La Iglesia Católica se aproxima a la elección de un nuevo sucesor de Pedro en un contexto complejo y exigente. El pontificado de Francisco, marcado por una renovada sensibilidad pastoral, el acercamiento a las periferias y el impulso al diálogo, ha dejado también tensiones doctrinales y reformas incompletas y no siempre exentas de críticas.
En este escenario, surge la pregunta crucial: ¿qué perfil debe tener el próximo Papa? Esta será la gran tarea del Cónclave que empezará el 7 de mayo de 2025.
Más allá de las preferencias personales o de los acentos pastorales, una convicción resulta fundamental: el nuevo Papa deberá ser un hombre profundamente consciente de que lidera una obra de dos mil años, viva y universal, que no le pertenece, sino que le ha sido confiada. En un tiempo en que las grandes organizaciones internacionales se desdibujan —la ONU, las antiguas internacionales comunistas, democratacristianas o socialdemócratas—, solo la Iglesia Católica permanece como una institución global con vocación de mandato universal. Su sostén además es distinto a todas ellas porque no está guiada por los intereses humanos de cada momento histórico, sino por su fidelidad a Cristo.
El próximo pontífice deberá conservar la calidez pastoral que tantos reconocen en Francisco, pero deberá también reforzar la continuidad con la Tradición y el Magisterio.
No se trata de un apego inmovilista, sino de reconocer que la vitalidad de la Iglesia a lo largo de los siglos no proviene de mimetizarse con los cambios del mundo, sino de transformarlo desde el Evangelio. La tentación de «parecerse al mundo» —en realidad, a un mundo occidental en crisis de identidad— ha sido fatal para las iglesias reformadas, que, al intentar reproducir las modas culturales dominantes, han acelerado su declive.
La Iglesia Católica no puede recorrer el mismo camino. No necesita del “democratismo” o el asambleísmo para gobernarse, sino, sobre todo, ser ella misma, cumplir con su ley de desarrollo como señala el cardenal Newman en una de sus obras más decisivas: Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana, publicada en 1845, justo en el momento decisivo de su conversión al catolicismo. En ella escribe:
“Un desarrollo auténtico preserva la identidad del principio original, al tiempo que le permite desplegar sus implicaciones con mayor claridad y riqueza”. Y también: “Un desarrollo legítimo preserva el tipo, mantiene la continuidad de principios, y guarda la misma finalidad que estaba presente desde el principio”.
Por ello, el nuevo Papa necesitará ser un líder pastoral que escuche y acoja, sí, pero también un gobernante firme que confirme a sus hermanos en la fe y la mantenga en la unidad, la caridad y la claridad. Deberá ejercer una comunicación cercana, pero disciplinada; una reforma interna de la curia, la gran tarea pendiente de Francisco, a pesar de que fue elegido sobre todo para ello, que sane sin dividir; una diplomacia capaz de tender puentes sin ceder en los principios, ni ser subsidiaria de los poderes políticos por fuertes que sean.
Será necesario, además, reforzar el magisterio doctrinal. La claridad no es un lujo, es una necesidad pastoral urgente en una época marcada por el relativismo y la confusión antropológica. El nuevo Papa deberá hablar al mundo con la sabiduría de la Tradición y el coraje de la profecía cristiana.
La Iglesia no puede permitirse perder su identidad para ganar relevancia efímera. Su vocación es otra: ser levadura en la masa, no espejo del mundo. El próximo Papa tendrá ante sí la inmensa tarea de conservar la fidelidad a la misión recibida, al mismo tiempo que impulsa la renovación que la evangelización del siglo XXI exige.
No será fácil. Y es sano mantener una prudente dosis de realismo. Pero también es legítimo esperar y rezar para que, una vez más, el Espíritu Santo suscite un líder que, anclado en la verdad perenne del Evangelio, conduzca a la Iglesia por el camino de la unidad, la misión y la esperanza.
El próximo Papa tendrá ante sí la inmensa tarea de conservar la fidelidad a la misión recibida, al mismo tiempo que impulsa la renovación que la evangelización del siglo XXI exige Compartir en X