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Al hilo de Laudate Deum. Sin cambiar el paradigma económico no hay salida

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Tengo pendiente una lectura atenta de la última exhortación papal Laudate Deum, pero mientras tanto me gustaría avanzar una especie de precuela. Se trata de las raíces de la crisis ambiental, que en realidad son las causantes de la crisis integral sobre el ser humano y sus fines, las grandes rupturas, por utilizar la terminología que utilizo en La Sociedad Desvinculada, que nos ha llevado a la policrisis actual de la naturaleza y, con ella, nosotros.

Sin temor a repetirlo una vez más, porque constituye una cita obligada que está en la base de todo diagnóstico, es necesario asumir como punto de partida la explicación sobre la crisis moral de nuestro tiempo, que desarrolla Mac Intyre en Tras la Virtud.  La incapacidad para discernir el bien y lo justo, y de ejercerlo de manera virtuosa, que se inicia con la Ilustración y a la que se refiere MacIntyre, está en el origen de las grandes rupturas, de la cultura de la desvinculación.

Con la Ilustración y su desarrollo, la modernidad, se produce  la progresiva sustitución de un marco social guiado por la razón objetiva, por otro presidido por la razón instrumental, que acabado desembocando en nuestros días en la maximización de la subjetividad instrumental: el imperio de la satisfacción de las pulsiones del deseo por encima de toda otra razón, causa, o bien.

La crisis y su desarrollo que señala MacIntyre se produce en todos los ámbitos; también en la economía.

Durante la Edad Media, el pensamiento económico no se centraba en el conocimiento de los mecanismos de la economía, o la forma de alcanzar la prosperidad. En el marco de razón objetiva cristiana, donde el fin era servir a Dios como camino para que el hombre alcanzara la felicidad, el debate giraba en torno a lo que era el beneficio justo, el salario justo, el interés justo. Giraba en torno a la justicia; esto es, una virtud humana central, sobre cómo conseguir el bien, por tanto.

Santo Tomas en la Suma Teológica trata de muchas de estas cuestiones, y con él y después de él, en ocasiones para perfeccionarlo, en otras para rectificarlo, se alzan una serie de filósofos y juristas que razonan la economía en aquellos términos. Recordemos, entre otros más, a Juan Buridán, San Antonio de Florencia, Molina, Juan de Mariana.  Pero, todo esto termina, sobre todo, a partir de lo que los historiadores de las ideas económicas denominan las “escuelas clásicas”, un apelativo usado a “posteriori” para significar las aportaciones de Adam Smith, Juan Bautista Say, Stuart Mill o Malthus, entre otros. Ahí empieza la economía tal y como la entendemos nosotros. En este raciocinio que permite convertir la economía en una ciencia autónoma (que llega a olvidar el principio de que todo lo económico es también una antropología), el ser humano desaparece del escenario y es sustituido por el afán de desentrañar los mecanismos que hacen posible determinados resultados. Se trata de conseguir “la riqueza de las naciones”.

Este es el camino que se ha seguido desde entonces, y el ser humano, como mucho, aparece como capital humano, que es una reducción de su realidad.

Y esta reducción se opera también sobre la naturaleza, considerada solo como recurso al servicio de la maximización de la ganancia y en prescindir , hasta hace bien poco, de lo que conocemos como externalidades negativas; la contaminación, por ejemplo.

¿Era necesario prescindir de la condición humana para avanzar en un mayor logro del conocimiento de los mecanismos económicos y la maximización de sus resultados? No, claro que no. Al contrario, hubiera resultado una ciencia económica mucho más realista porque no hubiera convertido a su sujeto principal en un remiendo  de lo que en realidad es. Después, un gran parte de la mejora en la compresión económica resulta de sus intentos parciales de entender el papel de la persona, pero dentro de la misma lógica de la razón instrumental. Eso es, por ejemplo, la famosa teoría de los juegos. O la observación de la realidad humana defectuosa, que está en el trasfondo de la Nueva Economía Institucional, y se evidencia en los costes de transacción.

Todo esto, que es positivo como conocimiento, no resuelve el grave daño infligido a la concepción fundamental, y no se reparará si no es introduciendo al ser humano en su lugar central que es el que le corresponde: Y esto significa recuperar  la visión  del período de Cristiandad, por llamar a las cosas por su nombre. Meter al hombre en el centro de la economía a partir de los conocimientos actuales no solo está al alcance, sino que es necesario porque permitirá un enfoque con mayor capacidad para fundamentar mejores comportamientos empresariales y mejores políticas públicas. Por este lado no hay problema, pero social y políticamente es una revolución.

Buscar la maximización del bienestar humano para que pueda desarrollar sus dimensiones, en términos de justicia, lleva aparejado el respeto por la Creación, a partir de la ecología integral. Porque la liquidación económica del hombre arrastra consigo a todos los demás seres creados.

¿Y dónde encontramos la respuesta para producir este gran reajuste, esta gran transformación?  En la doctrina social de la Iglesia y sobre todo en sus aplicaciones, porque sin ellas la DSE, se queda en pura academia. Todo esto nos dice algo más. El problema no es de concepción, el déficit no esta ahí. El problema es de aplicación, y esto llama a los laicos a unirse en una respuesta ambiciosa, tanto como la policrisis , que nos va devorando, y que surge de aquellas rupturas, de aquellos orígenes.

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2 Comentarios. Dejar nuevo

  • Messerschmidt
    13 octubre, 2023 14:19

    Un artículo verdaderamente interesantísimo y lleno de ideas valiosas. Sólo una cosa que objetar: el título de la exhortación papal es «Laudate Deum» («alabad a Dios»). Un muy cordial saludo.

    Responder
  • La concienciación sobre el cuidado de la Creación. Nada que objetar sino todo lo contrario. Este domingo leí resumidamente por dónde van las líneas maestras del texto del Papa recién publicado.
    No obstante, creo necesario apuntar:
    1. Hay hoy día niños, jóvenes y también personas adultas que tienen un grado alto de responsabilidad para con la naturaleza mineral, vegetal y animal, y sin embargo carecen de formación media en responsabilidad consigo mismos, con los demás y con Dios Creador. «La generación más preparada de la historia», pero no educada en las virtudes.
    2. La insistencia política, escolar y mediática en lo ecológico está llevando a la algunos niños y adolescentes a un cierto estrés y a un sentimiento de culpabilidad. Cabe preguntarse sobre ello porno crear más distorsiones y ansiedades.
    A otro sector de muchachos tal repetición les conduce a un descreimiento debido a la frecuencia machacona con que reciben mensajes y al escepticismo parcial o alto que hay en una parte de la población en torno al cambio climático. También cunde el escepticismo por conocer que hay países no dispuestos a dejar de deteriorar y por ejemplos negativos tan cercanos como el de las entidades deportivas que trasladan a sus equipos en avión entre ciudades bien conectadas por el tren de alta velocidad.
    3. Convendría, para su salud anímica, que pequeños y jóvenes aprendan a distinguir lo que es pecado y lo que no, a fin de no verse en el absurdo totalmente censurable de, por un lado, derrochar dinero y esfuerzos por el lobo, el jabalí o en derribar presas con tal de que el agua corra como antes, y por otro, seguir sin dirigirle la palabra a un hermano, continuar a sabiendas pagando mal a los empleados de la empresa o, cuando se ocupa según qué cargos, prevaricar .

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