Soy un hombre casado. No hace demasiadas semanas pasé por el altar. Fue una ceremonia que cumplió con todos los requisitos de una boda «de las de toda la vida»: iglesia, cura, novia de blanco, prometer amor eterno, pétalos de rosa, beso en lo alto de la silla, verso del padrino y un largo etc. Además de todo esto, decidimos con mi mujer que no viviríamos juntos hasta después del enlace matrimonial. Ciertamente más tradicional imposible. Mi abuela entendió perfectamente todo el proceso, en cambio, gran parte de amigos y compañeros de trabajo no acabaron de entender lo que yo consideraba normal.
Por un lado, me encontré con quienes lo cuestionaban desde una perspectiva práctica. Es decir, ¿cómo podía casarme con una persona con la que todavía no había convivido bajo un mismo techo o en un viaje romántico? ¿Mi respuesta fue que yo amaba a mi prometida y ella a mí, que después de años de noviazgo yo conocía sus defectos y ella los míos, por tanto, el hecho de vivir con ella realmente hubiera determinado mi amor? Pienso que no, y en todo caso lo que es seguro es que no hubiéramos experimentado esa magia de volver de la luna de miel y no tener nada en casa, solo el uno al otro.
¿Quiere un inicio más romántico?
Por otro lado, también hay compañeros que me han preguntado sobre el hecho de casarme. Me decían que lo importante es el amor y nada más. Estoy de acuerdo en que el amor lo es todo, tanto desde la perspectiva de sentir como de querer amar al otro. Pero el matrimonio no es un sustitutivo del amor, por el contrario, es un refuerzo. El matrimonio es una institución que ha existido siempre en todas las culturas y tradiciones, por tanto, es una cuestión muy humana. Casarse significa comprometerse con el otro de por vida teniendo de testigos a todos aquellos a los que los novios aman para compartir también con ellos la alegría del amor. En el caso del cristianismo, el sacramento del matrimonio es impartido por los propios novios. Además, a la ecuación se suma Dios (¡no está mal!), el cual da una especial gracia a los contrayentes para caminar juntos en esta vida y en la que sigue.
Finalmente, hay quienes acusan el modelo de noviazgo y matrimonio que hemos decidido vivir libremente con mi esposa de patriarcal y opresor hacia la mujer (un poco violento). No voy a entrar a debatir el concepto patriarcado (¿qué es exactamente? ¿Cuándo y dónde ha existido un matriarcado?) ni a mencionar que fueron precisamente las mujeres las grandes beneficiadas del concepto de matrimonio cristiano monógamo y de por vida.
Sobre la opresión y la violencia hacia la mujer, desgraciadamente existe en algunos matrimonios. Al igual que se produce en parejas no casadas o entre personas que no son pareja. No tengo las cifras sobre el predominio de cada uno. En todo caso sí sé cuáles son las reglas del matrimonio que estamos viviendo con mi esposa. Ambos tenemos claro que el divorcio no entra en las opciones y, por tanto, nos facilita el confiar y amarnos sin condiciones. Uno de nuestros principios ha sido el valor de la espera, la espera de ir a vivir juntos, la espera a tener relaciones. Este último punto nos ha facilitado entender el concepto del respeto y ver la entrega de todo mi yo al otro como consecuencia de un amor maduro y exclusivo.
En conclusión, creo honestamente que el modelo de relación que seguimos es el que permite obtener un mejor equilibrio dentro de la pareja (por eso le seguimos), situando el amor, el compromiso y el respeto como principios fundamentales. Soy consciente de que mucha gente etiquetará este modelo como retrógrado, pero pienso que es todo lo contrario. Aporta la necesaria novedad de vivir el amor libremente sabiendo que ambos somos uno que anda hacia el mismo ideal: el amor sin condiciones hoy, mañana y siempre. Spoiler: y es posible.
Además, a la ecuación se suma Dios (¡no está mal!), el cual da una especial gracia a los contrayentes para caminar juntos en esta vida y en la que sigue. Clic para tuitear
