El fallecimiento del Papa Francisco, que Dios tenga en su gloria, ha dado lugar a múltiples y notables opiniones que, como sucediera con sus antecesores, invitan a inevitables controversias. Pues en todo papado, donde unos encuentran luces, otros alumbran sombras.
Lo que sorprende es que el debate público que siempre secunda la muerte de un Papa, en esta ocasión, esté siendo colonizado por personas tan ajenas a la Iglesia, como visceral y radicalmente contrarias a lo que esta representa.
En esta corriente de panegíricos, no pasan desapercibidos los rendidos elogios que han tributado a Francisco el etarra Arnaldo Otegi, el golpista Oriol Junqueras, los ultras Pablo Iglesias, Ione Belarra, Yolanda Díaz, el no menos liberticida Félix Bolaños y, cómo no, Pedro Sánchez, quien, pese a su apología franciscana, no ha tenido a bien acompañarle en su sepelio, tal vez pensando que una cosa es linsojear, al modo en que uno rinde un brindis al sol, y otra bien diferente, contaminarse de incienso eclesial.
La alabanza de los cristianófobos al Papa
Allende nuestras fronteras, el Papa argentino ha encontrado también exaltados aplaudidores, léase Nicolás Maduro -asesino de su pueblo-, el hipercorrupto Lulo da Silva, o Evo Morales, expresidente de Bolivia, y hoy en situación de busca y captura por pederastia. Incluso, el tirano nicaragüense, Daniel Ortega, cuyos crímenes han sido condenados por la ONU, y a cuyo régimen el propio Francisco tildó de “dictadura grosera”, se ha apresurado a lamentar públicamente su muerte.
De los elogios que esta gente tributa a Francisco, fluyen de manera recurrente, como atributos dignos de su admiración, el “aperturismo”, la vocación “reformista” o la atención a los “sectores más vulnerables”, de la que siempre hizo gala el argentino.
Pretenden con ello, y así lo resaltan, poner en valor su carácter “progresista”.
Se trata de conceptos, o, mejor dicho, de etiquetas, que buscan, en todo caso, oponer, dividir y enfrentar a la Iglesia, del mismo modo en que antes lo han hecho con una sociedad a la que ellos, y solo ellos, han contribuido a polarizar hasta extremos insoportables.
Este acentuado afán maniqueísta, que disocia el mundo entre buenos -ellos mismos-, y malos -todos los demás-, se percibe en todo su etiquetado. Cuando ensalzan el tenor progresista y social de Francisco, lo oponen al “ultraconservadurismo antisocial” de sus antecesores.
Lo mismo sucede cuando enaltecen el reformismo y el aperturismo del Papa argentino. Pues con ello, sugieren la cerrazón reaccionaria que caracterizó a Juan Pablo II y Benedicto XVI. El uno, Francisco, es el Papa bueno, y los otros en cambio, los Papas malos, los villanos de su peli en blanco y negro.
Convenimos en que Francisco ha sido en efecto, un Papa social. Pero como también lo fueron Benedicto XVI o Juan Pablo II, quien escribió no una, sino tres encíclicas de enorme hondura social: Laborem Exercens (1981), Sollicitudo Rei Socialis (1987) y Centesimus Annus (1991), esta última -es preciso recordarlo- en honor a Rerum Novarum, promulgada por Leon XIII un siglo antes.
O sea, que hace más de ciento treinta años, cuando las malsanas ideologías socialista y comunista, en nombre de la igualdad, comenzaban a cometer crímenes, ya había Papas que se preocupaban de verdad por los más necesitados. Y es que la Iglesia jamás se ha olvidado de ellos.
No nos llamemos a engaño; progresismo, aperturismo, reformismo… son todas ellas etiquetas que, de tan manoseadas, dependiendo de quien las pronuncie, pueden significar lo uno y su contrario.
Si progresismo deriva de progreso, y por progreso entendemos avances, pocos renunciarían a ser progresistas. Ahora bien, si por progresismo concebimos a la gente mencionada hace unas líneas, la corrupción del significado progresista se hace evidente.
Sus acciones cobran voz propia: desde que el sanchismo se apoderó de España, ha propuesto eliminar la mención de la Iglesia de la Constitución y acabar con 45 años de acuerdo educativo con el Vaticano; su persecución de la enseñanza concertada, antes por católica que, por concertada, denuncia su sectarismo.
El sanchismo se ha comprometido a retirar este mismo año del código penal las ofensas contra los sentimientos religiosos. En ejecución de la mal llamada ley de memoria democrática, ha procedido al derribo de cientos de cruces en toda España.
Promueve la cultura de la muerte hasta límites inimaginables: no solo aboga por calificar el aborto como un derecho humano, sino que persigue, por ley, creando listas negras, a los médicos que se niegan a practicar abortos.
También por ley persigue, por considerarlos acosadores, a quienes rezan en las cercanías de los abortorios. Asimismo, ha aprobado la eutanasia. La vida de los más vulnerables entre los vulnerables, gracias a la ultraizquierda que alaba a Francisco, hoy no vale nada. Y, por si esto fuera poco, todas sus leyes ideológicas presentan como hilo conductor un feroz e indiscriminado ataque contra la familia.
No lo hacen por amor a la Iglesia, sino porque la odian
Esto es lo que los autoproclamados progresistas entienden por progreso. Como vemos, quienes ahora ensalzan a Francisco no lo hacen por amor a la Iglesia, a la que odian.
Tampoco por amor a Francisco que, en cuanto Papa, se sitúa a la cabeza de esa Iglesia a la que odian. La papolatría de este izquierdismo trasnochado casa mal con su esencia cristianofóbica. De hecho, resulta tan impostada que chirría.
Es evidente que no admiran al Papa Francisco, que tan solo lo utilizan con fines ideológicos.
