Una de las primeras medidas que se tomaron para huir de la actual pandemia de la COVID-19 durante el pasado curso fue el cierre de los centros escolares. Se vio absolutamente necesario y fue de las pocas medidas sobre las que no hubo disenso, contestación ni debate, pues era obvio que los niños no podían ir al colegio. Como consecuencia, los salones de muchas casas se vieron de la noche a la mañana transformados en el sustituto forzado de las aulas, y las familias se acomodaron (se incomodaron) cada cual como mejor pudo, para adaptarse a una situación que en principio parecía transitoria, pero que se extendió hasta final de curso.
Entonces empezó a sonar tímidamente el movimiento de la escuela en casa, más conocido por su expresión inglesa, ‘home schooling’, una modalidad educativa sin ningún arraigo entre nosotros, por varios motivos, entre otros porque en España es ilegal en los tramos obligatorios de la enseñanza, es decir, entre los seis y los dieciséis años. Lo que hubo que hacer en las casas durante el confinamiento se parece poco a la práctica común del ‘home schooling’, si bien tiene un importante punto en común y es que los niños no van al colegio teniendo que pasarse el día en casa, normalmente a cargo de los padres.
Si el problema del coronavirus se hubiera pasado, probablemente aquí habría acabado la historia; llegado este septiembre, el nuevo curso empezaría con la normalidad acostumbrada y el ‘home schooling’ español seguiría en donde está ahora: una cantidad de familias indeterminada, que en realidad nadie sabe cuántas son, muy convencidas de lo que están haciendo, pero obligadas a educar a sus hijos fuera de la ley, o bien teniendo que dar intrincados rodeos fuera de nuestras fronteras.
Ahora bien, el peligro del coronavirus no solo no se ha pasado sino que ha vuelto a a crear mucha desazón y en estos momentos tenemos la seguridad de que el curso no empezará como ocurría hasta ahora, y, en muchos casos, caben dudas más que razonables de que vaya a empezar.
En tal situación, no parece ningún desatino pensar que una de las soluciones pasa por la ‘home school’, la escuela en casa.
La verdad es que no hay ningún motivo razonable para que esta modalidad educativa sea legal en numerosos países: Estados Unidos, Canadá, Méjico, Chile, Dinamarca, Reino Unido, Portugal, Francia, etc., y no lo sea aquí. A fin de cuentas, se trata de una opción de libertad cuya prohibición cuesta trabajo entender, máxime cuando la Constitución proclama el derecho de los padres a educar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones. Muchos no acabamos comprender (y en consecuencia, de aceptar intelectualmente) que la única manera de ejercer ese derecho sea a través de colegios e institutos.
En cuanto que la educación es un bien social, se entiende la legitimidad del Estado/Comunidades Autónomas para ordenar el sistema educativo, pero el sistema educativo no tiene el monopolio de la educación. Una cosa es el que el Estado haya de ser el promotor, gestor y garante del derecho a la educación y otra que los padres estén obligados, porque sí, a matricular a sus hijos en instituciones escolares que no acaban de convencerlos, y que, dicho con todas las cautelas, en muchísimos casos, de educativas no tienen más que el nombre (valga como ejemplo, el amplísimo fenómeno del acoso escolar).
¿De verdad todo lo que se imprime en las almas de niños y adolescentes dentro de colegios e institutos les construye como personas? ¿Cuántos de los que saben por experiencia lo que se cuece en aulas, patios de recreo y servicios, firmarían la bondad formativa de nuestra “educación” institucional?, ¿cuántos se atreverían a desligarla completamente de calamidades como la drogadicción, la violencia sexual entre jóvenes o el suicidio adolescente?, ¿todos los padres creen que el colegio hace a sus hijos más virtuosos?
No digo que los centros llamados educativos sean los únicos ni los primeros responsables de todas esas lacras, porque también ellos son parte sufriente, pero en cualquier caso, ¿de verdad se puede llamar educación a todo lo que ocurre intramuros de nuestras instituciones educativas?
¿Y hay que seguir diciendo no, tozudamente, a otras alternativas, como la escuela en casa?
