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Paz mundial, dignidad de la persona y espíritu de la no violencia

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En la invasión de Rusia a Ucrania, la mayoría de los países condena la acción de Putin, y algunos están a su favor. El miedo de la catástrofe de una guerra nuclear está presente en estos tiempos en que vuelve a enfrentarse el expansionismo ruso con pueblos de Europa. Precisamente fue Kiev la cuna de Rusia, pero los genocidios estalinistas provocaron un alejamiento definitivo.

Además, vemos que detrás de esa contienda están intereses económicos. En primer lugar la industria bélica que es la más grande del mundo, en segundo lugar los especuladores, pues todo depende de esos grandes gigantes de la economía que ponen precio a los alimentos y a los combustibles. Los límites de la destrucción de la guerra parece que está calculada para que no afecte a una escalada imparable, pienso que las diplomacias se encargan de ir midiendo al otro como en una pelea de gallos, pero de modo que no haya humillación rusa porque puede enloquecer su líder, y usar armas nucleares. Es una partida de ajedrez, de larga duración, a mi parecer.

Además, Estados Unidos ve que Rusia ya no es la potencia que era, tiene un peso económico pequeño comparado con cualquier país occidental, en cambio, China sí tiene poder de hacerles competencia. Pero en ese equilibrio de poderes, pienso que China no puede posicionarse, pues es el bazar de Occidente y no se puede arriesgar a perder ese mercado para el que está produciendo y que le permite su propio crecimiento.

Desde el hombre primitivo ha habido guerras, y en la formación de los países actuales también, a lo largo de su historia: Inglaterra, como España y tantos países, han sufrido este tipo de injusticias, y así como los primitivos fueron caníbales, hoy también vemos una violencia gratuita, hacer daño, una erótica del horror de quien inculca una idea de conquista y terror a los demás.

Cada tierra del mundo ha sido regada con sangre de las guerras, la paz romana fue a costa del sometimiento de los pueblos conquistados, y así muchos enfrentamientos entre naciones, sólo se necesita la fuerza bruta para apoderarse de las posesiones de otros. Y lo mismo que Europa, África, América, Asia… En lugar de priorizar la dignidad de las personas, se someten las personas a una idea que se les ha metido en la cabeza a unos gobernantes.

Pero hoy es distinto, no vende la idea de patria por la que se muere, muchos prefieren huir, ya no participan de esas mentiras, no quieren combatir por la idea de unos líderes ambiciosos.

Pienso que mientras que muchos rusos están esclavizados a luchar por la idea de su gobernante, sin embargo, muchos ucranianos sí están dispuestos a morir por la libertad de su nación. Otros pueblos de Ucrania del Este tienen afinidad con Rusia, y ahí empezó el conflicto, con los nacionalismos. Los dictadores suelen tener el corazón vacío (T. S. Eliot, en 1925, escribió el famoso poema The Hollow Men, Los hombres vacíos).

Lo mismo que el principio irracional y caníbal del expansionismo colonial se cebó en África, vemos ahora en Ucrania el horror tenebroso de esos corazones sin humanidad. Hemos visto como se masacraban personas mayores y niños en los pasillos de evacuación, rompiendo toda norma humanitaria más elemental. Vemos como se atacan barrios residenciales buscando represalias por acciones militares del enemigo.

Ante esas ideas que llevan a matar, y sirven de pretexto para esa banalidad del mal (como decía Arendt, o está genialmente expresado en otra novela, El señor de las moscas), hemos de proponer, construir una ética sustentada con la colaboración de la comunidad internacional, donde sea la dignidad de la persona lo central, lo sagrado, la imagen de Dios impresa en ella.

“No hay camino para la paz, la paz es el camino”, es el mensaje de no violencia de Gandhi en el siglo XX, y veo que ahí resuena el espíritu de Jesús, que indicó que la Ley del Talión debía ser superada con la paz. A este respecto también dijo Gandhi: “Ojo por ojo y todos acabaremos tuertos”. Es decir, que la guerra no favorece a ninguna de las partes. Nunca. Cuando empieza la guerra ha acabado el buen uso de la razón.

La solución: elevar el nivel de consciencia de las personas, con la educación de la interioridad

La violencia es el lenguaje de los débiles, de los que no tienen inteligencia y se dejan llevar por los instintos, y engendra más violencia. Estas ideas de ética social no quitan que la legítima defensa se ejerza ante una agresión, el agresor injusto debe ser repelido. Pero, ¿cómo compaginar esos aparentes contrarios? Pienso que solamente con la educación de la interioridad, con la espiritualidad, subiendo el nivel de consciencia de las personas. No hay otra solución a los conflictos. El modo en que pueda avanzar la política internacional, el derecho internacional, no es otro que mejorar esa educación de las consciencias, y establecer un sistema de instancias jurídicas supranacionales que protejan esa dignidad de la persona, digamos un sistema judicial que no tenga implicaciones de intereses de ningún tipo, más que proteger esa dignidad de las personas.

