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¿Existe el síndrome postaborto?

Familia

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En los últimos días, el debate público sobre el síndrome postaborto (SPA) se ha encendido de nuevo. Desde distintos sectores políticos y mediáticos se ha cuestionado su existencia como categoría clínica, mientras otras voces —profesionales, pastoral familiar y mujeres que han sufrido tras un aborto— reclaman reconocimiento y acompañamiento.

Frente a la confusión terminológica, la pregunta clave no es semántica sino humana: ¿existen consecuencias psicológicas y espirituales relevantes tras un aborto provocado?

La respuesta honesta, desde la medicina y la pastoral, es que sí hay evidencia de impacto en la salud mental de un número significativo de mujeres, aunque los expertos discuten las etiquetas diagnósticas y los mecanismos causales.

¿Qué dice la ciencia reciente?

Un estudio  publicado en 2025 en Journal of Psychiatric Research analizó 1,2 millones de embarazos en hospitales de Quebec (2006–2022), comparando 28.721 abortos inducidos con 1.228.807 partos y siguiendo la evolución hasta 17 años. Halló tasas más altas de hospitalización por salud mental tras el aborto frente a otros desenlaces del embarazo.

Los riesgos relativos ajustados fueron: trastornos psiquiátricos, trastornos por uso de sustancias y intentos de suicidio.

El exceso de riesgo fue más marcado en los primeros 5 años y tendió a disminuir con el tiempo, acercándose a la población comparativa hacia el final del seguimiento.

Importante: el propio artículo no afirma causalidad, sino asociación, e identifica mayor vulnerabilidad en menores de 25 años y en quienes tenían patología mental previa.

Estas conclusiones, compatibles con literatura previa, invitan a mirar a las personas, no a los eslóganes: hay mujeres que sufren tras un aborto y que necesitan ser vistas, escuchadas y acompañadas.

La voz pastoral

En este contexto, el obispo de Orihuela-Alicante, Mons. José Ignacio Munilla, ha compartido en redes sociales reflexiones directas y pastorales.

Confirma haber “visto” las heridas profundas que el aborto deja en las mujeres, hasta convertirlas en “segunda víctima” (la primera, el niño). Señala que existen itinerarios psicológicos y espirituales de sanación a los que acuden miles de mujeres en todo el mundo, mientras otras sufren en silencio sin saber a dónde acudir.

Recuerda el caso paradigmático de Norma McCorvey (“Jane Roe”), emblema del activismo abortista en EE. UU., que atravesó un doloroso proceso y terminó defendiendo la vida. Y denuncia la tentación del “pensamiento único” que niega lo evidente cuando la ideología se impone a la realidad.

Más allá de la retórica de trinchera, sus palabras interpelan a la sociedad y a la Iglesia:

¿estamos ofreciendo caminos reales de reconciliación, perdón y sanación para quienes lo piden?

Nombrar el dolor para poder curarlo

Desde la perspectiva católica, tres puntos son esenciales:

  1. La dignidad de toda vida humana es innegociable, pero esa verdad no compite con la misericordia hacia quien carga con una herida. Evangelio y Caritas van juntos: verdad y amor.

  2. El sufrimiento psicológico existe aunque no tenga “código” propio. Que el término SPA (Síndrome Post Aborto) no figure en el DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) no borra ansiedad, depresión, culpa, duelo complicado, consumo de sustancias o ideación suicida descritos en la literatura y en consultas clínicas. La ciencia documenta asociaciones y sugiere perfiles de mayor riesgo; la pastoral acompaña personas concretas.

  3. Acompañar salva. Allí donde hay itinerarios de sanación —psicoterapia informada en trauma, confesión, dirección espiritual, grupos de postaborto y comunidades parroquiales acogedoras—, la esperanza vuelve a abrirse paso. Munilla subraya que ya existen esos caminos; falta acceso y visibilidad.

Salir del bucle ideológico

En España, la discusión institucional corre el riesgo de reducir una cuestión compleja a un pulso partidista. Conviene no perder de vista a quién debe servir el debate: la mujer que sufre y el hijo no nacido.

La gracia sana la historia cuando se abre un camino de verdad. Si hoy se discute el nombre del “síndrome postaborto”, no discutamos a la mujer que llora por dentro; no neguemos el dato que señala más riesgo de hospitalización psiquiátrica, consumo y suicidio tras un aborto, especialmente en jóvenes y con antecedentes. Miremos de frente el dolor y pongamos recursos a su altura.

Si necesitas ayuda, pídela. Nadie camina solo.

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