En un momento en que Europa parece caminar hacia la legalización sistemática de la muerte “por compasión”, Eslovenia ha dado un paso decisivo en sentido contrario. El pasado domingo, los ciudadanos han anulado en referéndum vinculante, con un 53% de votos en contra, la ley de suicidio asistido aprobada en julio por el Parlamento esloveno. Un voto que no solo frena una legislación profundamente polémica, sino que reafirma la convicción —todavía viva— de que la vida humana no pierde su dignidad ni en la enfermedad ni en la fragilidad.
La consulta era tan directa como dramática:
«¿Está usted a favor de aplicar la Ley de interrupción voluntaria asistida de la vida…?»
Más del 35% del electorado acudió a las urnas, superando ampliamente el mínimo necesario para que el resultado fuera válido. Y la respuesta fue clara: Eslovenia no quiere que el Estado legitime la muerte como solución médica.
Iglesia, conservadores y sociedad civil: un “no” que unió fuerzas
La oposición a la ley fue encabezada por sectores conservadores, el Partido Democrático Esloveno (SDS) y, de manera destacada, la Iglesia católica. No defendían un mero protocolo jurídico: defendían el principio elemental de que la vida humana es inviolable, un principio reconocido tanto por la moral cristiana como por la Constitución eslovena.
El promotor del referéndum, Ales Primc, lo expresó con sobriedad al cierre de urnas:
«Deseo que los enfermos, los discapacitados y los jubilados ganen hoy para que puedan vivir en paz y seguridad».
Un mensaje que resume la esencia del debate: la eutanasia no protege a los vulnerables, los expone.
Una ley que abría la puerta a un cambio antropológico
La norma anulada era la primera de este tipo en Europa del Este. Permitía que adultos mentalmente capaces, afectados por enfermedades terminales o dolencias severas consideradas irreversibles, pudieran solicitar ayuda médica para morir.
El procedimiento exigía evaluaciones psicológicas y médicas, tras las cuales el propio paciente debía ingerir o inyectarse la sustancia letal. El personal sanitario podía acogerse a la objeción de conciencia.
Pero más allá del procedimiento, el debate era moral. Convertir al Estado y a los médicos en facilitadores de la muerte supone —como han advertido la Iglesia y numerosos expertos— alterar la relación fundamental entre sociedad y sufrimiento. Allí donde la eutanasia se aprueba, se transforma lentamente la mirada cultural: el enfermo deja de ser alguien a quien cuidar, para convertirse en alguien a quien “liberar”.
La ley tuvo un recorrido tenso. Primero fue respaldada en un referéndum consultivo, con un 55% a favor. Después, en julio, el Parlamento la aprobó por 50 votos frente a 34. Sin embargo, el Consejo Nacional —la cámara alta— activó un veto suspensivo, y la sociedad civil comenzó a recoger firmas para un nuevo referéndum. Reunieron más de 46.000 apoyos, 6.000 por encima de lo necesario.
El resultado final ha sido contundente: el pueblo ha retirado la legitimidad que el Parlamento quiso dar a la eutanasia.
Un mensaje para Europa
La decisión de Eslovenia no es un hecho aislado, se suma a una tendencia creciente en varios países donde la expansión de la eutanasia está siendo cuestionada por juristas, asociaciones médicas, líderes religiosos y ciudadanos que ven con preocupación la deriva cultural.
El voto esloveno lanza a Europa un mensaje incómodo, pero necesario: la compasión no consiste en anticipar la muerte, sino en acompañar la vida hasta el final.
En tiempos en que muchos gobiernos quieren acelerar la aprobación de leyes de muerte asistida, Eslovenia —como antes Mónaco ante el aborto, o Luxemburgo y Bélgica ante otros dilemas morales— recuerda que todavía es posible que un pueblo levante la voz para decir: la vida, siempre, merece ser defendida.
El resultado final ha sido contundente: el pueblo ha retirado la legitimidad que el Parlamento esloveno quiso dar a la eutanasia. #Eslovenia #Eutanasia Compartir en X









