La educación en España se ha convertido, desde hace décadas, en un campo de batalla cultural.
A menudo se discute sobre contenidos, lenguas vehiculares, adoctrinamiento ideológico o igualdad de género, pero pocas veces se plantea el verdadero núcleo del problema: la estética y la visión moral que subyace en los libros de texto.
Y es que, aunque invisibles a primera vista, las decisiones sobre qué se enseña, cómo se enseña y con qué se ilustra, revelan siempre una filosofía.
En este contexto, recuperar el pensamiento del filósofo británico Roger Scruton es oportuno.
Scruton, autor de Beauty y del célebre documental Why Beauty Matters, sostenía que la estética no es una cuestión superficial ni decorativa, sino una expresión de lo que consideramos verdadero y bueno.
En otras palabras, la belleza traduce un juicio moral.
Por eso, lo que aparece en los libros de texto —desde el tipo de lenguaje hasta la elección de imágenes o los autores incluidos en los temarios— configura la sensibilidad estética y moral de toda una generación.
El espejismo de la neutralidad
Actualmente, los criterios para la selección y redacción de los libros de texto en España varían de comunidad autónoma en comunidad autónoma. No existe un marco común que garantice unidad ni coherencia. Lo que es “idóneo” en Murcia, puede no serlo en Cataluña. Y mientras algunos documentos hacen énfasis en el “lenguaje inclusivo”, otros apelan a la “neutralidad”.
En ninguno de los casos se prioriza una estética basada en la verdad, el rigor y la belleza como propondría Scruton.
En efecto, muchas de las directrices vigentes parten de una visión subjetivista o ideológica del lenguaje y los contenidos.
Se busca evitar ofensas, mantener equilibrios o responder a lobbies ideológicos antes que formar el criterio de los alumnos desde la riqueza de nuestra tradición cultural.
Este fenómeno, que Scruton denunció incansablemente, supone una intromisión del Estado en la cultura que acaba deformando la misión educativa.
Para el filósofo británico, el conservadurismo cultural consiste precisamente en rescatar lo que merece ser conservado: el legado intelectual, artístico y moral que da sentido a nuestras sociedades.
La estética como camino hacia la verdad
Scruton insistía en que el juicio estético no es solo una preferencia personal, sino una forma de percibir lo que es objetivamente valioso. “La belleza es una llamada a la atención, un recordatorio de que hay cosas que importan más que nuestras conveniencias inmediatas”, escribió.
En este sentido, aplicar su visión a los libros de texto no significa imponer una estética anticuada o elitista, sino garantizar que lo que se ofrece a los niños y jóvenes tenga profundidad, nobleza y coherencia con la verdad.
Imaginemos por un momento una generación de alumnos educados con textos que respeten la riqueza de nuestra lengua, valoren el patrimonio histórico, literario y artístico de España, promuevan el pensamiento crítico sin sectarismo y presenten los contenidos con imágenes que inspiren, no que confundan.
Esa es la propuesta estética conservadora que Scruton nos ayudaría a construir: una educación que forme almas y no solo mentes.
Acción
El actual modelo educativo, lejos de responder a esa visión, está plagado de criterios “anti-Scruton”, como bien señala el análisis: desde la imposición de un lenguaje ideológico hasta el uso de la educación como instrumento de ingeniería social.
Las políticas lingüísticas en regiones como Cataluña o el País Vasco, el intervencionismo de entidades ideológicas en la revisión de contenidos, o el abandono del canon literario clásico son solo algunas manifestaciones de una deriva cultural que ha renunciado a la belleza y a la verdad como pilares de la enseñanza.
Frente a ello, el conservadurismo cultural no puede limitarse a la queja.
Está llamado a ofrecer alternativas, criterios renovados y una estética firme que devuelva a la educación su verdadera finalidad: formar personas capaces de buscar la verdad, amar lo bello y hacer el bien.
Si queremos una sociedad más libre, más culta y más humana, debemos comenzar por ofrecer a nuestros niños materiales que transmitan verdad, belleza y virtud. No es una tarea sencilla, pero es necesaria.
Educar con belleza es también evangelizar. Por ello, recuperar una estética conservadora en los libros escolares no es solo una cuestión cultural: es una responsabilidad espiritual. Porque, como decía Scruton, “la cultura solo sobrevive cuando es amada, no solo estudiada”.
Que esa cultura, fundada en el bien, la verdad y la belleza, sea la que inspire a los educadores de hoy.











