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Librerías censuran a J.K. Rowling por oponerse a la ideología de género

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En la ciudad de San Francisco, cuna del progresismo californiano y del nuevo dogma identitario, ha tenido lugar un acto de censura.

La librería Booksmith, ubicada en Haight Street, ha anunciado que retirará de sus estanterías los libros de J.K. Rowling, la autora de la saga Harry Potter. ¿La razón? El destino de sus ganancias: un fondo para mujeres centrado en defender los derechos femeninos basados en el sexo biológico.

Lejos de ser un gesto aislado, la librería queer Fabulosa Books, en el distrito Castro, se sumó con entusiasmo a la purga literaria. En su cuenta de Instagram apareció una fotografía reveladora: una pizarra, orgullosamente escrita a mano, en la que se acusa a Rowling de «dedicar su vida a la maldad».

Cultura woke

Así, con tono mesiánico y tintes inquisitoriales, el comercio agradecía a Booksmith por marcar el camino. La realidad, sin embargo, es mucho más mundana: Rowling se ha atrevido a cuestionar la doctrina intocable de la identidad de género, y ese pecado —en estos tiempos de ortodoxia woke— no admite redención.

La paradoja es evidente. Durante años, los progresistas se erigieron en paladines de la libertad de expresión, denunciando la “censura” de libros en Florida o Texas con el dramatismo de quien presencia una quema de códices en la plaza pública.

Legisladores demócratas, desde Kamala Harris hasta el gobernador de Illinois, aprobaron leyes pomposamente llamadas “Freedom to Read”, destinadas —supuestamente— a impedir que se retiraran libros por sus contenidos o por las opiniones de sus autores. En teoría, una defensa heroica de la Primera Enmienda. En la práctica, un instrumento más para consagrar su hegemonía ideológica.

Y sin embargo, cuando una escritora de fama mundial expresa, de forma pacífica y razonada, una visión distinta, que el sexo existe, que las mujeres merecen espacios protegidos, que las leyes deben contemplar esa diferencia biológica, los defensores del pluralismo literario se transforman en censoras con excusa de libreras.

No importa que Harry Potter haya marcado a generaciones, que Rowling haya alzado la voz contra la misoginia o que su fondo apoye causas genuinamente feministas. Lo imperdonable es que no se haya arrodillado ante los nuevos dogmas.

Ideología

Es cierto que las librerías privadas tienen el derecho legal de vender lo que quieran. Pero no es una cuestión jurídica, sino cultural.

Cuando se convierte en costumbre purgar libros por razones ideológicas, lo que se erosiona es el espíritu de la libertad.

La izquierda, que se presentaba como adalid de la tolerancia, demuestra una vez más que su “diversidad” es solo decorativa y que su “inclusividad” no admite disidentes.

Mientras Rowling es acusada falsamente de “eliminar los derechos de las personas trans”, lo que ella defiende —sin amenazas, sin violencia, sin acoso— es la integridad de las mujeres, la seguridad de los menores, el derecho a disentir.

El contraste es obsceno. Libros como Este Libro es Gay o Gender Queer, que presentan contenido sexual explícito a menores en bibliotecas públicas, son protegidos con celo por la misma izquierda que destierra a Rowling de las librerías privadas. ¿La razón?

Estos textos difunden su cosmovisión. Son catecismos de la nueva fe, no literatura cuestionadora.

Porque, al final, su cruzada no era por la libertad, sino por el control del discurso.

La historia es conocida: quien controla las estanterías, controla la imaginación. Y la imaginación, bien lo sabe quien creó Hogwarts, es la última forma de libertad. Por eso la censuran. Porque temen que los lectores piensen.

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