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Individuos cometiempo (I)

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Dicen que te enrollas. Y ¿quién se enrolla sino ellos? Es éste un asunto muy trillado, pero de ningún modo lo tenemos entre nosotros solventado. Porque sí, debemos partir de la base que una conversación, lejos de ser un monólogo, es cosa de dos o más (mejor dos). Sin embargo, desde que nos alzamos de la cama de madrugada hasta que nos volvemos a ella por la noche (diligentemente si no nos cortan la luz), tropezamos con individuos de todas clases y colores que a veces son legión, que unos más y otros menos, siempre nos chupan, a la manera de un sorbete, el tiempo (tan escaso) de que disponemos para realizar nuestro cometido en el mundo de los humanos.

Tratando de hacer la vida de todos lo más humana posible, escuchamos amablemente (o fingimos hacerlo) lo que tiene el otro que decirnos. No obstante, los hay de esos cometiempo que al cabo de un buen rato de monólogo, tienen la desfachatez de cortarnos con una nada contenida violencia cuando intentamos intervenir con alguna observación que nos parece sensata, y lo hacemos tratando de encontrar ansiosos una salida a tamaño contratiempo. ¡Y con eso no les basta! ¡Son capaces de saltarte a la torera encima, energúmenos: “¡Bueno! ¡Ya vale, no?”! Sí, amigo, amiga del alma. Te cortan con el talante de quien tiene la sartén por el mango y no intenta un intercambio de informaciones (llamémosle diálogo), sino el dominio de la situación entera, con patente alboroto, a la manera del toro bravo que domina la pradera.

¿Quién tiene la culpa?, podríamos preguntarle, a la espera de hallar comprensión en él; pero para el interlocutor desconcertado, está claro que sobran las preguntas, porque la culpa del embrollo está objetivamente en quien lo provoca, lo agita y lo amasa. Tocando de pies en el suelo, el alboroto en que nos hemos metido es que con el grifo cortado, no nos es posible disponer del agua para refrescarnos a nosotros y refrescar la simbiosis de voluntades en que nos gustaría habitar, aunque solo fuera para compartir un espacio común que a todos nos atañe, pues todos deberemos responder un día de la gestión de nuestro tiempo, de nuestras buenas o malas obras, de las opciones que hemos elegido para hacer fructificar los dones o talentos que Dios, nuestro Padre amado, nos ha puesto en las manos para que negociemos con ellas (Mt 25,14-30).

Aquí hemos llegado, el meollo de nuestra disertación. Este es el punto del que quería disponer hoy para situarnos mínimamente en el caótico mapa de una conversación frustrada. Sus consecuencias serán un aspecto esencial que desarrollaremos en el próximo artículo de la serie. Por ahora, quedémonos con hacer las paces con nuestro individuo cometiempo, que es una persona como nosotros y le debemos respeto; más aún, Dios nos pide que lo amemos, incluso a un enemigo, que habitualmente no es el caso (“Amad a vuestros enemigos”: Mt 5,44). Y no lo olvides: un día (más de lo que imaginas) podemos ser nosotros.

Por ahora, quedémonos con hacer las paces con nuestro individuo cometiempo, que es una persona como nosotros y le debemos respeto Clic para tuitear

 

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