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España: otro «bien moral» indefenso

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Un estudio realizado por la Asociación Internacional Gallup señala que la mayoría de los españoles (53%) no está dispuesto a luchar por su país en caso de que hubiera un conflicto bélico. Sólo un 29% se muestra favorable y el 18% restante no sabe o no contesta.

La desafección de la sociedad española hacia los deberes con la Patria, una de las exigencias del 4º Mandamiento de la Ley de Dios[1], se debe a múltiples razones. Sin duda el individualismo hedonista dominante es una de ellas. También la identificación artificial de la nación con el Estado liberal y jacobino. O la irrupción del concepto de nación cultural, de inspiración romántica, que apela a la sensualidad primaria como principio y fin de la identidad colectiva de un pueblo[2]. Lo acaba de recordar el Sr. Obispo de Bilbao, monseñor Joseba Segura, en una entrevista para la Cadena Cope el pasado mes de marzo, señalando con claridad que existe relación directa entre nacionalismo separatista y secularismo. Es el nacionalismo, como decía san Juan Pablo II, que ha nacido al calor de las ideologías[3].

El propio san Juan Pablo II señalaba[4] que la superación del nacionalismo es el termómetro de acercamiento a los ideales del Evangelio, distinguiendo entre nacionalismo y Patria[5]. La Patria entendida como comunidad política e histórica al servicio del bien común nacional e internacional frente al nacionalismo entendido como el individualismo de los pueblos, en un neopaganismo con ribetes totalitarios[6] que idolatra la particularidad propia[7].

En realidad, la pérdida de la conciencia sobre el sentido y el valor de España como Patria tiene profundas consideraciones religiosas. Si una comunidad política es varia y plural, ¿qué razones justifican hoy la unidad? Ni siquiera las razones históricas parecen presentar fuerza argumental suficiente. Hay una relación directa entre el desdén mayoritario de los españoles hacia su vocación sobrenatural, y el desamor a la Patria.

España es una de las naciones más antiguas del mundo. No nace con la Reconquista, ni con el Estado moderno, ni menos aún con la Constitución de 1812. Nace en el III Concilio de Toledo, en 589, cuando alcanza por primera vez la unidad política y religiosa. En aquel momento histórico los españoles encontraron un proyecto sugestivo de vida en común, que decía Ortega, que explicaba la unidad pese a la multiplicidad de razas o idiomas distintos. Aquel espíritu fundacional, forjado durante siglos, ha desembocado en un estilo de vida, que Manuel García Morente, identifica con el caballero cristiano[8]. Y aquella empresa histórica que encabeza el rey visigodo Recaredo con su conversión es el comienzo de una civilización[9] al servicio del Mensaje Universal de Salvación, fecunda en la forma, porque ha sido mestiza, y fecunda en el fondo, porque ha incorporado a la mitad del orbe al Cuerpo Místico de Cristo, que hoy reza al Dios verdadero en español[10].

Por eso decía con emoción san Juan Pablo II que «en nombre de toda la Iglesia, he querido venir personalmente para agradecer a la Iglesia en España la ingente labor de evangelización que ha llevado a cabo en todo el mundo, y muy especialmente en el continente americano y Filipinas» (…). «Me urgía reconocer y agradecer ante toda la Iglesia vuestro pasado evangelizador. Era un acto de justicia cristiana e histórica»[11].

El documental Hispanoamérica, recientemente estrenado, demuestra que, si hay alguna constante histórica que explique una trayectoria de 1.500 años de unidad, es la fe católica. Las naciones son proyectos históricos que un día salieron de la prehistoria, de una vida hacia dentro sin más horizonte que sobrevivir, para embarcarse en una tarea colectiva que se proyecta sobre otros pueblos.

Decía Menéndez Pelayo que «España era o se creía el pueblo de Dios, y cada español, cual otro Josué, sentía en sí fe y aliento bastante para derrocar los muros al son de las trompetas o para atajar al sol en su carrera. Nada parecía ni resultaba imposible; la fe de aquellos hombres, que parecían guarnecidos de triple lámina de bronce, era la fe, que mueve de su lugar las montañas. Por eso en los arcanos de Dios les estaba guardado el hacer sonar la palabra de Cristo en las más bárbaras gentilidades; el hundir en el golfo de Corinto las soberbias naves del tirano de Grecia, y salvar, por ministerio del joven de Austria, la Europa occidental del segundo y postrer amago del islamismo; el romper las huestes luteranas en las marismas bátavas con la espada en la boca y el agua a la cinta y el entregar a la Iglesia romana cien pueblos por cada uno que le arrebataba la herejía. España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectores o de los reyes de taifas»[12].

