivencia y vacía el alma.

“Si permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31-32).

Este mensaje de Cristo, recogido por San Juan, es el corazón de la libertad cristiana: no hay verdadera libertad sin verdad. No hay libertad en la mentira, en el autoengaño, en la manipulación. La verdad no es una opinión ni una construcción subjetiva: es una realidad que se impone con humildad y transforma desde dentro.

San Juan Pablo II, incansable defensor de la dignidad humana, eligió precisamente esta frase como lema de su pontificado. En una de sus catequesis, advertía: “El hombre está hecho para la verdad, y no puede vivir sin buscarla, sin adherirse a ella”.

En un mundo donde todo se relativiza, donde incluso el mal se reviste de bien con tal de ser aceptado, la verdad se vuelve incómoda, y por eso se silencia o se deforma.

Hoy más que nunca necesitamos hombres y mujeres que vivan en la verdad, aunque eso les cueste popularidad, éxito o poder. Que no vendan su conciencia por un aplauso. Que prefieran el silencio digno a la mentira cómoda. Porque sin verdad no hay justicia, no hay bien común, no hay esperanza.

Decir la verdad no siempre nos hará quedar bien. Pero nos hará libres. Y eso, al final, es lo único que realmente importa.

Muchos jóvenes viven atrapados en una cárcel invisible: la presión de aparentar. Redes sociales repletas de filtros, sonrisas falsas, cuerpos irreales y vidas perfectas. Detrás de todo eso, una generación que sufre en silencio porque no se siente suficiente. Porque han aprendido a mostrar, pero no a ser. A esconder el dolor tras una pantalla, pero no a enfrentarlo con verdad.

No es casualidad que aumenten la ansiedad, la depresión y la tasa de suicidio entre adolescentes y jóvenes adultos.

No se trata solo de fragilidad emocional: es una desconexión profunda con la verdad sobre uno mismo. Y cuando uno no sabe quién es, termina siendo lo que los demás esperan. Pero eso no es libertad. Es esclavitud.

También en el mundo profesional se premia la mentira sutil: inflar el currículum, esconder los errores, decir lo que conviene. Y quien quiere ser honesto, muchas veces es marginado, tachado de ingenuo o incluso castigado.

Pero ser fiel a la verdad, incluso en lo pequeño, es lo que forja el carácter con solidez y credibilidad.

Ahí está el ejemplo heroico del Cardenal François-Xavier Nguyên Van Thuân, encarcelado durante trece años por el régimen comunista en Vietnam. Se le ofreció la libertad a cambio de negar su fe, de firmar una mentira. Nunca lo hizo. Sufrió, sí. Pero fue libre incluso en la prisión, porque vivía en la verdad. En sus memorias escribió:

“He decidido vivir el momento presente, colmándolo de amor”. Solo alguien que vive en la verdad puede hablar así desde una celda.

Seguir la verdad no siempre es cómodo. A menudo implica reconocer que hemos vivido en el error, que hemos sostenido ideas, actitudes o comportamientos que no eran justos.

Volver a la verdad exige humildad para admitirlo y valentía para asumir las consecuencias.

Pero precisamente ahí comienza la verdadera libertad: en la reconciliación con la realidad, en la decisión de vivir con coherencia, aunque cueste, aunque duela, aunque nos obligue a empezar de nuevo.

Por eso, hoy más que nunca, necesitamos adultos valientes que enseñen a los jóvenes a vivir en la verdad. Padres, educadores, formadores, testigos silenciosos en un mundo ruidoso: mostrad con vuestra vida que no es necesario disfrazarse para ser aceptado, que no hace falta mentir para tener éxito, que la libertad nace de ser quien uno es, no de aparentar lo que no se es.

Y no lo olvidemos: la mejor forma de enseñar es con la coherencia entre lo que dice la boca y lo que hacen el corazón y los actos.

Los jóvenes, hartos de un mundo de dobleces, buscan referentes auténticos. Y lo que más les llama la atención no es un discurso brillante, sino una vida coherente, vivida con sencillez, con ideales verdaderos y actitudes firmes.

Que nuestra vida, más que nuestras palabras, sea el testimonio de que vivir en la verdad no solo es posible, sino deseable. Porque solo quien vive en la verdad, vive de verdad.

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