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La revolución pedagógica de Marcel Jousse

Educación

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Quien sigue de cerca los ámbitos socioculturales o académicos percibe un dato incontestable: el gesto simbólico ha pasado del margen a la primera fila. No hay relación social que no le reserve lugar de honor. 

El lenguaje de los símbolos se ha ganado un asiento preferente en la sociedad actual.

Para la Iglesia este auge del gesto es como un signo de los tiempos que nos invita a recuperar la fuerza originaria del gesto como lugar donde la fe se aprende, se experimenta y se vive.

Se trata de una fórmula que nos encoge si la entendemos mal o si se queda en la superficie. Es decir, si nos paramos en el gesto y no llegamos hasta la Palabra viva, transmitida en el torrente de la oralidad y sostenida por la gramática y reverencia del cuerpo. 

Marcel Jousse

Y aquí surge el interés por Marcel Jousse pionero de la antropología del gesto.

Su biografía parece un prólogo tejido por la Providencia. Nacido en 1886 en Beaumont-sur-Sarthe, en una cultura campesina de transmisión oral, Jousse aprendió el Evangelio de memoria sobre el “libro vivo” de los labios de su madre, como a él le gustaba decir. 

De niño, era preguntón y perspicaz, pronto se interesó por el arameo, y el vicario del pueblo, con una paciencia de orfebre, lo inició en los rudimentos de la lengua de Jesús, junto al hebreo, el latín y el griego. 

Marcel poco a poco descubrió que tras las raíces verbales laten realidades gestuales; que el verbo apunta a un movimiento, y la palabra, a una acción. 

El salto a la educación secundaria le reveló un contraste: del vaivén de la cultura oral al aprendizaje más estático del libro. 

Marcel Jousse no renegó nunca del escrito, más bien lo puso en su sitioPodríamos decir que concedió al “escrito” la categoría de memoria auxiliar. Pero no permite en ningún caso que sea un sustituto de la vida que acontece en el instante oral. 

Marcel brilló con su talento mnemotécnico y su facilidad para improvisar versos en varias lenguas. Brillo tanto que incluso lo apodaron “Virgilio”. 

Una vez ordenado sacerdote e ingresado en la Compañía de Jesús, conoció a científicos de primera fila, desplegó su docencia en París, fue condecorado por su servicio en la Gran Guerra y entró en contacto con reservas amerindias (indoamericanas), aprendiendo de su cultura oral. 

De ese cruce fecundo y de esta relación nació su gran intuición: una ciencia del mimismo —mimesis hecha método— que describe cómo el ser humano capta, interioriza y repite el mundo en gesto.

No es de extrañar que su obra despertara la atención de teólogos, pedagogos, médicos, filólogos y artistas pues es cuanto menos innovador.

En 1925 publica su estudio sobre el estilo oral, rítmico y mnemotécnico; en 1927, el Pontificio Instituto Bíblico en Roma lo invita a exponer su pensamiento. El papa Pío XI reconoce el calado de su propuesta y lo anima a continuar con sus estudios.

Décadas de docencia oral consolidan su escuela y su legado. Hoy, sigue vivo gracias a asociaciones y archivos que se rescata su obra.

Las cinco leyes y una gramática para el cuerpo 

Marcel Jousse no ofrece una poética sentimental y romántica del gesto, sino una gramática con cinco leyes que ensanchan el horizonte  y lo hacen experiencia de vida:

  1. Globalismo. El ser humano no percibe “solo con el ojo” o “solo con el oído”: todo él oye, ve, palpa, saborea. Lo captado por un sentido irradia y se comunica con la totalidad de la persona. Marcel Jousse habla de ello llamándolo intususcepción. Es decir, recibir adentro lo de fuera algo así como alojar el mundo en el seno de la memoria viva.
  2. Mimismo (mimesis). Desde Aristóteles sabemos que el hombre aprende imitando. Marcel Jousse lo formula así: la realidad se pone ante un espejo vivo, que la acoge y la replica. De ahí que aprendamos primero con las manos, el rostro, la postura: el cuerpo hace de eco, y la voz, más tarde, le pone la música.
  3. Bilateralismo. Nuestro cuerpo es bilateral, y así también nuestra comprensión y expresión. Bilateralizamos el espacio (derecha/izquierda, arriba/abajo, delante/detrás), el tiempo (antes/después) y la calidad (luz/sombra, dulce/amargo). Este juego de dos alimenta ritmos, paralelos, antítesis, y sostiene y fundamenta  la memoria.
  4. Ritmismo. El universo fluye y el hombre, para entenderlo, para encontrarse, necesita ritmar. El ritmo es el canal que guía el torrente de lo real para poder medirlo, nombrarlo, contarlo y cantarlo. Por eso para Marcel el ritmo es una herramienta pedagógica y mnemotécnica de primer orden.
  5. Formulismo. Si todo fuera espontáneo, reinaría la indistinción. La cultura humana tiende a estabilizar: proverbios, fórmulas, refranes…. La fórmula fija lo esencial para que pueda ser transmitido y reconocido e incluso celebrado. Marcel Jousse llevó este principio al estudio exegético —por ejemplo, en el Padre Nuestro— mostrando cómo la estabilización de fórmulas sostiene la fidelidad de la tradición.

Lo más interesante de estas leyes es que no sustituyen el método histórico-crítico como disciplina académica sino que lo completan desde la carne “ un rostro” que habla. 

De ahí el diálogo, tantas veces subrayado, con la mirada de Benedicto XVI: el Jesús de la historia y el Cristo de la fe son la misma persona a quien accedemos por una tradición oral y gestual fiable, que más tarde se pone por escrito como memoria de lo que ya se vive y se recita.

Del símbolo al sacramento

Si el símbolo ha recuperado centralidad en la antropología actual, incluso en la más popular (conciertos, manifestaciones…), la Iglesia tiene aquí no un problema, sino una oportunidad

Nuestro patrimonio de fe es una sinfonía de gestos: agua que purifica, aceite que unge, manos que imponen, palabras ritmadas que la asamblea repite y saborea. 

Y todavía hay algo mucho más grande: La liturgia es el lugar donde el símbolo no se queda en una metáfora: se hace sacramento, eficacia de la gracia en signos sensibles. 

De ahí que la antropología del gesto pueda ser la aliada mayor del ars celebrandi. Pero, ojo, no para la fácil y tentadora opción de teatralizar la Santa Misa. Se trata de reaprender el peso de cada gesto y hacerlo nuestro: ponerse en pie, alzar los ojos, partir el pan, bendecir, inclinar la cabeza, repartir, ponerse de rodillas…

Pensemos ahora en la necesidad de ritmar de la que habla Marcel y llevémoslo al balanceo eucarístico: “Tomad y comed… Tomad y bebed”. Bilateralismo puro, que la comunidad puede encarnar, mnemotecnia del amor. Hacer nuestra la Palabra encuentra aquí su pedagogía: balancear, repetir, dejar que la fórmula se haga carne.

O cuando la plegaria del Padre nuestro se recita “así en la tierra como en el cielo”, conviene recordar el movimiento teológico del cielo a la tierra y no al contrario, la voluntad divina desciende y fecunda. El gesto correcto:  baja y acoge, enseña sin palabras la Encarnación.

Como vamos viendo, devolver al gesto su dignidad no supone despreciar el libro. Al contrario: el escrito es memoria de una vida recitada y celebrada.

La antropología del gesto nos recuerda que el ámbito original de la palabra revelada es la transmisión oral en comunidad: labios que pronuncian, oídos que escuchan y personas que oran.

Permitiendo la comparación: Dios, en Cristo, gesticula su amor en nuestra gramática. Es decir,  nace, camina, toca, escucha, perdona, come, muere, resucita….

La Encarnación es el sí divino a nuestra corporeidad: no se nos pide escapar del cuerpo para creer, sino creer con todo lo que somos como personas, también con el cuerpo

Por eso, la Iglesia guarda con celo los sacramentos: no son añadidos pintorescos, sino la lógica misma de un Dios que habla a través de la carne.

No olvidemos que cuando la exégesis olvida la gestualidad que la nutre, corre el riesgo de desecarse o cuando la liturgia olvida que su hondura está en significar, se vuelve plana. 

Marcel con su legado nos recuerda primeramente la importancia de dejarse impregnar de la experiencia de la realidad, para después comprender la realidad. La antropología del gesto habla de forma continua de la importancia del contacto directo con la realidad.

Por tanto, no despreciemos la Palabra hecha gesto, para que así nuestro gesto se haga, un día, Palabra.

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