Así es. Unidos en el Credo reconquistamos la península Ibérica de la tiranía musulmana. Unidos en el Credo evangelizamos América y Filipinas, en el mayor acontecimiento de la historia después de la Encarnación del Verbo de Dios, como diría López de Gómara. Unidos en el Credo salvamos a Europa de islam en Viena o en Lepanto. Unidos en el Credo combatimos la herejía luterana en Flandes. Unidos en el Credo vencimos a los ingleses en Cartagena de Indias. Unidos en el Credo derrotamos al impío Napoleón. Y Unidos en el Credo también fuimos derrotados en la Gran Armada, en Rocroi, en Trafalgar, en Baler, en la guerra contra los Estados Unidos en 1898 o en Annual.

Si amamos el mensaje, ¿cómo no enamorarse del mensajero cuando ha sido fiel a su misión? No es un amor sensible sino intelectual. Es el amor a la eterna metafísica de España, que cantó Ramiro de Maeztu[13]. Tampoco es amor a la ruina espiritual de la España que vivimos. Es el amor a lo que España representa en la historia. A lo que justificó su nacimiento. A los valores que sirvió y cómo los sirvió hasta la extenuación de sí misma. Es el amor a su vocación, destino y misión. Por eso lo católico y lo patriótico están inseparablemente unidos[14].

Decía el cardenal catalán don Isidro Gomá que «América es la obra de España. Esta obra de España lo es esencialmente de catolicismo. Lugo hay relación de igualdad entre hispanidad y catolicismo, y es locura todo intento de hispanización que lo repudie»[15].

San Juan Pablo II amaba más a España que la inmensa mayoría de los españoles. Hasta en la decadencia de esta otora Patria misionera, el Papa santo percibía el fuego en los rescoldos que nunca terminan de apagarse. «¡No se ha extinguido en la Iglesia en España el aliento misionero! ¡No habéis dejado de cumplir el “id y enseñad a todos los pueblos”! Cerca de diez y ocho mil misioneros españoles perpetúan hoy en aquellas tierras, tan hermanas vuestras, la tradición misionera que yo deseo se acreciente, como una de las glorias más altas de esta Iglesia. ¡Que el Señor bendiga los pasos y las manos de los españoles que en todo el mundo, y especialmente en América, evangelizan y bautizan en su nombre!»[16].

España fue primera potencia mundial en circunstancias insólitas. ¿Cómo se produjo tal hazaña humana? Tal gesta no tiene explicación ni valor sin la fe de sus protagonistas[17] y en consecuencia sin el concurso de la Providencia divina que hizo de España nación consagrada[18] al servicio del Evangelio[19].

En la fórmula de Consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús en 1919, aquellas palabras eran la música que sonaba familiar en el alma de los españoles desde la época visigoda: «España, pueblo de tu herencia y de tus predilecciones, se postra hoy reverente ante ese trono de tus bondades que para Ti se alza en el centro de la Península. Todas las razas que la habitan, todas las regiones que la integran han constituido en la sucesión de los siglos, y a través de comunes azares y mutuas lealtades, esta gran Patria Española, fuerte y constante en el amor a la Religión».

Este espíritu[20], y solo él, hizo posible una aventura humanamente imposible. Por eso no tiene sentido histórico invocar el nombre de España de espaldas a su historia, ni tiene sentido desde una cosmovisión cristiana buscar la destrucción de España, «un bien moral», en palabras del Cardenal Antonio Cañizares.

Decía don Miguel de Unamuno que los enemigos de España, del interior y del exterior, no vencerán, porque Dios no puede abandonar a España, «pueblo de tus predilecciones». Dios castigará severamente a los pueblos que pretenden frívolamente romper bellas unidades que han demostrado en la historia una fecundidad evangelizadora singular[21]. Y los castigará a caminar errantes por la historia, ignorantes de su dignidad y de su alta vocación, sometidos a los vaivenes arbitrarios y totalitarios de mayorías caprichosas y manipuladas.

