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La Sociedad Desvinculada (42). De la crisis cultural a la emergencia educativa

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Es inexorable que la envolvente cultural junto con la quiebra familiar necesariamente debía tener una traducción en la capacidad educativa. La desvinculación es también el tiempo de la emergencia educativa.

Los jóvenes constituyen el grupo de población más afectado por la desvinculación, porque se han formado enteramente dentro de marco referencial de la satisfacción del deseo, y carecen de elementos de contraste, aunque solo sea intuitivamente. Solo aquellos que se mantienen en ámbitos contraculturales, como el del cristianismo, pueden alcanzar una perspectiva crítica del sistema en el que viven inmersos.

Como he apuntado al tratar de la cultura desvinculada, el rechazo del deber, y con él el principio normativo del «deber ser», hace imposible la tarea de educar.

En este contexto cultural, ¿cómo se puede articular la prohibición de comer dulces, de hacer o no algo, como estudiar, atender en la clase, con la satisfacción del deseo? La crisis educativa es la contradicción inasimilable entre la cultura de la desvinculación y la naturaleza del proceso educativo.

El niño no desea impulsivamente permanecer largas horas en las aulas, de la misma manera que no se acepta de buen grado aplicar siempre el código de circulación o pagar impuestos, pero somos capaces de hacerlo, no solo por la existencia de un mecanismo represor, sino también porque hemos razonado su necesidad.

Pero, ¿cuál es la razón del esfuerzo escolar sin comprensión ni ejercicio de la virtud?

En realidad, los únicos mecanismos que permanecen intactos son contrarios a una razón pedagógica, además de difíciles de entender a según qué edades. Se trata del logro de dinero sobre toda otra consideración. He ahí la causa de que se acumulen universitarios desgraciados que escogieron sus estudios no por vocación, sino empujados por la recomendación instrumental que sería más fácil encontrar trabajo, ganar dinero.

Pero la crisis tiene un segundo foco de naturaleza intra escolar, como consecuencia de los distintos enfoques de la pedagogía moderna que toman sus fundamentos de la psicología funcional y del estructuralismo, y que constituyen métodos fracasados en la tarea de educar por la evidencia práctica de los resultados. En el fondo lo que está en juego ha sido la concepción antropológica que acompaña necesariamente a la idea de educar.

Para educar es necesario poseer una concepción del ser humano realizado, y esto es precisamente lo que gran parte de la actual enseñanza es incapaz de aportar, ni como concepto ni con ejemplos, una vez arrinconada mayoritariamente la tradición aristotélico-tomista sobre el sentido del perfeccionamiento humano.

La dimensión tomista debía rechazarse porque reclamaba el implícito de Dios, y la aristotélica era imposible de ser asumida por una razón instrumental que ha terminado en manos del mercado

La dimensión tomista debía rechazarse porque reclamaba el implícito de Dios, y la aristotélica era imposible de ser asumida por una razón instrumental que ha terminado en manos del mercado, porque en ella es imposible que el mayor bien y felicidad sea el del conocimiento sin resultados crematísticos. Asimismo, produjo otra consecuencia nefasta, junto con la desaparición de la educación en la virtud (que tarde y mal se intentó suplir por una inexplicable educación en valores; pero ¿cuáles, por qué y cómo hacerlo sin las virtudes?).

El otro azote de la educación ha sido la fragmentación del saber, que se ha confundido con la especialización.

Esta requiere de un sólido tronco común capaz de sustentar los fundamentos basados en las humanidades, en las que la teología, la religión, la filosofía y las obras y autores canónicos, leídos en común y explicados para entender al ser humano, su mundo y su historia, son decisivos. Las bases de las ciencias exactas, el conocimiento de las virtudes y su práctica; el desarrollo de todas las capacidades expresivas escritas, verbales y no verbales; el arte de narrar, argumentar y debatir.

Esta es la base sobre la que construir una buena especialización, poseedora de una gran capacidad de adaptación al cambio. Muy superior a la que surge de la actual fragmentación, fruto de la reducción del tronco a un delgado arbusto, y una maraña de variopintas ramas, las especialidades, donde la filosofía o el derecho ocupan el mismo papel que la publicidad o la enfermería.

