Un médico en Rusia ha sido multado por negarse a practicar un aborto y debería de interpelarnos a todos. Porque más allá de las leyes, los protocolos y los derechos administrativos, hay algo que sigue siendo profundamente humano e irrenunciable: la conciencia.
En la región de Vólogda, al noroeste de Rusia, un médico ha sido sancionado con una multa de 15.000 rublos (unos 183 dólares) por no haber practicado un aborto a una mujer que así lo solicitó.
Y no solo eso: también fue multado el director del hospital que apoyó la decisión del médico, por haber dado la orden oral de no realizar la intervención.
El argumento del hospital no fue banal: apelaron a una directriz del Ministerio de Salud de la región —que supuestamente prohibía temporalmente los abortos—, pero también a consideraciones morales y religiosas. Es decir, apelaron a la conciencia.
¿Defender la vida es un delito?
El aborto es legal en Rusia hasta la semana 12 de embarazo, y hasta la 22 en caso de violación. Hasta 2023, también se permitía por “razones sociales” como desempleo, divorcio o bajos ingresos. Sin embargo, en este caso concreto, aunque la mujer había superado los filtros previos y obtenido el permiso, fue rechazada en el hospital municipal. Allí, los médicos le dijeron que no realizarían el aborto.
Ella interpuso una queja, se realizó el aborto en otro centro al día siguiente, y llevó el caso ante la fiscalía. La justicia rusa concluyó que el director del hospital cometió una infracción administrativa por “llevar a cabo actividades no autorizadas según la licencia correspondiente”.
¿La vida del hijo no nacido? Fuera del juicio.
¿El derecho del médico a actuar según su conciencia? Inexistente.
El silencio
Cada vez más países legislan la objeción de conciencia como un obstáculo y el caso ruso muestra una tendencia preocupante:
la progresiva criminalización del médico que no quiere matar.
Porque, aunque se hable de protocolos, licencias y permisos, en el fondo lo que se juzga es que alguien diga: “yo no puedo hacer eso”.
Y lo curioso es que estos médicos no están imponiendo sus creencias a nadie. No están yendo contra la ley. Están simplemente pidiendo no ser obligados a ir en contra de su conciencia. Pero eso, al parecer, ya no es tolerable.
La objeción de conciencia no es un capricho moral ni una postura “ultraconservadora”. Es un derecho humano, reconocido en tratados internacionales y necesario para cualquier democracia auténtica.
Cuando un Estado obliga a un profesional a traicionar su conciencia —y además lo sanciona por no hacerlo— estamos hablando de un totalitarismo silencioso.
Uno que no persigue ideas, sino decisiones interiores. Uno que borra la libertad más íntima del ser humano: la de no hacer el mal.
Las cifras oficiales muestran que los abortos en Rusia han descendido drásticamente en los últimos 30 años: de más de 4 millones en 1990 a poco más de 500.000 en 2021. Sin embargo, el contexto actual de guerra, incertidumbre económica y crisis demográfica ha generado un aumento en la venta de píldoras abortivas, que subió un 60% en 2022 y aunque bajó un 35% en 2023, sigue por encima de los niveles previos.
Es decir, aunque haya menos abortos registrados, la cultura del descarte sigue viva, adaptada a nuevas formas y camuflada en nuevos discursos.
¿Quién sostiene la esperanza?
En este panorama sombrío, el gesto silencioso de ese médico y de su director de hospital brilla. Solo dijeron “no” cuando se les pidió hacer algo que no podían aceptar. Y por ello, han sido castigados.
Por ello, nos recuerdan que aún queda esperanza. Porque mientras haya alguien que, ante la muerte, elija la vida —aunque le cueste una multa o el desprecio del sistema—, no todo está perdido.
Cuando matar es legal y proteger la vida se castiga, ser fiel a la conciencia es, sin duda, el acto más valiente de todos.
1 Comentario. Dejar nuevo
Obligar a un médico a practicar un aborto, es decir, a matar a un ser humano, es una barbaridad. Y penalizarlo por haberse negado a hacerlo es una injusticia. Deberían darle un premio y ponerlo como ejemplo a la clase médica.
Lo más aberrante del caso es la mentalidad de esta mujer, que no solo no tuvo empacho en solicitar que eliminasen a su hijo sino denunció al médico por negarse a hacerlo. Sin embargo, es esta la mentalidad dominante en España, Francia o Inglaterra, sociedades que presumen de civilizadas y democráticas.
Sea como sea, y como tan bien lo expresa Miriam Esteban, “en este panorama sombrío, el gesto silencioso de ese médico y de su director de hospital brilla.” Y reflexiones como la de este artículo, también.