Los protocolos trans que rigen en las comunidades autónomas atacan profundamente la patria potestad de los padres sobre sus hijos.
Entre las cuestiones que plantean, los colegios están obligados a denunciar a los padres que nieguen a sus hijos cambiar de sexo e iniciarse en procesos de hormonación. Los directores de colegios e institutos pueden denunciar ante los servicios sociales a los padres que nieguen a sus hijos un cambio de sexo. Así lo establecen 11 de los 13 protocolos escolares autonómicos de atención a los alumnos transexuales que actualmente se encuentran en vigor. Feministas advierten de que estas instrucciones, que son de obligado cumplimiento, «suponen un riesgo para el pleno ejercicio de la patria potestad». Además, permiten a los menores cambiar de nombre y aspecto en el aula sin hacer antes un cambio registral e incluso, en buena parte de regiones, sin el consentimiento de sus progenitores.
La Alianza contra el Borrado de las Mujeres presentó ayer un informe en el que analiza los protocolos educativos que 13 gobiernos regionales han ido publicando y actualizando desde 2014 para desarrollar sus leyes trans autonómicas. Aunque tendrán que retocarse para adaptarse a la norma estatal que el Congreso aprobó en febrero, y que permite la libre «autodeterminación de género» desde los 16 años, todos comparten el espíritu y los principales postulados de la ley nacional. El diario El Mundo ha pedido a todas las consejerías educativas las últimas versiones de los protocolos y los ha revisado para verificar el estudio de la asociación feminista.
En efecto, ninguno exige un cambio registral, ni tampoco un informe médico o psicológico, para iniciar lo que se conoce como «transición social» del menor, un proceso que comienza modificando nombre y pronombres, la vestimenta y el tratamiento que le dispensan profesores y compañeros y que, advierte la Alianza, «es el primer paso para conducir a los menores a la transición médica, a la hormonación y a las cirugías irreversibles». Este proceso lo pueden iniciar los padres, pero varias comunidades autónomas permiten que lo hagan los propios menores. Se activa también por los profesores, aunque no están cualificados. ¿Y si los padres no quieren?
«En caso de que no haya acuerdo entre la familia del menor y el centro educativo con respecto a la valoración de la situación, la dirección informará a la Inspección y valorará la existencia de una posible situación de riesgo o desamparo», dice el protocolo de Cataluña. «En caso de que alguno de los representantes legales se oponga, la dirección pondrá en conocimiento de los servicios sociales la no coincidencia en el planteamiento de abordaje del caso del menor en situación de transexualidad», indica el elaborado por Navarra.
Castilla-La Mancha afirma: «En caso de que los responsables legales muestren señales de no respetar la identidad sexual del menor, se pondrá en conocimiento del Servicio de Familia de la Consejería de Bienestar Social». Canarias contempla acudir a la Inspección «si el menor no tiene apoyo familiar en su decisión».
La mayoría de protocolos habla de que el colegio debe mediar con las familias y tratar de convencerlas, pero, si eso no da resultado, prevalecerá el «interés superior del menor». Así ocurre en Galicia, que contempla que el director del colegio tome «las medidas precisas» si «alguno de los representantes legales se opusiera» e incluso llega a hablar de que se activen los protocolos de atención al maltrato infantil «cuando en la actitud de la familia se detecten claramente indicadores de maltrato hacia la identidad de género del/de la menor».
Andalucía, Baleares y Aragón manifiestan en términos muy similares que se avisará a las autoridades de protección de menores «en aquellos casos en los que, a causa de la actitud de la familia hacia la identidad de género del alumno o alumna, se detectasen indicios de maltrato», fórmula también recogida por el País Vasco.
En la Comunidad Valenciana, «si la familia no reconoce la identidad expresada por el hijo o hija y se observa sufrimiento emocional o psicológico persistente», el director actuará «con determinación»: pedirá que actúe «la unidad de atención» y, «en casos extremos de no colaboración, y agotada la vía del diálogo», el colegio «procederá a la notificación a la consejería de protección de la infancia».
También Madrid contempla que, si los padres se niegan, «y cuando dicha negativa pueda causar un grave perjuicio al menor, deberá notificarse a los servicios competentes en materia de protección a la infancia», aunque en el Gobierno regional puntualizan que este protocolo va a ser revisado, en sintonía con la «profunda reforma» de la ley trans madrileña anunciada por Isabel Díaz Ayuso.
Ninguna otra de las 13 autonomías consultadas por El Mundo ha renegado de sus protocolos trans, a pesar de que las feministas de la Alianza advierten de que «están orientados a validar conceptos acientíficos».
Todos los protocolos son muy parecidos, independientemente del signo político de sus gobiernos. Incluso el de Murcia, aprobado por una consejera procedente de Vox, insta a que el docente «se dirija al alumno o alumna por el nombre que ha sido comunicado por él mismo o por sus representantes legales, tanto en las actividades extraescolares como en las extraescolares, incluidos los exámenes».
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Este respeto absoluto a la voluntad de los menores aquejados del trastorno trans también deberían aplicarlo, si fuesen consecuentes, a cualquier trastorno que pueda darse en la infancia y adolescencia, como por ejemplo, a la anorexia, que es la voluntad del menor de darle a su cuerpo una constitución distinta a la que tiene.
«En caso de que no haya acuerdo entre la familia del menor y el centro educativo con respecto a la valoración de la situación, la dirección informará a la Inspección y valorará la existencia de una posible situación de riesgo o desamparo», dice el protocolo de Cataluña.
Resulta gracioso, por no decir irritante, que esta gente hablen de “situación de riesgo o desamparo” cuando es precisamente su protocolo el que desampara a los menores y los abandona a su suerte frente a un trastorno mental que conlleva el riesgo de gravísimas secuelas para su salud, física y mental. Resulta espeluznante que lo que en realidad viene a prohibir este protocolo es que los padres cuiden y protejan a sus hijos menores de los daños a que puede llevarles su inmadurez.
Y todo porque el mundillo político dominante se ha impregnado de una ideología, la llamada “de género”, que es fruto del delirio irracional de una casta intelectual que desde sus puestos de mando universitarios quieren deconstruir a las personas para mejor controlarlas y satisfacer así su insaciable voluntad de poder. Los políticos que han perpetrado estos protocolos son los tontos útiles de siempre que colaboran, a sabiendas o ciegamente, con el poder del mal, algo que se ha dado repetidas veces en la historia humana, sin que los desastres del pasado nos sirvan de advertencia, con el agravante de que lo de ahora es peor que nunca, por mucho que lo disimulen con palabrejas biensonantes y bienpensantes, como democracia, derechos, inclusión, diversidad, y demás bla, bla, bla al uso.