Occidente atraviesa una de las crisis más profundas de su historia. La gran «bóveda» que durante siglos unió las dos tradiciones fundamentales —la sabiduría grecolatina y la fe de Israel, transfiguradas por Cristo— se está desmoronando. Esa bóveda, símbolo de una civilización cristiana que dio sentido, orden y belleza a nuestra historia, se resquebraja hoy frente al avance de un mundo desvinculado de sus raíces. Y con ella, también se tambalean los fundamentos de nuestras sociedades: la familia, la comunidad, la verdad, el bien común.
Como recordaba Benedicto XVI, «una sociedad en la que Dios está ausente, una sociedad que no lo conoce ni lo considera, es una sociedad que pierde sus criterios» (Discurso en Friburgo, 2011). Eso es exactamente lo que nos sucede: al cortar los vínculos con Dios, hemos perdido los criterios para distinguir el bien del mal, el hombre de la mujer, la verdad de la mentira. Y al caer la bóveda, caen también los muros que nos protegían.
Una bóveda que sostuvo al mundo
Nuestra civilización nació de una unión milagrosa: la razón griega, con su búsqueda de la verdad y la belleza, y la fe de Israel, con su revelación del Dios único, se encontraron en Cristo. Esa fusión, que parecía imposible, creó el mundo cristiano, capaz de construir no solo catedrales y universidades, sino también leyes justas, familias sólidas y comunidades vivas. Como decía San Juan Pablo II, «la fe y la razón son como las dos alas con las que el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad» (Fides et Ratio, 1).
Pero hoy esa bóveda está siendo destruida por una cultura que niega sus propios cimientos. Se promueve una sociedad sin Dios, sin verdad, sin naturaleza humana, donde el deseo personal se convierte en el único criterio. La consecuencia es devastadora: sociedades desintegradas, familias rotas, natalidad en caída libre y generaciones sin propósito. Europa, la cuna de esa civilización, se ha convertido en un continente envejecido y cansado, incapaz de transmitir la vida y la fe.
Las fuerzas que socavan la bóveda
Este proceso de destrucción no es casual. Ha sido impulsado por la alianza entre dos ideologías poderosas: el liberalismo globalista, que predica la desvinculación total del individuo respecto de cualquier comunidad o verdad, y la ideología de género, que niega las realidades fundamentales de la naturaleza humana. Juntas, estas fuerzas han capturado el poder político, cultural y mediático de Occidente, imponiendo una nueva ortodoxia que desprecia la fe cristiana, la familia, la maternidad, la masculinidad, la comunidad.
Hoy, el modelo de familia cristiana es ridiculizado o atacado. La maternidad es presentada como una carga, y la masculinidad como una «toxicidad» a eliminar. Pero sin hombres y mujeres que asuman su vocación al amor y al don de sí, «no hay futuro para la humanidad», como advirtió el Papa Francisco (Amoris Laetitia, 31).
La reacción popular: signo de una esperanza
Frente a este proceso devastador, han surgido movimientos que, aunque imperfectos, expresan el deseo profundo de millones de personas por recuperar el sentido perdido. Desde Estados Unidos, con rebrotes de cristianismo popular, hasta Europa, con nuevas fuerzas políticas que se rebelan contra la élite globalista, se percibe una reacción. Son voces que, aun sin una articulación plena, claman por un retorno a la verdad, al bien, al orden natural. Son «brasas que todavía arden», recordando la imagen evangélica: «No apagarán la mecha que aún humea» (Mt 12,20).
Pero falta una respuesta clara, firme, espiritual. La Iglesia, en su dimensión institucional, parece a menudo ausente de este gran debate Occidental. ¿Dónde está hoy la voz profética de la Iglesia? ¿Quién dice al mundo lo que necesita oír, y no lo que desea escuchar? San Pablo advertía: «Porque vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias» (2 Tim 4,3). Ese tiempo es ahora.
El desafío a los cristianos: reconstruir la bóveda
La situación es grave, pero no definitiva. La historia de Occidente nos muestra que, cuando todo parecía perdido, nuevas fuerzas surgieron. ¿Acaso no ocurrió así tras la caída de Roma? ¿Acaso no surgió un nuevo mundo cristiano gracias a la fe, el trabajo y la esperanza de santos y comunidades enteras?
Hoy, la llamada es para nosotros. No podemos esperar una solución mágica, ni que otros vengan a restaurar la bóveda que nosotros hemos dejado caer. Debemos empezar a reconstruirla desde abajo, desde nuestras familias, nuestras parroquias, nuestras comunidades. Como decía San Juan Pablo II: «¡No tengáis miedo! Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo» (Homilía de inicio de pontificado, 1978).
Reconstruir la bóveda significa volver a afirmar, sin miedo, las verdades que sustentan la vida: la dignidad de toda persona, la belleza del matrimonio y la familia, la diferencia y complementariedad entre hombre y mujer, el valor del sacrificio y del servicio, la centralidad de Dios en la vida humana. Significa también educar a nuestros hijos en la verdad, no en las mentiras del mundo. Significa levantar la cabeza, como dice Jesús: «Cuando veáis que todo esto comienza a suceder, erguidos y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación» (Lc 21,28).
Un nuevo comienzo, si somos fieles
Puede que estemos viviendo el final de un mundo, pero también puede ser el comienzo de otro. Todo dependerá de nuestra respuesta. La bóveda puede ser restaurada si hay quienes se atrevan a cargar de nuevo con sus piedras, a poner a Cristo como la clave de bóveda. «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles» (Sal 127,1).
Por eso, este tiempo de crisis es también un tiempo de gracia. Un momento en que Dios nos llama a purificar, a renovar, a reconstruir. No será fácil. Pero tampoco es imposible. Porque como nos recuerda San Pablo: «Todo lo puedo en Aquel que me fortalece» (Flp 4,13).
El hundimiento de la bóveda occidental no es solo un proceso histórico; es un desafío espiritual. Es la hora de los testigos valientes, de los constructores de sentido, de los santos de nuestro tiempo. Que no dejemos caer lo que tantas generaciones construyeron, y que, con la fuerza de Dios, podamos ver un nuevo amanecer.
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Es la hora de los testigos valientes, de los constructores de sentido, de los santos de nuestro tiempo. Que no dejemos caer lo que tantas generaciones construyeron, y que, con la fuerza de Dios, podamos ver un nuevo amanecer Share on X