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Sobre el ‘crossdressing’ 

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Por más que se le llame arte, expresión personal o camino de liberación, el fenómeno «crossdressing» es una herida antropológica que no podemos ignorar.

La historias del crossdressing (término en inglés que ha sustituido al antiguo «travesti», considerado peyorativo en algunos ámbitos) es la práctica por la cual una persona, generalmente identificada con su sexo biológico, se viste y actúa como alguien del sexo opuesto, sin desear cambiar su identidad sexual.

Normalmente es la historia de un hombre con un trabajo ordinario, con una pareja estable, hijos, con un pasado aparentemente común. Y sin embargo, bajo esa normalidad se oculta una fractura profunda: la de quien se construye una imagen de sí mismo que, aunque reconfortante durante unas horas, no deja de ser precisamente eso: una imagen, una ficción.

Decía San Juan Pablo II que el cuerpo humano “y sólo él, es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino”. Lo decía al hablar del significado esponsal del cuerpo.

En otras palabras, que el cuerpo no es un disfraz que usamos para movernos por el mundo, sino signo visible de nuestra identidad y vocación.

Por ello, cuando un hombre se pone peluca, maquillaje y medias, no está simplemente jugando a ser mujer o explorando una parte de sí mismo.

Está, aunque no lo quiera, negando una verdad esencial: que fue creado varón, que su cuerpo no es un accidente, y que su masculinidad herida, incomprendida o quizás oculta no es prescindible ni intercambiable.

Ahora que comienzan a aparecer diferentes centros de crossdressing para satisfacer durante unas horas a padres de familia, como si se tratase de un juego, conviene alzar la voz para evitar malentendidos.

Estos señores no son unos monstruos, ni unos “pervertidos”, en la mayoría de los casos, son hombres que sufren.

Han interiorizado desde joven la confusión de una cultura que lleva décadas dinamitando la diferencia sexual, ridiculizando la masculinidad y promoviendo una idea falsa de libertad que se identifica con la autodeterminación absoluta del yo.

En el fondo, lo que mueve a muchos de estos hombres no es el deseo sexual, como se podría suponer, sino el anhelo de ser amado, de ser visto, de ser reconocido.

Hay un clamor silencioso: “ámame como soy”. Pero ese “como soy” ya no se apoya en la realidad del cuerpo, sino en una ficción cuidadosamente construida que exige tiempo, dinero, maquillaje, tacones, gestos estudiados. Y que, como en los cuentos infantiles, se desvanece al llegar la medianoche.

Podemos y debemos preguntarnos:

¿qué sociedad hemos construido para que un hombre tenga que disfrazarse de mujer para sentirse libre?

Lo que aquí late es una nostalgia de lo eterno mal canalizada. Un deseo de belleza que, no encontrando el modo de encarnarse en lo que uno es, busca expresarse en lo que no se es.

A estos hombres habría que decirles que su deseo de belleza es bueno. Pero que no necesita ser “dos personas en una” para sentirse amado, sino descubrir que, en su única e irrepetible identidad masculina, ha sido creado para amar y ser amado.

El drama del crossdressing no es que sea “raro” o “antinatural” —aunque lo sea—, sino que intenta curar con disfraces lo que solo se sana con verdad. Y el problema no son tanto los hombres que se visten de mujeres, sino una sociedad que les ha enseñado que ser hombre no basta. Que la masculinidad no es don.

No consiste en dejar que cada uno “sea lo que quiera”, sino en recordar que ya somos algo más grande.

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • María del Pilar
    26 junio, 2025 22:53

    Cuanta maldad, de parte de los que manejan todo, desde la cultura hasta la forma de divertirte, de comer, vestir, utilizar el tiempo libre…ahora incluso de tener hijos o decidir no tenerlos y criar un perro como si fuera un hijo…es todo tremendamente fascinante, para venderlo bien y sin embargo está generando una sociedad herida y sin futuro ninguno.
    Está muy bien la campaña que han ideado la asociación de familias numerosas de Madrid, porque retrata lo que está pasando en torno a la familia, aunque hay muchas más cosas que la élite mundialista está manipulando para manejarnos y hacer una sociedad a su gusto. Es totalmente satánico.

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