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¿Qué esconde la falta de debate sobre la Ley de eutanasia?

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España encara la recta final de la legalización de la eutanasia a través de la Ley de eutanasia que ha impulsado el Gobierno formado por PSOE y Podemos.

Esa Ley ha dejado de lado a otra necesaria: la Ley de cuidados paliativos, una norma que, de no estar aprobada, generará una situación de indefensión en las personas que encaran el final de su vida.

Además, el debate social y político que debería haber tenido lugar ha sido secuestrado, ya que no se ha producido. A pesar de tratarse de una ley profundamente controvertida, el Gobierno no ha incorporado a los agentes sociales para participar en la misma.

Es por eso que han sido numerosos los profesionales sanitarios que se han posicionado en contra de esta ley, que afecta a su profesión.

En ese sentido, el médico y profesor Rogelio Altisent ha publicado un artículo en Diario Médico titulado «Cuando ya no se puede hacer nada y, sin embargo, hay mucho por hacer» en el que aborda la cuestión y en el que explica qué esconde la práctica de la eutanasia, que quiere legalizar el Gobierno.

«Siendo médico residente en 1983 una noche de guardia tuve que presenciar la agonía de un paciente que se ahogaba, dando bocanadas como un pez, ante la mirada impotente del equipo asistencial. Aquello me impactó y me removió. No entendía que la medicina pudiera ser tan inmisericorde. Empecé a buscar y a los pocos años encontré a quienes me reconciliaron con el rostro humano de mi profesión: Jaime Sanz Ortiz, Marcos Gómez Sancho, Xavier Gómez Batiste, Juan Manuel Núñez Olarte, Pilar Arranz, Josep Porta, Pilar Torrubia…, pioneros que introdujeron los cuidados paliativos en nuestro país y fundaron la Sociedad Española de Cuidados Paliativos», explica Altisent.

«De ellos -prosigue- aprendí algo inédito, aún hoy, en muchas facultades de medicina: a venerar a los enfermos que ya no se van a curar, sin tirar la toalla en el último tramo de la vida, cuando parece que ya no se puede hacer nada y, sin embargo, hay mucho que hacer«.

El doctor reconoce que los momentos más memorables de su práctica profesional los ha vivido «acompañando la agonía de algunos pacientes junto a sus seres queridos». «Me he sentido muy próximo a Daniel Callahan cuando situaba la atención paliativa al mismo nivel que la curación y la prevención», afirma.

«En el desarrollo de los cuidados paliativos -prosigue- he sido testigo de una larga marcha de 30 años con muchas batallitas. Recuerdo la derrota de los mitos de la morfina; el final de los trámites para prescribir opioides que tenían que pasar por el gobierno civil, como si dar morfina fuera un delito; las primeras unidades de atención domiciliaria; aquellos legendarios cursos de cuidados paliativos de los años 90, la introducción de los cuidados paliativos en el SNS, etc. Cada paso era como una acción guerrillera que se celebraba como si nos hubieran doblado la nómina. Era la lucha más noble que puede mover a las personas: aliviar el sufrimiento».

El doctor afirma rotundamente que si no hubiera vivido todo esto hoy «sería un fervoroso partidario de la eutanasia o hubiera abandonado la profesión». Por esta razón, «escribo estas líneas de agradecimiento a quienes han luchado por esta causa sin cruzar la línea que significa empujar un émbolo dirigido intencionadamente a terminar con una vida, algo que a algunos les parecerá difícil, pero que en el fondo acaba siendo lo más fácil cuando se repite dos veces».

«Veo mucha confusión, de la cual me siento en parte culpable por no haber sabido explicar mejor las cosas en mi trayectoria académica. Recientemente un joven colega me argumentaba en las redes a favor de la ley recién aprobada diciendo (sic): “Si la abuelita de la residencia está encamada, demenciada y ulcerada, y necesita cuatro ingresos al año, y dejó por escrito que no se le apliquen más tratamientos, pues me parece bien (esta ley de eutanasia)”. Se recurre una vez más un caso característico que ya tenía encaje en la Ley de Autonomía de 2002 y en el Código de Deontología Médica de 2011. Así se ha construido la opinión pública a la que se apela», explica Altisent.

El doctor se manifiesta desencantado con la clase política, con la que «no puedo expresar ningún agradecimiento», ya que «ha dejado pasar cuatro legislaturas mareando borradores de leyes de cuidados paliativos para terminar aprobando una ley que no tiene ni un artículo dedicado a aliviar el sufrimiento, y con toda su artillería enfocada a facilitar la muerte de quien sufre». 

«En países con leyes de eutanasia más restrictivas -explica- ya se ha aplicado a pacientes con alcoholismo, anorexia mental e incluso a presos. Aquí no vamos a ser menos progresistas, se admiten apuestas. Pero sus señorías no suelen tener problemas para que la propia familia acceda a unidades de cuidados paliativos sin listas de espera».

«Auguro que la objeción de conciencia entre los profesionales será importante y generará distorsión en los servicios. No se si será necesario recurrir a equipos externos, aunque es de esperar que la Asociación Defensa de la Muerte Digna colabore altruistamente para evitar que se promuevan negocios en torno a esta ley (actualmente una eutanasia se cotiza a tres mil euros)», prosigue.

Finalmente ,el doctor Altisent afirma concluye con una consideración «esperanzada»: «El Parlamento tiene la salida honrosa de impulsar con la misma celeridad una Ley de Cuidados Paliativos, aunque, por favor, que sea aportando comparecencias de expertos. Es una ley imprescindible que ya tienen prácticamente hecha y que pienso sería aprobada por consenso».

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