Recortan su obra, desechan lo que les molesta, y se quedan, previo sesgo, con lo que les conviene. Cuando enaltecen al Papa, tratan de hacernos ver que era uno de los suyos. Pero lo afirman en aras de politizar a la Iglesia; son conscientes de que, politizándola, la dividen, y de que, dividiéndola, la destruyen, que es su fin último e inconfesable.
No cometeremos el error de la papolatría. Como decía el cardenal Newman: “en caso de verme obligado a hablar de religión en un brindis de sobremesa beberé por el Papa con mucho gusto. Pero primero por la conciencia, después por el Papa”.
Es un hecho que Francisco ha contribuido, en gran medida, a la politización que se le atribuye. A modo de ejemplo, cuando al principio de su pontificado confesó que no era de derechas, debió apostillar que tampoco era de izquierdas. Hubo quien vislumbró en dicha omisión una declaración de intenciones. Y es que el Papa, por el hecho de ser el Papa de todos los católicos, debe resistirse a las tentaciones que el mundo le tiende.
Debe sobreponerse a sus cantos de sirena, rechazando cualquier etiqueta susceptible de parcializar su pontificado. Debe situarse por encima de toda categoría política que facilite su asignación a partidismos indeseados, por no decir, indeseables. Pero, por encima de todo, dado que la palabra de Dios es escandalosa, debe escandalizar al mundo dándola a conocer, en lugar de acoger el discurso de ese mundo que hace escandalizar la Verdad.
El papado de Francisco adolece de sombras, es cierto. Pero arroja también muchas luces que han de ponerse en valor, como lo fue su firmeza, y es solo un ejemplo, en defensa de la vida. Recordemos que calificó a los abortistas como sicarios que se quieren quitar un problema. Sus palabras no inducen a la duda.
Si obramos en justicia, hemos de concluir que su figura trasciende, y mucho, de ese Papa rojo, etiquetado y pasado por formol que, a modo de caricatura, tratan de vendernos la ultraizquierda política y sus satélites mediáticos, algunos presuntamente eclesiales.
Como católicos, con independencia de cuales sean nuestras posiciones políticas, tenemos la obligación de denunciar que, por parte de las izquierdas, se está produciendo una apropiación indebida del Papa, y que, a través de esta apropiación indebida, tratan de apropiarse, también de forma indebida, de la Iglesia.
No podemos mirar para otro lado, como si no fuera con nosotros. Si lo hiciéramos, aun por omisión, estaríamos dejando a nuestra madre en manos de las hienas. ¿Qué buen hijo obraría de esta forma?
7 Comentarios. Dejar nuevo
fue Francisco quien se apropió de la izquierda
Lo que esconden bajo su alfombra ideológica quienes embalsaman y momifican a su gusto al Papa Francisco.
Entrevista al Papa Francisco (16-10-2023)
“A veces cuando me escuchan decir las cosas que escribí en las encíclicas sociales, dicen que el Papa es comunista. No es así. El Papa agarra el Evangelio y dice lo que dice el Evangelio.”
https://www.eldiarioar.com/mundo/papa-francisco-no-comunista-dicen_1_10603140.html
Papa Francisco
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
EVANGELII GAUDIUM
“Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo. Frecuentemente, para ridiculizar alegremente la defensa que la Iglesia hace de sus vidas, se procura presentar su postura como algo ideológico, oscurantista y conservador. Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno. La sola razón es suficiente para reconocer el valor inviolable de cualquier vida humana, pero si además la miramos desde la fe, «toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como ofensa al Creador del hombre»
De un Papa se espera que defienda la fe con razones y argumentos como hacía S.S.Benedicto XVI, no que de vez en cuando suelte algo católico para calmar las conciencias.
No me parece que el Papa Francisco haya dicho nunca algo que no sea católico.
El Papa Francisco no se merece ni los elogios del izquierdismo farisaico, ni las críticas del catolicismo puntilloso.
Hay que leerle y escucharle entero. Entonces es solo luz, como la de su sonrisa. Las sombras, si las hay, son las que su luz produce sobre la dura opacidad de quienes le escuchan. Hay quien denuncia que ha creado confusión. ¿No será más bien que la confusión surge de quienes se confunden porque se atienen tanto a la letra que no captan el espíritu?
Cuando hay que diferenciar entre «letra» y «espíritu» es que la letra no es católica, y hay que salvarla con interpretaciones retorcidas.
No, señor Diógenes, los católicos no somos imbéciles cuando no «captamos el espíritu». Mejor decir que sus palabras eran confusas, algo que no es aceptable de un supuesto Papa, a decir que se expresaba con claridad, que sería mucho peor. Francisco se dejaba utilizar por la izquierda, en particular, y por los poderosos del mundo, en general contra la propia Iglesia.
Que los poderes del mundo, del lado que sea, hayan utilizado al Papa Francisco no implica que él se haya dejado. Lo único que está claro es que estos poderes han conseguido lo que pretendían: crear división y confusión entre los católicos. La culpa no es del Papa Francisco, sino de quienes se dejan confundir y de quienes se equivocan de enemigo y arremeten contra el papa Francisco en vez de contra dichos poderes.
En el bien entendido de que no equiparo al Papa Francisco con Jesús de Nazareth, me permito recordar que Jesús también creó confusión y malentendidos, porque incluso sus discípulos se atenían a la letra y no al espíritu de lo que predicaba. Y que se dejó manipular hasta la muerte por los poderes del mundo para que resplandeciese la Verdad. Releamos el parlamento del papa Francisco anterior a su bendición Urbi et Orbe de la Pascua de Resurrección, la mañana anterior a su fallecimiento, y veamos si hay algo en sus palabras que no sea católico o que oscurezca la verdad del Evangelio.