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8 de marzo: ser mujer es un acto de gracia, no de guerra

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El 8 de marzo, una fecha que ha sido secuestrada por una ideología. Se ha pasado a imponer un dogma donde solo se admite una forma de ser mujer: la que renuncia a su esencia

La dictadura del victimismo

El 8M ha destapado un nuevo credo: el victimismo perpetuo. Un credo que no busca elevar a la mujer, sino encadenarla en un estado de perpetua ofensa.

La misma ideología ha hecho que mujer ya no sea vista como fuerte, resiliente y capaz, sino como un ser oprimido que necesita de la intervención del Estado y de la ideología de turno para ser «liberada». Pero ¿Qué clase de liberación es aquella que vive de la constante paranoia?

La narrativa feminista actual ha convertido el victimismo en moneda de cambio. Se alienta a las mujeres a buscar agravios donde no los hay, a interpretar la masculinidad como una amenaza y a renunciar a toda expresión de feminidad por miedo a parecer débiles.

Se está ha fabricando un ejército de ofendidas perpetuas, adoctrinadas para ver enemigos en todas partes y para convertir la denuncia en un estilo de vida.

La negación de la maternidad

La maternidad, que es el mayor privilegio de la mujer, ha pasado a ser un símbolo de opresión. Se ha pasado de enaltecer la capacidad de dar vida a promover la eliminación de la misma bajo la bandera de los derechos reproductivos.

La maternidad no es un obstáculo para la realización personal, sino una de sus formas más sublimes.

En este delirio ideológico, los valores asociados a la feminidad –ternura, entrega, gracia, belleza– han sido convertidos en defectos. Se nos dice que la feminidad es una construcción opresora y que solo la mujer que reniega de sí misma es verdaderamente libre.

Pero la mujer no es una versión defectuosa del hombre. Su fuerza no radica en su capacidad de imitarlo, sino en su capacidad de ser ella misma.

Se sigue vendiendo una mentira: que la libertad de la mujer radica en su capacidad de hacer lo mismo que el hombre, de competir con él en todos los ámbitos, de abandonar toda diferencia esencial. Pero la verdadera libertad no está en la competencia, sino en el reconocimiento de lo que uno es.

La mujer no necesita probar nada para ser valiosa; su dignidad no radica en lo que hace, sino en lo que es.

Se nos dice que para ser iguales debemos ser idénticos, cuando la verdadera igualdad se encuentra en la complementariedad, no en la uniformidad. La mujer no necesita negarse a sí misma para tener valor; su valor es intrínseco, inmutable, eterno.

Este 8 de marzo, mientras las calles se llenan de consignas de odio y resentimiento, conviene recordar que la verdadera revolución no está en la confrontación, sino en la afirmación de la verdad.

Ser mujer es un acto de gracia, no de guerra. Y ninguna ideología podrá arrebatar esa verdad, por más que lo intente.

La mujer, en su naturaleza más profunda, ha sido dotada de una capacidad única: la de dar vida, no solo en el sentido biológico, sino en el espiritual, emocional y moral.

La biología femenina: ¿enemigo a vencer?

El feminismo presenta la biología femenina como un obstáculo que debe ser superado. La solución que propone no es adaptar la sociedad para que las mujeres puedan vivir de acuerdo con su naturaleza, sino alterar esa naturaleza para ajustarla a un modelo masculino.

Anticoncepción, aborto y tecnologías de reproducción asistida han sido elevados a derechos incuestionables, no como herramientas de apoyo, sino como la única vía posible para que la mujer sea «libre» Pero esta aparente libertad exige un precio: la violencia contra el propio cuerpo.

Es revelador que el derecho a eliminar un hijo en el vientre materno haya sido legalmente reconocido antes que el derecho a no ser despedida por estar embarazada.

El mensaje es claro: la mujer debe ser como el hombre para ser aceptada en la sociedad moderna. Se ignora el hecho de que la verdadera opresión no está en la maternidad, sino en obligar a la mujer a rechazarla para poder prosperar en un sistema que la penaliza por su biología.

En el feminismo «sex-positive» se habla de placer y autonomía, pero nunca se menciona la realidad biológica del sexo: la posibilidad del embarazo.

En este mundo de fantasía, los hijos aparecen por generación espontánea, como si el cuerpo femenino no estuviera diseñado para gestar vida. Y cuando la biología se impone, la solución es brutal: eliminar al hijo, negar su humanidad, borrar su existencia para preservar una autonomía ilusoria.

La lucha por la equidad y la justicia no debería significar la guerra contra la propia naturaleza. Sin embargo, el feminismo contemporáneo ha convertido la maternidad en un enemigo a erradicar y la feminidad en una debilidad a corregir.

Pero la verdadera fuerza de la mujer no está en su capacidad de negar su naturaleza, sino en abrazarla.

La maternidad no es una carga, sino una vocación; la feminidad no es una limitación, sino un don.

La verdadera liberación no está en la negación de lo que se es, sino en la afirmación de la propia identidad. Recuerda, ser mujer es un acto de gracia, no de guerra.

Recuerda, ser mujer es un acto de gracia, no de guerra. Share on X

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