Estamos ante un fenómeno que no deja de sorprender, especialmente porque los norteamericanos siempre han considerado que tarde o temprano, el resto del mundo se americanizaría.
De hecho, en el orden mundial que Washington construyó tras la Segunda Guerra Mundial, el modelo de vida norteamericano aparecía como la meta de cualquier sociedad. Y efectivamente, sirvió para inspirar a innumerables líderes políticos y países enteros alrededor del mundo, contribuyendo a vencer a su modelo antagónico soviético.
Pero ahora, son los Estados Unidos los que se asemejan y aspiran a ser como otros países. Y más concretamente, con sus primos europeos.
Parte de este fenómeno se explica por una búsqueda consciente de los líderes norteamericanos y de la opinión pública del país. Pero otra parte no, y hay que buscarla en causas más profundas que están desestabilizando la sociedad norteamericana.
Educación pública, acceso a la sanidad, prestaciones sociales familiares… Aunque apenas ha pasado unos meses en la Casa Blanca, Joe Biden está dando muestras por doquier de que quiere hacer avanzar su país en la dirección de los estados del bienestar europeos.
Todo ello pagado en parte con impuestos progresivos y especialmente sobre los más ricos, un tabú absoluto hace tan solo unos pocos años en América.
Pero esta oferta política se explica en parte porque la demanda existe. Las generaciones más jóvenes de norteamericanos se posicionan cada vez más a la izquierda del espectro ideológico.
Así, 7 de cada 10 “milennials” (la generación nacida entre 1980 y finales de los años 90) declaran que votarían por un candidato “socialista”, cosa que en Estados Unidos significa, en principio, un social-demócrata en términos europeos.
7 de cada 10 “milennials” norteamericanos (los nacidos entre 1980 y finales de los años 90) declaran que votarían por un candidato “socialista”
A su vez, los modelos de referencia en materia económica entre la intelligentsia demócrata son economistas europeos de centro-izquierdas como Keynes, o incluso más agresivos como el francés Thomas Piketty.
El acercamiento a Europa no acaba en la economía.
Durante décadas Estados Unidos ha sido el guardián de la paz mundial, y los norteamericanos han percibido este rol como natural del status del país. Pero las encuestas de los últimos años apuntan que el rechazo a la guerra en Estados Unidos está alcanzando ya niveles de los países europeos.
Se trata además de un aspecto compartido entre republicanos y demócratas: fue Trump quién anunció su intención de retirar la totalidad de las tropas norteamericanas de Afganistán, pero Biden quién lo ha terminado llevando a cabo.
Otros aspecto clave de este giro a la europea se encuentra en los niveles de natalidad de los norteamericanos. Son los más bajos nunca registrados.
Con una media de 1,73 hijos por mujer en edad fértil antes de la pandemia, se acercan ya a la tasa media de la Unión Europea, que se situaba entonces en el 1,56. A su vez, la inmigración que llega al país también está disminuyendo y convergiendo con los niveles europeos.
La suma de estos dos factores está generando el menor crecimiento demográfico de los Estados Unidos desde los años 30.
El mismo fenómeno de europeización se detecta en las creencias religiosas de los estadounidenses. Tradicionalmente considerados como el pueblo occidental más creyente, en los últimos diez años el cristianismo está retrocediendo a una velocidad acelerada.
Otros cambios que se vienen detectando en las estadísticas afectan hechos culturales que nos parecen tan americanos como tener coche propio o trasladarse de un estado a otro con frecuencia.
Cabe preguntarse qué sucederá si estas tendencias siguen avanzando los próximos años. Si los Estados Unidos pierden sus especificidades, ¿perderán también su posición de primera potencia mundial?¿Se convertirán en un país estancado como lo son sus socios europeos?
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Despejándole el podio a China.