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Hablar de la muerte a nuestros hijos: una lección tras la partida del Papa

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La noticia del fallecimiento del Papa Francisco se ha colado en los hogares de millones de personas en todo el mundo, afectándolas de una otra manera. Entre esos millones de personas están también nuestros hijos.

Al escuchar en casa, en la escuela o en los medios que el Papa Francisco ha muerto, habrán surgido en los niños preguntas inevitables: ¿dónde está ahora el Papa?, ¿qué pasa cuando uno muere? y si ya ha muerto alguno de sus abuelos, relacionarán estos acontecimientos, a su manera: el Papa irá con el abuelo, ¿o la abuela?…

Estas preguntas que, aunque a veces no verbalizan, siempre se preguntan, son una ocasión única para educar sobre la vida. La muerte, esa realidad la cultura dominante de hoy trata de ocultarnos, disfrazar o trivializar, es parte ineludible de la vida y sólo desde la fe, encuentra su verdadero sentido.

Pero para poder hablarles de la muerte a nuestros hijos, es indispensable que nosotros mismos ya hayamos recorrido ese camino de aceptación y esperanza. No podemos transmitir una mirada cristiana sobre la muerte si no la hemos asumido en nuestro interior, ese es el primer paso: reconciliarnos con nuestra propia visión de la muerte, pedir luz al Señor y dejarnos transformar por la esperanza cristiana que nos da Cristo resucitado.

El silencio temeroso de muchos padres

Muchos padres sienten temor al hablar de la muerte con sus hijos. Temen herir su sensibilidad, entristecerlos o, simplemente, no lo hacen porque no saben qué decirles.

En una sociedad que abomina del sufrimiento, que ha trasladado los campos santos colindantes de las iglesias rurales a las afueras de las ciudades, los velatorios en casa a los crematorios en los polígonos, que ha convertido el proceso natural de la muerte, en definitiva, en un tabú o en un mero fenómeno biológico, resulta comprensible esa dificultad.

Sin embargo, los niños perciben mucho más de lo que creemos. La muerte les interpela, les genera preguntas profundas, y necesitan una guía que les ayude a integrar esta realidad en su visión del mundo y de su propia biografía.

Si no somos nosotros quienes iluminemos esas zonas de sombra, corremos el riesgo de que otros les presenten la muerte como un fin absoluto, como un experiencia vacía de trascendencia, o como un acontecimiento cruel de un Dios indiferente al  sufrimiento humano.

La muerte desde la fe: decir la verdad con amor

Hablar de la muerte desde la fe implica llamar a las cosas por su nombre, pero con la ternura del amor, hablar con claridad y con caridad. No se trata de dar explicaciones frías o teóricas, y mucho menos de asustarles, sino de ayudar a nuestros hijos a mirar la muerte con los ojos de Cristo.

Morir no es desaparecer, ni dejar de existir: es partir hacia la Casa del Padre. Hace algunos años todos tuvimos un nacimiento inconsciente a esta vida. La muerte es un nacimiento consciente a la nueva vida, la eterna. Es encontrarse con Aquel que nos creó por amor y nos espera con los brazos abiertos.

Podemos hablarles de la inmortalidad del alma, del Cielo, del purgatorio, de la necesidad de rezar por los difuntos, de la comunión de los santos… siempre con la esperanza en la resurrección, con la certeza de la vida eterna. Y como tantas otras veces, debemos hacerlo con nuestro propio testimonio, con nuestra propia esperanza, que se expresa también en el modo en que hemos vivido la muerte de personas queridas. También ahí, ¡sobre todo ahí! ellos nos observan.

El hogar: lugar privilegiado para hablar de la muerte

La familia es el primer lugar donde los niños descubren el sentido de la vida y de la muerte. Por eso, es importante que en casa no ocultemos esta realidad. Rezar por los difuntos, visitar cementerios, recordar a los abuelos fallecidos, ofrecer pequeñas penitencias por las almas del purgatorio, tener una foto del Papa y encender una vela en su memoria… son gestos concretos que enseñan más que mil palabras.

Educarles sobre la muerte con la pedagogía de la esperanza en la resurrección, es educarles sobre la vida eterna.

Es mostrarles que nuestra vida no termina en este mundo, sino que se abre a la plenitud en Dios.

Educar para la vida eterna

La muerte del Papa Francisco puede ser, para nuestros hijos, una primera experiencia de duelo más o menos lejano, pero significativa. Aprovechemos esta ocasión para sembrar en ellos una semilla de eternidad. Enseñémosles que la fe no nos libra del sufrimiento, del dolor, pero le dota de sentido y así es posible estar tristes y esperanzados al mismo tiempo y que amar es también saber despedirse confiando en el reencuentro.

Cinco consejos prácticos para hablar de la muerte a nuestros hijos:

  1. Habla con serenidad y fe: Tus hijos necesitan escuchar la verdad con ternura, no con miedo ni evasivas. Adapta tu mensaje a su edad, pero no les mientas. Enséñales que la muerte no es un final absoluto, sino un paso hacia la vida eterna.
  2. No ocultes la muerte ni la disfraces: Usa palabras claras, sin eufemismos, adaptadas a su edad. Habla del encuentro con Dios como el destino último del hombre.
  3. Reza con ellos por el Papa y por los difuntos de la familia: Educa en la comunión de los santos. Explica el valor de la oración por las almas del purgatorio Involúcralos en actos concretos de caridad espiritual, como ofrecer sacrificios y oraciones por quienes han partido.
  4. Usa signos visibles: Una vela encendida, una imagen del Papa, un pequeño altar, un dibujo con oraciones. La fe se expresa mediante signos sensibles que expresan verdades invisibles en momentos como el fallecimiento de un ser querido.
  5. Habla del Cielo como una realidad gozosa: No como un consuelo simbólico, sino como un destino verdadero. No evites hablar del juicio particular, pero siempre en clave de misericordia y amor de Dios. Que sepan que la salvación es un don ofrecido por Cristo a todos. Habla del purgatorio con claridad, pero con esperanza.

Si la fe es la mejor herencia que podemos dejar a nuestros hijos, enseñarles a mirar la muerte con esperanza es uno de los mayores regalos que podemos ofrecerles. Porque solo quien sabe morir, sabe verdaderamente vivir.

Muchos padres sienten temor al hablar de la muerte con sus hijos. Temen herir su sensibilidad, entristecerlos o, simplemente, no lo hacen porque no saben qué decirles Compartir en X

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