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Tiempos de rescate (I): en clave de rescate

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Hacer un retrato del tiempo en el que a cada uno nos toca vivir no es trabajo fácil, ni en esta época ni en ninguna, por varios motivos, entre otros por la cantidad de notas y variables que entran en juego. Digamos que, en todo caso, los rasgos de cada época son siempre una maraña en el que se encuentran interrelacionadas causas y consecuencias en gran número.

Pensando en el que nos está tocando a nosotros, solo me quiero fijar en una nota que viene llamando mi atención desde hace algún tiempo: el rescate.

En mi opinión, vivimos tiempos de rescate porque vivimos en tiempos de cautividad. Si esto es así, y  a mí me parece que sí lo es, el rescate se nos ofrece como una clave para entender la existencia en este momento. Nos va en ello la libertad. Al hombre de hoy le puede parecer que nada en aguas de libertad, pero esto es un espejismo con el que nos autoegañamos fácilmente. Nos lo puede parecer porque vivimos en una sociedad llamada liberal, bajo el paraguas del liberalismo político y económico, pero lo cierto es que el liberalismo no nos libera de nada, a pesar de su nombre y por más que se ufane de haber implantado un sistema político de libertades.

¿Cómo se puede decir esto?

Se puede decir porque lo único que nos libera es vivir en la verdad y hoy la mentira y el error campan a sus anchas, tan a sus anchas que son muchos los que niegan la posibilidad de existencia de la verdad objetiva con la cantinela de que la verdad ha caducado y ahora es el tiempo de la post-verdad y la verdad líquida, o lo que es lo mismo, la de la mentira y el error.

Recomiendo vivamente un artículo de Julián Marías publicado por ABC el 16 de enero de 1997, titulado “¿Por qué mienten?” en el que este pensador analiza someramente nuestra propensión a mentir.

Yo no sé si hoy mentimos más o menos que en el siglo pasado, pero sí me parece que en nuestros días, en general, mentimos con mayor descaro, a sabiendas, presumiendo de ello y, por eso mismo, sin ningún propósito de enmienda. Por eso digo que, en mi opinión, la mentira y el error campan a sus anchas. La mentira y el error, que son los dos contrarios a la verdad, hoy han alcanzado un elevado grado de institucionalización y además van por libre; es decir, hay mucha falta de verdad en los individuos y hay mucha falta de verdad en los grupos sociales.

Por eso tenemos una necesidad de rescate que es prioritaria, es decir, que está objetivamente por delante de otras necesidades. Necesitamos ser rescatados de muchas cosas, en primer lugar de la mentira y del error.

Si Dios quiere, hablaré sobre esto en el próximo artículo. En este de hoy, me limitaré a justificar el título, “tiempos de rescate” ofreciendo una vista panorámica amplia sobre esta cuestión.

  • Los rescates que más suenan desde hace unos años en España son los que se producen en el Mediterráneo y en el Atlántico. Tanto en uno como en otro son miles los rescatados y son miles también las víctimas a las que no se ha podido salvar. En estos viejos mares, más zarandeados por la historia que por el viento, los rescates por naufragios o por peligro de naufragio están aconteciendo un día sí y otro también. A poca conciencia humanitaria que uno tenga, no puede sino conmoverse con las imágenes y la información que nos llega, y a la vez, alabar el trabajo arriesgado de muchos profesionales y voluntarios que están salvando la vida de quienes huyen del hambre, de la guerra, de la esclavitud o de la violencia desatada.
  • Estamos viendo rescates continuos en las carreteras por accidentes de tráfico, en incendios, en la nieve y en las playas, rescates de excursionistas perdidos en los montes o atrapados en las cuevas, rescates de entre los escombros en los numerosos terremotos que se suceden en diversos puntos de la tierra, etc.
  • Hay un tercer grupo de vidas rescatadas cuyos rescates son silenciosos y silenciados, de los que, fuera de algunos ambientes provida, no se oye hablar jamás y son los rescates de niños cuyos padres habían decidido abortarlos.

Los rescatados son un número muy exiguo si se compara con el número de abortos, que nadie sabe cuántos son porque solo tenemos los datos oficiales, que, además, siendo una enormidad, no recogen todos los que se están produciendo (píldoras abortivas, abortos ilegales, etc.). En todo caso, sea el porcentaje de rescatados todo lo exiguo que sea, se trata de vidas extraordinariamente valiosas.

Aunque el valor de la vida humana no es cuantitativo, en cada uno de estos casos a quienes se rescata es al hijo y a su madre, y a veces a la familia entera. Pero también es valioso porque los rescatadores están ofreciendo un testimonio audaz y valiente para quien quiera verlo y dejarse interpelar.

Si los del Mediterráneo y el Atlántico son dignos de encomio, no merecen menor elogio los que hasta ahora venían salvando vidas inocentes animando a las madres a seguir adelante con sus embarazos, a veces en la intimidad de una conversación confidencial, a veces plantándose delante de las clínicas abortistas, desafiando toda suerte de contrariedades. A partir de ahora, con las nuevas leyes que castigan hasta el hecho de rezar en la calle, es de suponer que solo quedará la posibilidad de rescates clandestinos, fuera y al margen de esta ley inicua, que no solo prohíbe y castiga el rescate de vidas humanas por la vía legal, sino que por la vía de los hechos acabará imponiendo el imperio del silencio en el tema del aborto.

