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Herederos de la Resurrección

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¡Feliz Semana Santa, amigos y amigas de fatigas! ¿Qué tal si nos superamos juntos? Me han pedido que, si hoy quiero publicar como cada viernes, mejor que sea un artículo “muy de Viernes Santo”. Como los últimos años he escrito sobre la Cruz y porque me gustan los retos, me lanzo a la piscina como el niño que va en busca de aventuras. Y es que ¿qué mejor aventura que un Viernes Santo para adentrarse en el misterio? Así pues, te invito a lanzarte conmigo en busca y captura: mojémonos juntos, que no hay nada como la Sangre purificadora de Jesús para poder resucitar con Él un día.

Porque de eso se trata. El Viernes Santo acaba en el Domingo de Resurrección. Si no resucitáramos, la vida sería una vida muy con minúscula, una soberana engañifa, una prepotencia, un abuso de autoridad. Pero Jesús es Amor y Verdad, el Hijo de Dios, y de su Padre obtiene lo que quiere, pues “igual que el Padre dispone de la vida, así ha dado también al Hijo el disponer de la vida” (Jn 5,26). Tan es así, que “si morimos con Él, también viviremos con Él; si perseveramos, también reinaremos con Él” (1 Tim 2, 11-12). El Viernes Santo es una promesa oculta, la semilla plantada en tierra buena (Cfr. Mc 4,3-8; 14-20).

Desentrañemos el valor oculto

Ahí está el valor del sufrimiento. Ahí está el germen de la Vida (con mayúscula). Una Vida que es promesa de esa felicidad, ese gozo y esa plenitud que todos anhelamos en vida y que Jesús nos promete; la plenitud a que somos llamados, pues “somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; con tal de que padezcamos con Él, para ser con Él también glorificados, [pues] los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura que se va a manifestar en nosotros” (Rom 8,16-17.18), porque “las promesas fueron hechas a Abraham y a su descendencia, […] que es Cristo” (Gál 3,16).

Si no hubiera vida eterna, Jesús sería el gran mentiroso de la Historia. Pero además, resulta que hay testigos de sus milagros y de que resucitó, lo cual prueba que no mentía, sino que el Padre respaldaba su acción purificadora. También nosotros podemos fingir llevar una vida cristiana y ser más pecadores que el máximo de los pecadores. Con el agravante de que, si nos llamamos y aparecemos como seguidores de Jesús, tenemos más obligación de dar ejemplo; no solo ser buenos, sino también parecerlo, y por tanto, tenemos más culpa si faltamos a la Verdad, pues el escándalo es mayor cuando viene de lo que se tiene por ejemplar, lo mismo que una mancha de hollín destaca más sobre el blanco inmaculado de una seda blanca.

El blanco sobre blanco ensalza la pureza de Jesús resucitado, tal como previamente se había mostrado a Pedro, Santiago y Juan en la Transfiguración (Mt 17,1-8), que fue un anticipo de la Resurrección, lo mismo que, tras transfigurarse, Jesús anuncia su Pasión (Mt 17,12). No solo obraba milagros, sino que manifestaba que el Padre obraba “por Cristo, con Él y en Él” (tal como rezamos en el Canto de la Presentación de las Ofrendas de la misa).

Antinomias encontradas

Sufrimiento. Viernes Santo. Cruz. Tinieblas y muerte. Pero la muerte no tiene la última palabra, pues nuestro Señor “no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para Él todos viven” (Lc 20,38). “Como hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del hombre celestial. […] No todos moriremos, pero todos seremos transformados, en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al son de la trompeta final; porque sonará la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que este cuerpo corruptible se vista de incorruptibilidad, y este cuerpo mortal se revista de inmortalidad. Y cuando este cuerpo corruptible se haya revestido de incorruptibilidad, y este cuerpo mortal se haya revestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: ‘La muerte ha sido absorbida en la victoria. / ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? / ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?’. El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la ley. Pero demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor 15,49.51-57).

Piensa por un momento. Si le preguntas a cualquier descreído de los de hoy si le gustaría vivir en el Cielo, seguro que te mirará con cara de póquer. Pero si insistes y le preguntas a continuación si después de morir le gustaría seguir viviendo eternamente en un lugar inimaginablemente esplendoroso y de una manera que ya nunca más volverá a sufrir, sino que además será más superfeliz que la Cenicienta, la cosa cambia. Todos queremos ser felices. Y nadie quiere morir.

Pero pregúntale a tu interlocutor hasta qué punto está dispuesto a arriesgar esa felicidad eterna. Y pregúntatelo tú. Eso cambia, ¿eh? Porque te veo muy apoltronado en tu solio de gloria humana. Es de cajón: si quieres algo, algo vas a tener que arriesgar. Y si te quedas de brazos cruzados mirándolas pasar desde tu atalaya de bienestar con tu orgullo inflado a reventar, un día verás cómo todos aquellos que veías como desde arriba, te pasarán delante y serán aupados a la Gloria que tú habrás perdido, mientras tú ardes de fruición perversa, eternamente.

El secreto de tu vida

Hablamos de victoria sobre toda muerte. Victoria renovadora. Felicidad de un cuerpo animado que vive por siempre. ¿Puedes esperar algo más de esta vida mortal? ¿Se te ocurre algo mejor? De ser así como tantos testigos nos confirman, ¿no crees que vale la pena reconocer tu pecado y renacer… para, en lugar de permanecer orgulloso en la ignominia del deshonor de tu infamia, vivir eternamente? Ese es el secreto de una vida lograda. No dejes pasar un Viernes Santo más sin reconocer tu pecado, pedir perdón y repararlo. Son esas las condiciones para una buena confesión, una confesión sincera y aceptada por Dios, exigencia de la Iglesia para celebrar la Pascua como Dios manda, más allá de las tres simples avemarías que te impondrá el confesor. ¡Ánimo, hermano, mi hermana del alma! Trasciende tus habituales tres avemarías, y abre tu corazón al Amor y a la Verdad. Solo así vivirás, “aquí” y “allí”. (Si no, ya sabes lo que te espera…).

Twitter: @jordimariada

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