En la fiesta del martirio de San Juan Bautista leí el comentario al Evangelio del día de Don José Fernando Rey Ballesteros, párroco de la iglesia de San Bernabé, en El Escorial. Todos los días leo sus comentarios, pero hay días que me interpelan más que otros. El de la fiesta del 29 de agosto no es que me interpelara de forma diferente, es que produjo en mí una suerte de vuelco interior.
No, mi vida no ha cambiado de un día para otro, no hay un antes y un después a esa lectura. Digo que me produjo un vuelco interior porque no sé definirlo de otra forma y creo que es la metáfora que más se acerca. Quizá, si lo explico desde el punto de vista del coaching, disciplina en la que me formé hace unos años -y que tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, pero no voy a entrar ahora en eso-, lo que me produjo esa lectura fue un cambio de observador.
Los que estén familiarizados con el coaching me entenderán perfectamente. Para los que no lo estén, un cambio de observador se puede explicar como una suerte de reacción que se produce en el coachee (la persona que se somete al proceso de coaching) cuando, a través de las preguntas del coach, descubre algo que no había conseguido descubrir hasta el momento, algo que él siempre había visto de una manera determinada y de pronto (o más bien a través de un proceso, pero en un momento determinado se produce ese cambio, ese fenómeno de ¡eureka!) descubre que puede ser de otra. Eso es, más o menos, lo que me ocurrió ese día leyendo, y después meditando, las palabras de Don Fernando.
En concreto, lo que produjo mi cambio de observador fue lo siguiente:
“Es muy hermoso, y muy romántico, si queréis, el ejercicio de abandonarse en manos de Dios. Pero estar a merced de una arpía, una frívola y un lascivo, y creer que Dios está ejerciendo su providencia a través de ellos no es tan fácil. No es lo mismo ser conducido por un ángel que encadenado y decapitado por un borracho. Eso es muy duro, es la puerta estrecha de la Cruz, la prueba suprema de la fe. (…) No te abandonas del todo en manos de Dios hasta que no te ves en manos de un idiota y rezas: hágase tu voluntad, no la mía”.
Esa forma de ver el abandono en Dios produjo en mí un vuelco, porque yo nunca había entendido el abandono en Dios de una manera tan radical. Una maestra del abandono es Santa Teresita del Niño Jesús, Teresa de Liseux. En su Historia de un alma, Santa Teresita muestra el camino de infancia espiritual para llegar al Cielo. El “truco”, permítaseme la expresión, es abandonarse en las Manos de Dios y dejar que Él nos lleve en volandas. Se trata de dejarle hacer a Él, que es el que sabe. Como los niños pequeños, que dejan hacer a sus padres, porque son los que saben y los que pueden. Leí hace ya años este libro, y en él no logré ver -no sé si lo descubriría si ahora lo vuelvo a leer- esa visión tan… para mí tan fuerte, de lo que supone abandonarse en la Divina Providencia, como lo muestra Don Fernando Rey.
Juan el Bautista es asesinado en la cárcel por el capricho de Herodías, la superficialidad de Salomé y la lujuria de Herodes. Siempre que leo el Evangelio que narra su martirio siento un desgarro. ¡Qué manera tan brutal y tan injusta de morir! Sin embargo, Rey Ballesteros, sin negar esa brutalidad, nos propone otra forma de verlo.
Don Fernando me invita a ver cómo Dios me cuidaba cuando, en el colegio, siendo yo muy tímido, otros niños se metían conmigo, me insultaban y hasta me tiraban piedras. Don Fernando me invita a ver cómo Dios nos cuidaba durante aquella pandemia que acabó con tantos de nuestros mayores y nos obligó a encerrarnos en casa. Don Fernando me invita a ver cómo Dios ejerce su Providencia cuando, este verano, cientos de miles de hectáreas de bosque eran arrasadas en España, muchas personas perdían sus casas y sus posesiones, y algunas incluso sus propias vidas. ¡Qué duro! Qué duro y qué difícil.
Resulta hasta cierto punto fácil -no lo es, pero espero que me entiendan- abandonarse en manos de Dios cuando ello no supone entrar en terrenos tan oscuros como los ejemplos anteriores. Sin embargo, cuando la naturaleza se desboca y parece que Dios no está, cuando las guerras -¡o el aborto!- matan a cientos de miles de inocentes y Dios no actúa, cuando unos padres jóvenes pierden a su único hijo por una cruel enfermedad… entonces no es tan fácil ni tan bonito ver la Providencia de Dios detrás. Y sin embargo, es lo que se nos pide.
El cristianismo no es un camino de rosas. El cristianismo supone enamorarse de una persona que venció a la muerte -una muerte mucho más injusta y cruel, si cabe, que la de su predecesor, Juan Bautista- y seguirle hasta las últimas consecuencias, aunque esas consecuencias no nos gusten. Supone fiarnos de Él con los ojos cerrados, dejarle actuar, o callar cuando parece callar, y aceptar, aunque no lo entendamos, que todo es para bien y que siempre nos cuida aunque parezca dormir.
Eso, y no otra cosa, es el abandono, y yo, hasta que leí las palabras de Don Fernando no lo había logrado entender en su más profunda dimensión. Eso, entre otras cosas, es tomar la cruz de cada día, eso es entrar por la puerta estrecha que lleva hacia el Cielo.
Por esos días leía yo el diario espiritual de Jacques Fesch, “Dentro de cinco horas veré a Jesús”. En dicho diario, su autor, condenado a morir guillotinado por matar a un policía al huir de un atraco, narra su conversión, y cuenta, dirigiéndose a su pequeña hija Veronique, su día a día en la prisión. Sus palabras, que llegan a lo más hondo de un corazón medianamente sensible, son un ejemplo vivo de ese grado de abandono que he tratado de describir más arriba al aceptar, y no solo aceptar, sino ver como algo bueno, su ejecución inminente, abandono que, con muchas menos palabras y de forma magistral, describe Don Fernando Rey en su comentario a la narración del martirio de San Juan Bautista.
Ojalá llegáramos todos a adquirir la capacidad de vivir así, como San Juan, como Santa Teresita, como Jacques Fesch (cuya causa de beatificación, por cierto, fue abierta hace ya unos años, en 1993). Estoy convencido de que el mundo tomaría un derrotero muy diferente al que tiene ahora mismo.
Esa forma de ver el abandono en Dios produjo en mí un vuelco, porque yo nunca había entendido el abandono en Dios de una manera tan radical Compartir en X