Porque “la guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian, se matan entre sí por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan” (Erich Hartmann). Los intereses económicos están detrás de los deseos de poder y de destrucción de los líderes que causan esas guerras.

Algo nos dice que un conflicto no se puede solucionar en el mismo nivel que se produce, porque a veces ese conflicto no se soluciona y pierden las dos partes. Es necesario entenderse, y si no, ir a una instancia superior para que ayude a resolverlo; instancias que han de remodelarse, actualizarse o incluso crearse, pues se ha roto el equilibrio en ellas ahora mismo.

Aunque el sistema internacional de Occidente ha avanzado mucho en pocos días desde la invasión rusa en Ucrania, queda mucho por hacer. No sabíamos si la OTAN tenía aún sentido. En los años 90 hubo un acercamiento de Rusia a Europa (y alguno sintió que fueron rechazados). Sí vemos que no puede tener el control del armamento nuclear un loco, que hay que regular mejor todo eso. Putin no se muestra inteligente, su astucia se basa en la violencia física, eso es lo que distingue sus mentiras de las de otros dirigentes.

La diplomacia y el diálogo

Y pienso que la única  solución para la guerra de Ucrania pasa por el diálogo entre las dos partes, y ya se sabe que negociar es estar dispuestos a perder algo para conseguir algo mejor, porque a veces retroceder un paso es avanzar dos: si una tierra ahora tiene un régimen político poco adecuado con sus habitantes, mañana volverán a tener la libertad de unirse a quienes de verdad les representan. Los ideales de patria, nación, más bien se ven hoy superados en una idea de comunidades supranacionales, en el caso de la Unión Europea para Ucrania que les protejan de cara al futuro. Los cientos de miles de vidas sesgadas bien valen un acuerdo.

Ponerse del lado del agredido se ha hecho hasta ahora, con medidas económicas y ayuda de todo género a Ucrania. Es una vergüenza que por intereses económicos algunos países no hayan condenado la invasión, como también es una pena que se haya provocado esa invasión con actuaciones asesinas por parte de algunos ucranianos en los pueblos del Este del país, hacia los pro-rusos, que han servido de pretexto para los afanes expansionistas rusos.

Una regla de oro que no puede negociarse es el asalto a la población civil. Si se llega a una situación crítica, es necesaria una “injerencia humanitaria” por parte de países que manden ejércitos para contener la masacre. ¿De qué manera, y a partir de qué momento crítico? En el caso de Kósovo, la situación fue clara. Por tanto el espíritu de no violencia ha de compaginarse con la justicia, cosa también difícil en el nivel de consciencia de muchos de los protagonistas.

También es importante acotar la violencia a la zona invadida a través de envío de armas o de voluntarios que sean soldados de apoyo al pueblo ucraniano para defenderse de la invasión (llamémosle “injerencia humanitaria”) si llega ese momento crítico, eso también me parece razonable.

Esperemos que la diplomacia contenga esta desgracia que va a más, y que nos sirva a todos para tomar el poder de la participación política y libertad a través de unos cauces que son difíciles de diseñar, pero que no sabemos cómo serán, si una rebelión del pueblo ruso ante su dictador, que está siempre maquinando en hacer desaparecer sus contrincantes…

Una nación tiene derecho a la legítima defensa, pero Jesús no tomó las armas para ir contra el invasor pueblo romano. No aportó una doctrina al respecto, nos dejó libertad para aplicar criterios prácticos de actuación, pero de sus palabras podemos tanto defender la teoría de la no violencia o resistencia pacífica ante la agresión, como también la defensa legítima tanto individual como de la nación: cuando se amenaza el bien común de un modo grave, en el marco del respeto de los derechos humanos y el derecho de Internacional Humanitario. Por eso a Putin se le ha condenado por crímenes contra todo ello.

Pero con los medios actuales la teoría de las “guerras justas” deberían estar superadas, pues hay medios diplomáticos que siempre son mejor solución que una guerra, donde todos pierden.

