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La Sociedad Desvinculada (16). Individualismo atomizado

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Para que la cultura de la desvinculación cuajase, ha sido necesaria una trasmutación y rearticulación de las ideas y creencias a lo largo de más de doscientos años. Pero, ahora, para comprender su naturaleza, es necesario hacer hincapié en uno de sus componentes fundamentales. Se trata del individualismo atomizado, cuyo origen nos conduce a Hobbes y su Leviatán [1], y también a Adam Smith. Porque es este último quien proporciona la concepción económica que dinamiza el proceso desvinculado; básicamente la idea de que existe un mercado que siempre se autorregula, donde todo es mercancía y en el que basta con el deseo de enriquecerse para que todo funcione bien y se alcance la prosperidad colectiva. Esta concepción, una de las que alimenta la tradición liberal, ha traído consecuencias infaustas. Naturalmente, también ha proporcionado importantes contrapartidas positivas, pero precisamente estas segundas se enfatizan tanto que impiden una crítica racional de la matriz que lo incorpora todo, lo bueno, lo malo y lo peor. Esta matriz de ideas es lo que conocemos como liberalismo, tanto en su concepción política y económica, como en la idea subyacente que tiene sobre el ser humano. La economía liberal conduce a una determinada concepción de la persona, del ser humano realizado que, librada solo a su propia lógica, ha generado la sociedad desvinculada.

el bien es aquello que es objeto del deseo de cualquier hombre

El pensamiento que expone Hobbes en el capítulo sexto de Leviatán puede condensarse en una idea precursora: el bien es aquello que es objeto del deseo de cualquier hombre. El desarrollo histórico de esta ideología ha conducido a lugares que Hobbes probablemente rechazaría, y que en lo básico son: primero, como el bien es lo que hay que procurar, y se confunde con el deseo y su satisfacción, este es el que señala la realización del ser humano. En segundo lugar, y dado que el deseo es algo subjetivo, propio de cada persona, los individuos constituyen la sociedad al servicio de sus propios fines. Bajo esta idea, la sociedad ha terminado siendo concebida como un valor instrumental que debe responder a las perspectivas de la realización de los deseos de cada individuo.

La concepción individualista adquirió una dimensión y agudización tan grandes que ha necesitado una respuesta de las instituciones políticas para contrarrestar la atomización social mediante la ley y la capacidad de coacción del estado.

Con posterioridad se añadió una segunda función, muy fuerte en el caso europeo, consistente en una actividad benefactora por parte del propio estado que cubre las necesidades vitales del ser humano. La salud, educación, jubilación, prestación económica por desempleo, dependencia y muchas otras situaciones de marginación social y carencias de necesidades básicas. Dado que la desvinculación crece, ambas funciones tienden a acentuarse hasta un umbral a partir del cual o bien son incapaces de ser costeadas, o ya han llegado al límite en su capacidad de contrarrestar los efectos atomizadores.

Ya no basta la coacción porque no puede situarse un juez, un fiscal y un policía al lado de cada persona. Ni tampoco es posible, ni resulta una solución enviar a la cárcel a todos los que delinquen. Al mismo tiempo el sistema de bienestar se colapsa porque quiebran sus fundamentos basados en el matrimonio estable, una descendencia igual o superior a la tasa de remplazo, y una capacidad educadora acorde con las exigencias de una sociedad, que necesita una productividad a largo plazo tal que le permita unos ingresos fiscales suficientes para sufragar el sistema.

Estas son premisas imposibles de alcanzar en la sociedad desvinculada. Estas situaciones críticas suceden al tiempo que crecen las demandas de orden y de bienestar. El individuo miembro de una comunidad atomizada es muy frágil y necesita cada vez más del estado porque su resilencia es pequeña. Posee una menor capacidad adaptativa, resistencia a la adversidad y al sufrimiento. La situación de los adolescentes hoy en día, la extensión de diversas patologías en ellos, son la última consecuencia de este fenómeno sobre el eslabón más débil, fruto de una incapacidad creciente de los padres para educar, porque tal cosa es muy difícil en una sociedad cuyo marco de referencia básico es la satisfacción individualista del deseo.

el individuo desvinculado en nombre de su realización personal acaba dependiendo de un estado despersonalizado

La acentuación del individualismo redunda en una mayor dependencia del estado. El hiperindividualismo conduce a la burocracia de la despersonalización; del liberalismo al estado entrometido. En este proceso se evoluciona del subjetivismo a la despersonalización, porque un sistema burocrático no puede tratar por definición legal con personas concretas, sino con figuras generales normativamente establecidas. Y así, por este encadenamiento, el individuo desvinculado en nombre de su realización personal acaba dependiendo de un estado despersonalizado, que a su vez depende de los mercados financieros, que son entes abstractos guiados por ingratos y anónimos soberanos.

[1] T. Leviatán, Fondo de Cultura Económica 2004.

La Sociedad Desvinculada (15). ¿Cómo gobernar si el bien es relativo?

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