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¡El mundo te está mirando! 

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¡El mundo te está mirando! Y tú, como cristiano, no puedes esconderte ni vivir con tibieza. En cada gesto, cada palabra, cada decisión, estás llamado a ser testigo vivo del Evangelio. “Estás obligado a dar ejemplo” no es solo una exhortación espiritual, sino una responsabilidad urgente. El mundo necesita cristianos que den sabor a la vida con la sal de la fe.

Vida interior y formación

No se puede dar lo que no se tiene. Para ser luz del mundo y sal de la tierra, necesitas una vida interior profunda y una formación doctrinal sólida. Aprovecha este verao para aumentar ambas.

La oración diaria, la vida sacramental y el estudio de la fe son el combustible del testimonio cristiano. San Josemaría Escrivá lo resumía con claridad: “¡Exígete!”.

Sin exigencia, sin lucha interior, sin esfuerzo por conocer y amar a Dios, no hay testimonio que valga.

El cristiano no puede improvisar. Ha de cultivar en su alma la piedad y el criterio de un hijo de Dios. Solo así podrá “sazonar” el mundo con su presencia y transformar lo ordinario en extraordinario con su coherencia de vida.

Una santa desvergüenza

Dar ejemplo no significa ser perfecto, pero sí ser valiente. Significa vivir la fe con una santa desvergüenza, sin esconderla por temor al qué dirán.

El caballero cristiano, la mujer cristiana, han de ser fermento en medio del mundo, sin separarse de sus iguales, como la sal que no se aparta del alimento, sino que lo transforma desde dentro.

Esta actitud no nace del orgullo, sino de la caridad de Cristo que nos empuja a entregarnos. Somos instrumentos, no protagonistas. No generamos la luz: la reflejamos. No salvamos las almas: Dios lo hace, y nosotros simplemente cooperamos con humildad.

Alegría, sacrificio y coherencia

Ser ejemplo en medio del mundo implica sacrificio, pero también alegría. Jesús nos lo dejó claro: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo” (Mc 8,34). Esta renuncia no es amarga, sino fuente de gozo profundo.

Vivir para Dios, olvidarse de uno mismo, entregarse por amor: eso es lo que transforma vidas y arrastra corazones.

Tu coherencia cotidiana, en casa, en el trabajo, con amigos, es el terreno donde se planta la semilla del Reino. Y no importa que a veces caigas: lo importante es levantarte con humildad, confiando en la gracia de Dios y volviendo a empezar.

Sé el cristiano que el mundo necesita

No estamos en tiempos fáciles. Pero nunca lo fueron para los verdaderos discípulos de Cristo.

Estás obligado a dar ejemplo, no por presión externa, sino porque Cristo vive en ti, y tu vida ya no te pertenece.

¡Sé valiente! Pide al Señor ser ese “buen condimento” que mejora la vida de los demás. Que tu presencia sea luz que ilumina, no sombra que confunde. Que seas levadura. No olvides: si la sal pierde su sabor… ¿con qué se la salará?

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