Diversos medios de comunicación publicaban en fecha reciente una información del hospital Vall d’Hebron de Barcelona, que en el último año había atendido 314 casos de violencia contra los niños, de los cuales el 80 por ciento eran de agresiones sexuales. Es un hospital de gran dimensión, el mayor de Cataluña, pero si se sumaran los de todos los restantes centros hospitalarios la cifra se dispararía mucho más. Si la estadística se ampliara a España entera, el volumen alcanzaría un nivel abrumador.
De otro lado, también hace pocas semanas se estrenó en España el film “Sound of freedom” (Sonido de Libertad), de Alejandro Monteverde, sobre el tráfico de niños, utilizados también de manera preferente para fines sexuales. La película causó un enorme impacto, pero desde altas instancias, sobre todo en los Estados Unidos, ha sido boicoteada. Y como escribí en Forum Libertas (“Sound of freedom y manipulación”) en muchos países la información sobre ella ha sido objeto de tergiversación, intentando hacer ver unas motivaciones políticas que nadie que haya visionado el film puede detectar. Curiosamente, en España, los medios que más han deformado la información sobre la película han sido precisamente aquellos que se presentan como abanderados de la lucha contra la pederastia. Claro que esta última la limitan a la esfera de la Iglesia Católica.
Se podrían aportar muchos más datos recientes o antiguos de abusos sexuales contra menores. Demuestran que son una lacra gigantesca, que a menudo pasa desapercibida, porque aunque se hable de ella se intenta desviar la atención del problema central para que no se vea la inexistencia de una lucha seria para tratar de erradicarla. Sabemos que conseguirlo del todo es imposible, pero también que se puede reducir muchísimo si se va al fondo y se actúa con contundencia.
Es bien conocido que la inmensa mayoría de agresiones sexuales a menores se producen en la propia familia, entre las amistades y conocidos, en los centros escolares, gimnasios y ámbitos deportivos, etc. Todas las estadísticas y encuestas llegan a las mismas conclusiones. Aplicado al hospital Vall d’Hebron antes citado, prácticamente todos aquellos menores provenían de alguno de estos ámbitos, y, como informó el propio centro hospitalario, en la mayor parte de los casos se sabe quién es el acosador.
A la vista de lo anterior, resulta paradójico que toda la atención política y mediática sobre el tema se centre en los casos producidos en el seno de la Iglesia Católica. Esta ha de asumir sin paliativos la parte que le toca, y agravada porque sus miembros deberían ser especialmente ejemplares y millones de familias confiaban en ellos, pero hay que añadir que todas las estadísticas y estudios serios, como el tan conocido de la Fundación Anar, concluyen que el porcentaje de casos que afectan a la Iglesia Católica en España se sitúan entre el 0,2 y el 0,6 por ciento del total. Con un aspecto adicional a no olvidar: casi todos los que se cuantifican atribuidos a personas de iglesia se produjeron los años 70 y 80 del siglo pasado, décadas de aplaudido libertinaje sexual general, siendo pocos los de fechas recientes.
Ante conclusiones tan contundentes de los estudios y de las experiencias de los hospitales, merece la pena preguntarse cómo el Defensor del Pueblo, el Congreso de los Diputados, el Parlamento catalán, investigan o exigen hacerlo sobre este aproximadamente 0,4 por ciento de casos y no sobre el 99,6 por ciento restante. Que, además, una gran parte de estos últimos son de período reciente e incluso actuales, sobre los cuales se puede actuar más. Solo veo dos explicaciones: o se quiere convertir a la Iglesia en cabeza de turco, en culpable única de toda la pederastia, o hacer ver que se actúa, cuando en realidad nada se hace para combatirla.
Tampoco se denuncia un aspecto central de las causas. A diferencia de lo que ocurre en el conjunto de la sociedad entre adultos, en que las asediadas sexualmente son casi siempre mujeres, entre los menores agredidos la inmensa mayoría son varones, no niñas.
Es bien sabido que para resolver con eficacia cualquier problema hay que ir a las causas. Una, la principal, todo el mundo la conoce, pero muy pocos tienen la valentía de decirlo ante las presiones y acoso de todo tipo a que se verán sometidos: una gran parte de los agresores de menores son homosexuales, sean clérigos o no.
En modo alguno afirmamos que todos los homosexuales son depredadores sexuales de menores. Sí una parte de ellos. Decirlo no es ser homófobo. Es simplemente aportar un dato fundamental. Las personas con tendencia a la atracción de las personas del mismo sexo deben ser respetadas. En otras épocas se les insultaba, marginaba e incluso encarcelaba. Era injusto. Hoy hemos ido al otro extremo del péndulo, y se incentiva.
A diferencia de lo que ocurre en el conjunto de la sociedad entre adultos, en que las asediadas sexualmente son casi siempre mujeres, entre los menores agredidos la inmensa mayoría son varones, no niñas Share on X
1 Comentario. Dejar nuevo
Por decir esto yo paso por el juzgado