Todo esto promueve la degradación de la universidad, el lugar donde históricamente se formaba el saber, convertido ahora en máquina de fabricar artículos para publicar, trámites burocráticos de todo tipo y dimensión inabarcable, y titulaciones múltiples. La Universidad, sobre todo en Europa, es la mejor demostración de cómo el sueño de la razón instrumental fabrica monstruos en forma de planes de estudio.

La emergencia educativa es el resultado de todo este gran desaguisado y se manifiesta en tres fenómenos.

Uno, general en Occidente, es el de los rendimientos decrecientes o paradoja educativa. A pesar del incremento continuado del gasto en educación ‑al menos hasta la gran crisis‑ las mejoras obtenidas son cada vez menores. En los países desarrollados impera una curva de rendimientos decrecientes, que cuestiona los resultados del simple aumento del gasto.

El segundo fenómeno es el de los bajos rendimientos expresados por distintos indicadores, abandono escolar temprano, fracaso escolar, y un reducido porcentaje de alumnos en los niveles de excelencia. Esto es lo que sucede en sociedades que han seguido crecimientos muy acelerados de desvinculación. Una vez más, España es el prototipo y da lugar a lo que bien puede calificarse como de «paradoja española» por los recursos que invierte en educación expresados en términos de gasto por alumno en euros de igual poder adquisitivo, porcentaje de PIB dedicado a la educación y número de alumnos por profesor, ya que obtiene unos resultados muy inferiores a los que le correspondería tomando como referencia el resto de países de la UE.

El tercer fenómeno: la pérdida de capacidad normativa en la articulación familia-escuela-sociedad conlleva el fomento del imperio del deseo desde la adolescencia. No tiene nada de extraño. Una característica natural de ella y de la juventud es la formidable pulsión de su instinto, sobre todo el sexual.

Ser joven significa una explosión hormonal, de la misma manera que la infancia se caracteriza por la dificultad para diferir la recompensa, aunque con el retraso el premio resulte mayor. Este «prontísimo» para la recompensa, que es el inicio de la formación para la desvinculación, no solo no se corrige, sino que se multiplica en la adolescencia al introducir el deseo sexual sin educar.

Una socialización positiva solo puede ser entendida como encauzamiento del impulso primario y su armonización con la razón. Esta necesidad educativa ha conllevado siempre una restricción de la sexualidad adolescente, que variaba en función de los periodos históricos, pero era común en el fin.

Lo que nunca había sucedido es la sexualización desmedida de los menores de edad, hasta el extremo que en algunos países se establezca la edad legal de emancipación sexual a partir de los 13 o 14 años

Lo que nunca había sucedido es la sexualización desmedida de los menores de edad, hasta el extremo que en algunos países se establezca la edad legal de emancipación sexual a partir de los 13 o 14 años. Se abandona de esta manera todo intento pedagógico de educar los instintos primarios, y con ello se niegan las virtudes necesarias para educar en el esfuerzo, que necesita de una determinada capacidad de autocontrol.

La hipersexualidad adolescente es igualmente una fuente de distracción en un periodo básico de la formación del alumno y constituye una educación en la desvinculación en términos de la primacía de la satisfacción del deseo. Es una contradicción que las doctrinas de Freud, base de la revolución social por la sexualidad iniciada en la década de los años sesenta del siglo pasado, precursoras de los actuales estilos de vida, estableciese lo contrario.

el Freud más maduro propugnaba el control estricto de la educación sexual de los jóvenes en el plano educativo

Porque el Freud más maduro propugnaba el control estricto de la educación sexual de los jóvenes en el plano educativo. En una de sus obras más famosas, El Malestar de la Cultura, escribió que una comunidad actúa con plena justificación cuando prohíbe una conducta sexual a los adolescentes, porque considera que la contención de los deseos sexuales de los adultos no ofrecería perspectivas de éxito si no fuera facilitada por una labor preparatoria.

La Universidad, sobre todo en Europa, es la mejor demostración de cómo el sueño de la razón instrumental fabrica monstruos en forma de planes de estudio Share on X

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