 

[1] El 4º Mandamiento de la Ley de Dios se extiende a los «deberes de los ciudadanos respecto a su Patria» (CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA FIDEI DEPOSITUM, Catecismo de la Iglesia Católica, Madrid: Editorial Asociación de Editores del Catecismo, 1992, n. 2199).

«Este amor llamado patriotismo, es a la sociedad en que se ha nacido, la cual es su madre y su padre, su patria, su familia. Debe ser, primero, un amor razonable, no irracional y pueril. Segundo un amor de obra; pues no basta de palabra. Y tercero, un amor justo, que no le lleve a injusticias ni odios. El más pequeño odio e injusticia es ilícito. La exageración de patriotismo, o el patrioterismo, es un vicio pueril y ridículo» (Remigio VILARIÑO UGARTE, S. J., Texto de Religión, Bilbao: El Mensajero del Corazón de Jesús, 1938, p. 234).

Dice el Catecismo que «el amor y el servicio de la Patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad» (CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA FIDEI DEPOSITUM, Catecismo de la Iglesia Católica, op. cit., n. 2239). Añade que «los poderes públicos tienen el derecho y el deber de imponer a los ciudadanos las obligaciones necesarias para la defensa nacional» (ib., n. 2310).

El Concilio pide que «cultiven los ciudadanos con magnanimidad y lealtad el amor a la patria, pero sin estrechez de espíritu, de suerte que miren siempre al mismo tiempo por el bien de toda la familia humana, unida por toda clase de vínculos entre las razas, pueblos y naciones» (CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes, n. 75).

Sobre las obligaciones morales hacia la Patria vid. Antonio ROYO MARÍN, Teología moral para seglares (vol. I), Madrid: BAC, 1964, p. 860-870.

[2] El nacionalismo romántico es el peor enemigo de las regiones que han caído en las redes de una sensibilidad sin raíces. Por eso, todo nacionalismo odia la historia y apela a la voluntad mayoritaria de una generación.

[3] Cf. san JUAN PABLO II, Centesimus Annus, 20b.

[4] Cf. san JUAN PABLO II, Redemptoris Missio, 86a.

[5] Cf. san JUAN PABLO II, Redemptor Hominis, 15e; Ut Unum Sint, 19.

[6] Cf. san JUAN PABLO II, Discurso al Cuerpo Diplomático, 15 de enero de 1994. El Papa Pío XI en 1937, en la carta encíclica que condena al nazismo, Mit Brennender Sorge, ya había rechazado la divinización, con culto idolátrico, de una raza, un pueblo o un Estado, porque pervierten y falsifican el orden creado e impuesto por Dios.

[7] Cf. san JUAN PABLO II, Discurso en Trieste, 1 de mayo de 1992.

[8] Vid. Manuel GARCÍA MORENTE, Idea de Hispanidad (Obras Completas-Vol. 1, t. 2), Madrid: Editorial Anthropos, 1996.

[9] San Isidoro de Sevilla ya hablaba en el siglo VII de la «sacra España» en el prólogo de su libro Historia gothorum (Historia de los godos), con su De laude Spaniae (Sobre la alabanza a España).

[10] Vid. Melquiades ANDRÉS MARTÍN, Misioneros extremeños en Hispanoamérica y Filipinas, Madrid: BAC, 1993. Constantino BAYLE, La expansión misional de España, Barcelona: Editorial Labor, 1936. José María IRABURU, Hechos de los Apóstoles de América, Pamplona: Fundación Gratis Date, 1999. Francisco MARTÍ GILABERT, La primera misión de la Santa Sede a América, Pamplona: Ediciones Universidad de Navarra, 1967. Cristóbal REAL, La Gran Siembra de España, Madrid: Editora Nacional, 1944. Vicente D. SIERRA, El sentido misional de la conquista de América, Madrid: Ediciones del Consejo de la Hispanidad, 1944.

[11] San JUAN PABLO II, Homilía, Zaragoza, 10 de octubre de 1984.

[12] Marcelino MENÉNDEZ Y PELAYO, Historia de los heterodoxos españoles, Madrid: BAC, 1987, p. 1038.

[13]  Vid. Ramiro DE MAEZTU, Defensa de la Hispanidad, Madrid: Ediciones FAX, 1934.

