La reciente decisión de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de incluir las píldoras abortivas mifepristone y misoprostol en su lista de «medicamentos esenciales», sin advertencias legales o culturales, es otro ataque más contra la vida humana.
La Organización Mundial de la Salud ha vuelto a mostrar su rostro ideológico al publicar la 24ª edición de su lista de medicamentos esenciales, en la cual se incluyen, sin matices ni reservas, las píldoras abortivas mifepristone y misoprostol.
A diferencia de ediciones anteriores, donde al menos se especificaba que su uso debía limitarse a contextos «legalmente permitidos o culturalmente aceptables», este año la OMS ha eliminado cualquier restricción.
Así, se presenta el aborto químico como un tratamiento válido y universal, alineándolo con medicamentos que realmente salvan vidas, como antibióticos, vacunas o analgésicos.
El aborto como “esencial”
Presentar estos compuestos como «medicamentos esenciales» equivale a redefinir el concepto mismo de enfermedad y salud.
Según la OMS, un medicamento esencial es aquel que responde a «necesidades prioritarias de salud pública».
Entonces, ¿se considera ahora al embarazo una amenaza para la salud global? ¿Se equipara al niño por nacer con una patología que debe ser erradicada?
La contradicción es profunda y escandalosa: una organización creada para proteger la vida y promover la salud se convierte en promotora de un procedimiento que interrumpe la vida humana en su etapa más vulnerable.
Se normaliza así un acto gravemente inmoral y contraria a los más elementales principios del derecho natural.
Consecuencias físicas y psicológicas ignoradas
Lejos de ser una intervención inocua, el aborto químico con mifepristone y misoprostol conlleva riesgos médicos serios.
Una de cada cinco mujeres experimenta efectos adversos y una de cada veinte termina requiriendo intervención quirúrgica posterior. Además, muchas mujeres no están preparadas para la intensidad del dolor y el sangrado, lo que provoca un trauma físico y emocional duradero.
Pese a estas evidencias, la OMS no solo promueve su uso, sino que lo recomienda globalmente sin advertencias, como si se tratara de un tratamiento seguro y estandarizado para todas las mujeres del planeta.
Esto revela una peligrosa ideologización de la salud pública, donde se privilegian objetivos políticos y sociales –como el control de la natalidad y la agenda eugenésica– por encima de la evidencia médica y el respeto a la dignidad humana.
Una visión utilitarista
La base de esta decisión se encuentra en una visión utilitarista de la vida humana, donde los no nacidos son vistos como obstáculos para el desarrollo, la igualdad o incluso la salud de la mujer.
El aborto ahora es presentado no solo como un derecho, sino como una necesidad médica.
Estamos ante una nueva forma de discriminación, esta vez dirigida contra los más pequeños e indefensos. Los niños en el vientre materno no son considerados personas con derechos, sino problemas a resolver, «enfermedades» a eliminar.
Esta política es impuesta a países en desarrollo mediante presiones económicas, condicionando ayudas y financiamiento al alineamiento con estas “recomendaciones” ideológicas.
Toda vida importa, también la que aún no ha nacido.










