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Elecciones federales alemanas: dura competición política entre tres rivales

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La celebración de elecciones federales alemanas, el próximo 26 de septiembre, está viviendo la campaña electoral más volátil desde la victoria ajustada del socialdemócrata Gerhard Schröder en 2002.

La importancia de las elecciones federales alemanas es evidente: se trata de la primera economía europea, de la única locomotora de la Unión Europea (Francia está en caída libre desde hace dos décadas) y de la guardiana del euro.

Las decisiones germánicas marcan el ritmo del resto de gobiernos europeos en terrenos que no se limitan a la política económica y financiera. Un claro ejemplos de ello es la acogida de más de un millón de demandantes de asilo entre 2015 y 2016.

Schröder y la actual cancillera Angela Merkel comparten el mérito de haber situado Alemania en su posición absolutamente dominante en Europa.

Ahora, sin embargo, tras más de 15 años en el poder, el paso atrás de Merkel ha generado una dura competición política entre tres rivales.

El democratacristiano Armin Laschet, designado delfín del todavía canciller, ha acumulado pifias. La candidata de los ecologistas, Annalena Baerbock, hizo una excelente arranque en los sondeos, pero ha perdido desde entonces credibilidad. Y finalmente, el socialdemócrata Olaf Scholz ha sido la gran sorpresa en sacar del abismo su partido y conseguir presentarse como el campeón de la estabilidad.

Esta incertidumbre electoral hace pensar que la tan envidiada estabilidad alemana podría estallar en mil pedazos. Al fin y al cabo, esta estabilidad quizás no era tan firme como todavía se dice y repite.

La obsesión por la reducción de los costes

De hecho, Alemania no es un país tan modélico: su estabilidad reciente depende, por un lado, del personalismo de Angela Merkel (hay quien afirmó que Merkel ha sido la líder populista por antonomasia), y por otro, de un modelo económico y financiero consistente en reducir los costes al mínimo.

La obsesión alemana por abaratar los procesos ha ido arrinconando las inversiones y estancando la productividad.

Actualmente, el modelo parece no poder dar más de sí: la productividad alemana está estancada desde hace años (a diferencia de la norteamericana que aumenta sin parar, o incluso de la española, que sí ha aumentado en la última década).

Si la economía alemana todavía funciona tan bien es gracias a su tejido institucional, a su red logística extremadamente optimizada y a su larga tradición industrial, que hace que sea el país con más patentes en paridad de poder adquisitivo del mundo.

El problema de la natalidad

Socialmente, Alemania se enfrenta a un gravísimo problema demográfico. Con 1,57 hijos por mujer en edad fértil en 2018, el incremento de los últimos años se ha debido casi exclusivamente al importante incremento de la inmigración escasamente cualificada.

En Alemania la inmigración mayoritaria, como ocurre en España, no cubre el vacío de capital humano y social dejado por los trabajadores que se jubilan, volviendo al estancamiento de la productividad ya mencionada.

La falta de un contra-poder francés a la supremacía alemana ha causado numerosos desequilibrios en el seno de la Unión Europea

Desde un punto de vista político, la falta de un contra-poder francés a la supremacía alemana ha causado numerosos desequilibrios en el seno de la Unión Europea: la crisis de la deuda griega, la crisis de los refugiados sirios, la negativa a reforzar la defensa europea … Son episodios con un denominador común: los intereses nacionales alemanes, a menudo planteados a corto plazo, han pasado por delante.

En política de defensa, Alemania siempre ha preferido ser un apéndice de Estados Unidos que tener que mojarse, ante la desesperación de Francia, que ha fracasado sistemáticamente en sus intentos de ganar en autonomía estratégica europea (eso sí, bajo liderazgo francés).

Este perfil diplomático bajo se mantiene siempre excepto cuando se trata de colocar rápidamente exportaciones: llegados a este punto, Berlín no tiene ningún problema en llegar a acuerdos económicos con China o Turquía, a pesar de los inconvenientes geopolíticos y éticos.

Las elecciones federales alemanas del próximo 26 de septiembre tendrán que ajustarse a numerosos aspectos del tan envidiado modelo alemán. Desgastado después de dos décadas de éxito con importantes matices, hay que ajustarlo urgentemente a las nuevas realidades del siglo XXI, por el bien de los alemanes, pero también por el de todos los europeos.

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