Hasta ahora, para hacer frente a la cultura de la muerte se necesitaba armarse de un plus de fortaleza psicológica y de compromiso moral digno de elogio. A partir de ahora, lo que se necesitan son héroes; hoy no valen solo los comprometidos moralmente con esta lucha que recen y hablen (que no es poca cosa), hoy la cultura de la vida necesita, además, de héroes dispuestos a soportar las afrentas y las sanciones que decidan imponer quienes apliquen el nuevo ordenamiento legal.

  • Un cuarto campo de rescate muy importante, decisivo para el presente y el devenir de nuestra sociedad, es el del matrimonio. Si un matrimonio quiere poner fin a su compromiso, sabe que tiene toda suerte de facilidades para hacerlo, pero muy probablemente se verá desamparado si se encuentra en esa situación de duda en la que los dos esposos, o cualquiera de ellos, no saben muy bien hacia dónde tirar ni qué hacer, si continuar con el matrimonio o pedir el divorcio. Este es un campo para el rescate que, como en el caso anterior del aborto, cuenta con escasísimos rescatadores.

¿Adónde y a quién acude un matrimonio que empieza a verse tentado de ruptura? ¿Dónde encuentran dos cónyuges a alguien que les eche una mano cuando atraviesan una crisis de luz?

En el matrimonio hay dificultades de diversa índole (económicas, de relación, de convivencia, laborales, etc.), y por dificultades pasan todos los matrimonios, pero las más graves son las crisis de luz. Consisten estas en que los esposos, o bien dejan de mirarse, o bien, mirándose uno a otro, ya no se ven como se veían, se miran y no ven claridad en su camino, sino una oscuridad que les lleva a la ruptura…

No puedo hablar con un conocimiento exhaustivo de las vías de ayuda a este inmenso drama, pero fuera de la Iglesia y de algunos gabinetes de psicología o de mediación familiar comprometidos con el bien de la familia, que animan y ayudan a los cónyuges a seguir unidos, la situación me parece desoladora y destructiva, porque a donde empuja el ambiente es al divorcio y a nuevas uniones. Y si atendemos a los números de rupturas registradas, tampoco parece que los agentes de rescate estén ganando en este frente.

  • En quinto lugar está el rescate de la educación y la cultura, del cual hoy vamos a decir poco porque espero dedicar a él algunos artículos más. Basta por ahora con señalar que hoy la cultura y la educación han de ser rescatadas porque vivimos en tiempos de barbarie.

La barbarie se ha instalado entre nosotros no como una excrecencia social, sino ganando cada día mayores cuotas de normalización. Podríamos hablar de un sinfín de ejemplos, y algunos bien recientes, pero por ahora es suficiente con fijarnos dos: uno, el vandalismo que acompaña a innumerables eventos multitudinarios, algunos reivindicativos, como manifestaciones y protestas y otros de carácter “festivo”, como conciertos o partidos de fútbol; el otro, la reciente campaña de ataques a obras de arte muy significativas de grandes museos, una campaña que no deja de ser un eslabón en la cadena de acciones al movimiento woke, nacido en Estados Unidos.

Es necesario y urgente rescatar la educación y la cultura y esa tarea nos toca a todos los que nos veamos llamados a ella, pero especialmente a las familias. Su papel es tan decisivo en este campo que si ellas no lo hacen, probablemente el rescate se quede sin hacer.

  • En sexto y último lugar están los rescates para la vida del espíritu. Vivimos en tiempos de rescate también en la Iglesia, a nivel espiritual, además de lo dicho sobre la vida, el matrimonio y la cultura. También hoy son muchos los bautizados que necesitan ser rescatados para la fe que un día recibieron y que por diversos motivos han ido olvidando o dejando apagar, y que volverían a retomar si encontraran una mano salvadora y una acogida fraterna.

No son pocos los que formal o informalmente han renunciado a la fe que recibieron. Otros muchos han dejado la Iglesia para quedarse en tierra de nadie, y hay otro grupo bien nutrido al que pertenecen quienes, sintiendo la necesidad de cultivar la vida espiritual, han venido a sustituir las prácticas de piedad del verdadero culto al verdadero Dios, por sucedáneos espirituales de culto a sí mismo y a la vez panteístas, y que son incompatibles con la fe recibida en el bautismo.

De estas espiritualidades engañosas hay una oferta variadísima y creciente, generalmente venida de la mano de las sectas o de los innumerables cauces por los que discurren las ofertas de la Nueva Era: yoga, chamanismo, ocultismo, cursos de milagros, reiki, meditación trascendental, satanismo…

Si todos los rescates anteriores son valiosos, este rescate para la fe lo es más aún, porque se sitúa en el centro mismo de la misión de la Iglesia, que no es otra que la que tuvo su fundador, Jesucristo, el Señor, el cual vino a predicar y establecer el reino de Dios en la tierra, como primicia y adelanto de la vida del cielo. Misión de rescate la de Cristo y misión de rescate la de la Iglesia. Decir que lo suyo fue una misión de rescate no es una manera de hablar, sino aceptar literalmente sus palabras: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 28).

Para terminar esta primera entrega, solo añadiré un dato que me parece de gran interés: no se rescata a la gente ni a masas, sino a personas. Los rescates se hacen siempre uno a uno, persona a persona, aunque sean grupos enteros o multitudes a los que haya que rescatar.

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