Apostar por la escuela en casa no es apostar por una situación de anarquía educativa ni de descontrol administrativo. Que el Estado/Comunidades Autónomas fijen las normas que crean oportunas para la educación de los individuos y para el bien social, que exijan los objetivos y competencias que han de lograrse según edades, que doten a la inspeccción educativa de los recursos necesarios para hacer el seguimiento pedagógico de quienes opten por este sistema…, que no se obligue a nadie a aceptarlo si no quiere o no puede, pero ¿qué razones objetivas hay para negar a las familias educar a sus hijos en sus casas? A ver cómo se sostiene que en un país de libertades, no puedan hacerlo quienes quieran y demuestren ser capaces de ello, consiguiendo los resultados académicos exigidos. ¿Cómo se defiende que en países como los citados esté regulado y aquí no?
No sería raro que el coronavirus se encargara de convencer por la fuerza de los hechos a quienes no convence la fuerza de la razón. Una de las primeras cosas que está demostrando el virus es que hasta ahora está siendo más fuerte y más terco que las sociedades que lo padecemos, que somos todas. Y tampoco sería raro que el ‘home schooling’ acabara instalándose en España al margen de posturas inexplicables, de programas políticos cerriles, de disposiciones administrativas prohibicionistas y de sentencias disuasorias. Tarde o temprano acabaremos teniendo escuela en casa porque no habrá otro remedio, como consecuencia ineludible de un peligro muy grave, tanto que ya ha segado muchas vidas.
El argumento de la libertad es más que suficiente para regular la escuela en casa en nuestro país, pero no es el único por el que este tipo de enseñanza merece la pena. Tenemos un precedente que lo avala: la enseñanza libre, vigente hasta hace unas décadas. No es cuestión de compararlo porque las distancias son inmensas. Probablemente entre aquella enseñanza libre y el ‘home schooling’ actual haya más diferencias que parecidos, pero sí es un precedente que ofrecía un cúmulo de ventajas valederas para hoy: autorregulación de los tiempos, acomodación de los ritmos de aprendizaje a las características individuales, objetivos personalizados, etc.; todo un repertorio de aspectos pedagógicos fundamentales, a los que por otra parte no acabamos de dar respuesta en las instituciones educativas convencionales. Capítulo secundario es el económico, pero nada desdeñable para la situación que se nos avecina, pues la enseñanza a distancia es de un costo mucho menor que la presencial.
Un apunte más a modo de recomendación, si el lector me lo admite, que me parece imprescindible para los posibles interesados en este tema.
Quien pueda y quiera plantearse esta opción, lo mejor es que busque información veraz. Ya se sabe que en internet hay de todo y no todo es fiable. Hay una razón muy simple para la desconfianza y es que hay mucha información de parte, y la información de parte es sesgada siempre, por necesidad. Ahí hay de todo, algunas referencias son muy valiosas y otras no tanto. No son pocos los vídeos de mamás encantadas con la escuela en casa que presentan un mundo educativo idílico. ¡Cuidado con esa trampa!
Como la información que podemos encontrar pertenece a padres muy convencidos de las ventajas de este sistema, lo habitual es que en esas presentaciones se nos hable de un mundo formativo casi fantástico, una especie de “tierra de Jauja” educativa, donde las mamás tienen una capacidad de organización perfecta, los niños son maravillosos y todo va sobre ruedas. Bueno, pues hay que decir que eso no es verdad: la escuela en casa está llena de dificultades. Otra cosa es que a pesar de las dificultades, merezca la pena, que la merece, pero no podemos falsear la realidad diciendo que esto es un paseo maravilloso y que todo resulta muy cómodo. No es cierto.
La escuela en casa bien hecha supone mucha organización, mucha disciplina, mucho trabajo y mucha dedicación. Desde luego que no es lo más cómodo. Lo más cómodo de todo es mandar a los chavales al colegio. Otra cosa es que sea lo que más les conviene, especialmente en estas circunstancias.
La escuela en casa bien hecha supone mucha organización, mucha disciplina, mucho trabajo y mucha dedicación. Desde luego que no es lo más cómodo Share on X