La guerra y los actos de terrorismo por desgracia van muy unidos en sus acciones:  bombas, secuestros, armas químicas o bombas de racimo, y un largo etc. Los motivos que se esgrimen son en general ideológicos, tanto políticos como religiosos, y puede haber implicados muchos intereses generalmente económicos y de equilibrios de poder. Incluso puede hablarse de un “terrorismo de Estado” que provoca el caos en las naciones y justificación de represiones contra todos los derechos humanos.

En nuestra época de la posverdad, el relato es lo importante, y cuando hay una guerra la verdad se ha perdido por el camino. La verdad ya no es una aspiración, sino que la llamada “praxis” construye cosas verosímiles a fuerza de mentir, y vemos como mienten los políticos.

Aunque se elaboró una ética de la persona que defienda su dignidad, hemos vuelto al pragmatismo de la antigüedad, cuando incluso Platón permitía a los gobernantes mentir para conseguir el bien común, y no digamos Maquiavelo cuando esas ideas volvieron a tener auge a partir del Renacimiento.

La mentira ha pervertido la verdad, ha usado el nombre de Dios en vano para esos ataques, a lo largo de la historia; pues al igual que los antiguos griegos se inventaban un Olimpo lleno de dioses sanguinarios, el auténtico Dios es amor y ama la vida: los libros sagrados tienen formas antropomórficas incorrectas, que deben considerarse fruto de contextos culturales superados, un ropaje obsoleto y perverso que no desdice del núcleo religioso que llevan en su interior: el mensaje religioso es de un Dios que no quiere la muerte sino el que el hombre viva y viva en plenitud.

En cuanto a motivos ideológicos, los sistemas colectivistas que niegan la dignidad de cada persona concreta no han traído más que muerte, da igual que sea en tiempo de zares o de dictadores. Siempre es poner a la persona como un medio para conseguir que esa “idea” que se les ha ocurrido a algunos gobernantes, sea llevada a cabo.

Como no todos los pueblos tienen el mismo contexto ético, es necesario crear una base para esa dignidad de la persona,  y crear sistemas a nivel internacional que lo promuevan; un orden internacional justo según señala la Carta Magna de la ONU.

La luz del Evangelio y la dignidad de la persona

El Evangelio nos trae enseñanzas aplicables a esta situación: «Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros; pero si otro más fuerte lo asalta y lo vence, entonces le quita las armas en que confiaba y después dispone de sus bienes». Y en otro lugar dirá: «quien a hierro mata, a hierro muere».

La guerra siempre es la peor de las situaciones. Gandhi bebió de las ideas antibelicistas de Tolstoi, que a su vez proclamó la no violencia que enseña Jesús que lo explicaba por activa y por pasiva, también desde el punto de vista práctico, digamos “utilitarista”: «¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz».

Pero la clave está en entender a la persona como imagen de Dios, alguien sagrado que no puede usarse como un medio sino que ha de ser querido en sí mismo, cada persona, nunca como un medio para conseguir cosas, un pretexto para ambiciones personales.

“La decisión deliberada de privar a un ser humano inocente de su vida es siempre mala desde el punto de vista moral y nunca puede ser lícita ni como fin, ni como medio para un fin bueno”[1].

Los preceptos absolutos pueden entrar en conflicto con causas emotivas o utilitaristas. Por ejemplo, las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki mataron a más de cien mil inocentes, para parar la guerra mundial. Pero si se cruza la línea, ¿qué pone freno a cruzar otras líneas? Lo vimos en el atentado a las Torres Gemelas. Lo vemos en las matanzas de inocentes en el conflicto de Ucrania.

Es claro que “el fin no justifica los medios”, el consecuencialismo, utilitarismo, emotivismo del contexto de nuestro tiempo, no hacen más que complicar las cosas. Pero si vamos a la raíz del problema, si tomamos en serio este precepto de la ética, de no hacer nunca el mal para conseguir un bien, no matar con intenciones “buenas”, nunca podemos provocar de modo directo la muerte de un feto humano (otra cosa es que muera por salvar la vida de la madre). Las teorías de el acto de doble efecto, uno bueno y uno malo, y la del “voluntario indirecto” o lo que se llama ahora “daños colaterales” han de respetar siempre el principio de que no se quiera de modo directo la muerte del inocente. Sea en una guerra, o en un hospital en la atención de un no nacido o de un anciano.

La “cultura de la vida” es precisamente la que sustenta esto, el valor absoluto y sagrado de la vida de la persona. Conviene una educación que suba el nivel de comprensión espiritual, de las consciencias, para acoger ese mensaje de fraternidad que con amor vaya ahogando el mensaje del odio.

[1]  Juan Pablo II, Encíclica Evangelium vitae, 57.

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