[14] Reducir una trayectoria de quince siglos de honda identificación popular entre lo religioso y lo nacional, a la caricatura propagandística de los apátridas con el llamado «nacional-catolicismo», es ignorar la historia confundiendo los deseos con la realidad. Los que inventan, los innovadores, los raros…, son quienes pretender edificar una España nueva de nueva planta, de espaldas a su fundación, a su tradición, y a la verdad de su éxito civilizador.

[15] Cardenal Isidro GOMÁ Y TOMÁS, «Apología de la Hispanidad», Acción Española, vols. 64-65 (1934), p. 1-38. Conferencias pronunciadas en Buenos Aires el 12 de octubre de 1934.

[16] Ib. San Juan Pablo II calificó de «luminoso en su conjunto» el proceso de conquista y evangelización de América durante su tercer día de estancia en México (San JUAN PABLO II, Discurso en Puerto de Veracruz, 8 de mayo de 1990).

[17] Quienes no tienen fe, la perciben como una especie de testarudez humana arraigada por algún tipo de educación rigorista. No entienden que la fe, primero, es un don que hay que impetrar, luego se convierte en gracia divina que hace milagros. Y finalmente es mérito de quien la recibe en sencillez evangélica, la cuida y la hace fructificar.

[18] España es una nación citada en la Sagrada Escritura. Trece veces al menos aparece en el Antiguo Testamento, doce como Tarsis (cf. Gn. 10, 2-4; 1Re. 10, 21-22; 1Re. 22, 48; 2 Cr. 20, 35-36; Jr. 10, 7-9; Ez. 27, 12; Is. 2, 12-16; Is. 60, 9; Salmos 48 y 72; Cant. 5, 10-14; y Jonás 1, 1-4), y una como Sefarad (cf. Abd. 1, 20). Y dos veces más como España en las cartas de san Pablo (cf. Rom. 15, 23-28). Hasta el Papa Benedicto XVI vincula a Tarsis-Tartessos en España con los Magos de Oriente, cuya procedencia extiende hasta el extremo de Occidente (cf. Joseph RATZINGER, La infancia de Jesús, Barcelona: Planeta, 2012, p. 102).

Como signo de predilección, Dios nuestro Señor prometió al beato padre jesuita Bernardo de Hoyos: «Reinaré en España, y con más veneración que en otras muchas partes».

[19] El Cardenal primado de España, don Marcelo González Martín decía, citando al historiador Lewis Hanke, que «la empresa de España en América fue mucho más que una extraordinaria hazaña militar y política. Fue también uno de los mayores intentos que ha presenciado el mundo para que prevalezcan los preceptos cristianos en las relaciones entre las gentes» (Cardenal Marcelo GONZÁLEZ MARTÍN, «Sobre la evangelización de América», Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas 70 (1993), p. 139-154).

[20] Tres días antes de morir Isabel la Católica en Medina del Campo dictó un codicilo que se añade a su testamento, declarando cuál fue su intención principal cuando la Santa Sede concedió a la Corona las Indias descubiertas: «Nuestra principal intención fue… de procurar inducir y traer los pueblos de ellos y los convertir a nuestra santa fe católica, y enviar a dichas Islas y Tierras Firme Prelados y Religiosos y Clérigos y otras personas doctos y temerosos de Dios, para instruir los vecinos y moradores de ellas en la fe católica y les ensañar y doctrinar buenas costumbres, y poner en ello la inteligencia debida, según más largamente en las letras de dicha concesión se contiene» (ISABEL I DE CASTILLA, Codicilo, Cláusula X).

Entre los fines secundarios de la aventura estaba hacerse con el monopolio del comercio de especias por mar y razones de índole científico. Aunque poco se ha estudiado el plan de los Reyes Católicos de establecer una presencia española en Oriente, objetivo original de la expedición, para abordar una eventual recuperación del Imperio Romano de Oriente, conquistado por los turcos tan sólo 39 años antes. Los musulmanes otomanos habrían tenido reinos cristianos al este y al oeste…

[21] España es la tierra con mayor número de santos, a gran diferencia del segundo puesto después de las canonizaciones de la persecución religiosa entre 1931-1939.

Si una comunidad política es varia y plural, ¿qué razones justifican hoy la unidad? Ni siquiera las razones históricas parecen presentar fuerza argumental suficiente Share on X

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