Cuando nos enfrentamos a las declaraciones del médico abortista Curtis Boyd, un abortista retirado que ha confesado haber practicado hasta 250.000 abortos, incluidos abortos del tercer trimestre, de bebés con esperanza de supervivencia, nos encontramos con la forma más abyecta de deshumanización disfrazada de compasión.
Boyd, junto con su esposa, la psicóloga retirada Glenna Halvorson-Boyd, señala que sintió «euforia absoluta» al cometer estas barbaridades. Resulta incomprensible que alguien pueda hablar del asesinato de bebés con un tono tan frío, como si se tratara de una rutina diaria, casi un acto de bondad.
La analista Isabella Childs, que escribe para el grupo de defensa pro vida LiveAction , informó en el medio sobre una charla reciente en una librería de Washington en la que participaron Boyd y su mujer.
Boyd, en la librería de Washington, D.C., describió sus sentimientos durante las prácticas de abortos como si se tratara de una experiencia liberadora para él y para las mujeres involucradas.
«Era pura exaltación», declaró, comparando su trabajo al de un parto, como si hubiese alguna paridad entre traer una nueva vida al mundo y destruirla.
Estas palabras no sólo insultan el valor de la vida humana, sino que también demuestran una distorsión moral tan profunda que apenas es posible entender cómo alguien podría convencerse de que estas acciones son correctas.
Para Boyd, matar a un bebé es «como guiar su destino»; en realidad, es arrebatarle cualquier futuro posible a un ser que merece el derecho a vivir.
El aborto no es un acto de compasión ni de liberación; es un asesinato.
Sin importar cuántas palabras o eufemismos se utilicen para tratar de disfrazarlo, lo que está en juego es la vida de los más vulnerables e indefensos.
Las cifras hablan por sí mismas: hasta 250.000 vidas arrancadas de este mundo, entre ellas, bebés ya desarrollados que podrían haber sobrevivido fuera del vientre materno.
Y ¿cómo puede justificarse esto? Boyd lo intentó con palabras como «amor», «compasión», y «euforia».
Esta manipulación del lenguaje solo sirve para nublar la atrocidad que realmente sucede.
No se puede hablar de amor cuando se arrebata la vida un bebé, no se puede hablar de compasión cuando se truncan vidas antes de que comiencen.
Feminismo tóxico y terco
Incluso su esposa, Halvorson-Boyd, comparte esa visión distorsionada.
«Me enamoré del trabajo», dijo, refiriéndose a la práctica del aborto.
Después de ataques incendiarios y la muerte de pacientes, ella misma confesó que su terquedad le impedía abandonar el trabajo. Se refería a su postura como una forma de «feminismo terco».
Pero, ¿es bueno para la mujer defender la muerte de inocentes? ¿Es la dignidad de las mujeres lo que se consigue arrebatándole la vida a un niño o niña por nacer?
Esa visión de lo que es ser mujer, cargada de ira y dolor, no busca equidad ni justicia, sino la imposición de una autonomía basada en la capacidad de eliminar la vida de otros.
La mal llamada «cultura del amor» que según Boyd y su esposa trataron de crear dentro de sus instalaciones de aborto, como Southwestern Women’s Options, se construyó sobre el sufrimiento, el dolor y la muerte de los más indefensos.
No se puede hablar de cultura de amor cuando lo que sucede tras las puertas de esas instalaciones es un asesinato.
Lo que Boyd describe como compasión es una parodia; es la misma distorsionada definición que empleó durante los procedimientos judiciales que llevaron al cierre de su clínica en Dallas y a la venta de su negocio en Albuquerque. En esos testimonios, Boyd admitió estar «matando», pero al mismo tiempo rezaba para que «los espíritus de los bebés fueran devueltos a Dios con amor y comprensión».
Este intento de racionalizar sus acciones como si fueran una especie de sacrificio piadoso es profundamente repugnante.
Venta de partes del cuerpo de los bebés
El trabajo de Boyd también se ve empañado por la venta de partes de los cuerpos de los bebés abortados. Estos restos fueron donados para investigación sin el consentimiento informado de las madres, como fue el caso de Jessica Duran, quien demandó a Boyd tras enterarse de lo que había sucedido con el cuerpo de su hijo.
Otro caso impactante es el de Keisha Atkins, quien murió durante un aborto tardío practicado por Boyd. Su madre y su hermana, representadas por el abogado Mike Seibel, llevaron a cabo una batalla legal que, aunque llena de dolor, sirvió para revelar la cruda realidad de las prácticas de Boyd. Al final, Seibel ganó una demanda en su contra, lo que contribuyó a desmantelar su «imperio» del aborto tardío.
¿Qué nos dice esto sobre la naturaleza del aborto?
El hecho de que Curtis Boyd y su esposa se presenten en una librería de Washington D.C. para hablar de sus carreras y reciban aplausos, como si fueran celebridades admiradas, es una muestra de la ceguera y la insensibilidad que el trabajo en el campo del aborto puede generar.
Tras años de acabar con vidas indefensas, estas personas han logrado convencerse de que son los héroes de sus propias historias, cuando en realidad lo que dejan tras de sí es un legado de horror y derramamiento de sangre.
Se presenta como un acto de «elección», de «compasión», de «derecho», pero en realidad es la negación de todos estos conceptos para aquellos que son más vulnerables. . La verdadera compasión, el verdadero amor, reside en proteger a los más indefensos, en asegurar que cada vida tenga la oportunidad de florecer.
El aborto no es liberación ni poder, es la atrocidad más grande contra el derecho fundamental de cualquier ser humano: el derecho a vivir.
2 Comentarios. Dejar nuevo
El tipo es viejo.
Ya casi le llega la hora de ir a rendir cuentas al Creador de esas vidas que destruyó.
Que disfruten él y su mujer de todo la euforia que les da la vida… y la muerte.
Para que durante su Juicio Divino no haya atenuantes para su castigo.
Este par de monstruos, el médico y la psicóloga, son el típico engendro del feminismo abortista de los años 70 del pasado siglo. De la misma forma que quienes asesinaban seres humanos indeseables tan solo 30 años antes eran engendros del nazismo racista, los cuales también sentían “euforia absoluta” al perpetrar sus crímenes, que para ellos no eran crímenes sino actos higiénicos ejercitados con “pura exaltación” y “euforia liberadora.”
Que este energúmeno bonifique sus atrocidades con que rezaba para que “los espíritus de los bebés fueran devueltos a Dios con amor y comprensión” podría valer para cualquier asesino a sueldo, que es en él auténtico oficio que ha practicado durante tantos años, no el de médico.
Que encima haya gente que celebre y aplauda sus 250,000 aniquilaciones de seres humanos denota hasta qué punto esta sociedad, que se llena la boca con los derechos humanos, está deshumanizada y éticamente degradada.
Por lo demás, y como siempre ocurre, esta pareja de desalmados no tienen en cuenta que ellos, tan petulantes y pagados de sí mismos, también pasaron, como todos, por la etapa vida intrauterina, y que si les hubiesen abortado ahora no estarían aquí celebrando el haber abortado a tantos otros. ¿De qué pueden sentirse orgullosos?