Ante este estado de cosas, los cristianos debemos señalar el horizonte de sentido mediante la palabra y el testimonio. Debemos inspirarnos en la abundancia de grandes ejemplos de nuestros predecesores.
Cobra una importancia grande lo que hicieron los primeros cristianos, ante las dos grandes epidemias que diezmaron al Imperio Romano. Su actuación fue decisiva para promover nuevas y grandes conversiones, que los condujo a ser mayoría en aquella sociedad, al menos en las ciudades. No es el único ejemplo, claro está, pero sin duda es uno de los mayores, porque provocó un cambio de civilización.
Podemos tener legítimas dudas de la manera como los católicos y la propia institución eclesial hemos abordado la gran crisis económica que arrancó en el 2008, en el sentido de si ha dado frutos evangélicos. En cualquier caso, lo que resulta evidente es que ahora en esta segunda crisis, qué será mucho mayor y que señalará un antes y un después, no podemos fallar en la misión que Jesucristo nos ha encomendado. La Redención solo es posible si los seres humanos contribuimos a ella. Ya hubo un trágico rechazo histórico, y ahora al menos en Europa, vamos en camino de un segundo, mediante una gran apostasía. Nuestra misión es evitarla.
Lo que está sucediendo debemos transformarlo mediante la estricta fidelidad a la palabra y ejemplo de Jesucristo, en un cambio al servicio de la evangelización. Esta es nuestra principal misión ahora. Este es, al menos bajo nuestro punto de vista el horizonte que preside la acción. Es bajo esta perspectiva que hay que situar las prudentes medidas adoptadas por la Iglesia en España.
Resulta comprensible que en muchas diócesis se haya suspendido la consagración con fieles, fundamento de nuestra fe, si bien esta medida radical está acompañada por la petición de los obispos correspondientes para que se mantengan las iglesias abiertas, y se ayude a los enfermos y necesitados. Hay que decir que toda prudencia es poca, ante un virus que debido a su largo periodo de incubación facilita los contagios involuntarios. Pero una vez dicho esto queremos señalar que la Iglesia no debe clonar las pautas de comportamiento del mundo secular, porque si lo hace, la fe carecerá de toda capacidad para prestar el testimonio necesario. Debemos recordar que los católicos han realizado siempre todos los sacrificios, incluso los más extremos, para poder celebrar la eucaristía en toda circunstancia. La película de Martin Scorsese, El Silencio, muestra el riesgo y alegría de los perseguidos católicos japoneses al poder volver a celebrar clandestinamente la eucaristía. Los ejemplos reales son innumerables en toda nuestra historia.
Es por lo que pedimos que, sea cual sea el resultado de estos 15 días de Estado de Alarma, se vuelva a la celebración, al menos dominical de la eucaristía, adoptando las medidas racionales necesarias para evitar el contagio. Pueden quedar excluidos de esta obligación los grupos de mayor riesgo, pero no el conjunto de la población.
Sabemos perfectamente que el virus se trasmite por las pequeñas gotas que al hablar, al estornudar o al toser, proyectamos al exterior. Si la persona que lo hace está a la distancia adecuada, y todavía más si evita la dispersión con el brazo o un pañuelo, el contagio es inexistente. Si aquel fluido entra en contacto con una superficie puede permanecer algunos días en ella, 3 o 4 días como mucho. Por otra parte, no se trata solo del coronavirus sin más, sino de la carga vírica, la cantidad del mismo que recibamos. Por consiguiente, si los fieles están a una distancia entre ellos suficiente, dos metros, por ejemplo, en toda la liturgia dominical, si la comunión se reparte en las condiciones debidas, el riesgo no es superior al que puede existir en el trabajo o desplazándose por la calle. No se trata de tentar a Dios, sino de confiar en Él, poniendo lo necesario de nuestra parte.
De hecho, es más seguro una eucaristía con fieles bien controlada que mantener los templos abiertos sin más, porque ya ha sido dicho que un factor de riesgo son las superficies, no solo las personas en lo inmediato.
No se trata de que no haya misas para evitar el contagio, sino que haya más para que la asistencia en cada una sea menor, evitando aquellos templos de pequeñas dimensiones. Esto y una buena limpieza de bancos y suelos basta y sobra para mantener las más estrictas garantías de seguridad. Una eucaristía con fieles a la semana no hace ningún daño; más bien todo lo contrario
Hay que decir con claridad que esto va a continuar después de estos 15 días En el mejor de los casos se habrá reducido la tasa de contagio, pero continuará siendo peligrosa, y seguirá creciendo el número de contagiados, aunque el ritmo sea menor. Esto en el mejor de los casos. Por eso no se pueden suspender indefinidamente las eucaristías. Las consecuencias para la fe serían desastrosas.
Ante este estado de cosas, los cristianos debemos señalar el horizonte de sentido mediante la palabra y el testimonio Share on X
2 Comentarios. Dejar nuevo
En Polonia tienen más claro el valor de la Misa
https://www.forumlibertas.com/polonia-coronavirus/
Soy cura en una zona 0 del coronavirus. Agradezco el tono del artículo. Pero no lo tengo tan claro.
No sabemos si lo que se dice sobre el virus es así. No está tan claro. Por aquí varios médicos que están tratando enfermos nos advierten de la peligrosidad de este virus y de su capacidad de infectar. Y nos llaman a la responsabilidad a los curas.
Yo celebro la Misa a puerta abierta. Durante el año vienen entre 40 y 80 personas a diario. Ahora entre 4 y 10.
Es mucha la responsabilidad y la angustia.