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Sobre los dioses de la Tierra

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Los reyes fatuos nos gobiernan, como si fueran dioses que hacen con nosotros lo que les place… porque los elegimos y les dejamos hacer. Para “reinar”, ahora, hay que ser “laico”, y si no, na de na, que no te sales. Nosotros, laicos, pero ellos pueden permitirse ser racistas. Racistas, totalitarios y cosas por el estilo, o mucho peores.

Ya nos lo dicen los primeros versículos del Génesis: “Seréis como dioses”. Las mujeres de hoy y los hombres de siempre han caído por enésima vez. La primera caída puede que fuera “porque la serpiente me lo dijo”, pero con las segundas ya no hay excusa, ragazza, que te ha salido redonda la traición a tu propia dignidad.

Los dioses de la Tierra les cautivan y les impulsan a querer reinar, endiosados como van con la prepotencia del imberbe que comienza, el recién llegado que pretende todo el pastel creyéndose el anunciado mesías. Y así, se piensan que el pastel les pertenece, y son capaces de aplastar a su madre y hasta el propio pastel, incluso quedarse sin él, por solo reinar su minuto de gloria en la reunión de cabritos que van a por ti… como si fueran angelitos de algodón ecológico.

Cambio de agujas

Pero la realidad se les viene encima cuando menos se la esperan, tras la paciencia de aquel que señalaban por plebeyo con apoteosis, y les caen encima reunión, pastel e infamia. Pues llegan pavoneando aquella tarde y los niñatos mayores no les reciben ya como ayer, pues ahora se les ha metido en la mollera que quieren ser reyes también. Hay quien dice que es por tener una fe de niño malcriado, pero lo cierto es que no tienen fe en absoluto, pues se saben purria, vinagre descompuesto por contacto con el ácido con que su repentino darse el tono les precipita y les corrompe. Así, llegan los reyes, y ellos se hacen los dioses, y son los demonios. Son sueños infantiles que les trasmudan en ensueños con la petulancia adolescente que apacientan. ¡Veamos, a ver, adónde llegan!

Solo hay que tener fe en Dios. Y con Él y por Él, tener un corazón grande, una mente abierta y una voluntad firme, y decirse: “No puedo hacerlo todo, pero puedo hacer algo. Y lo que puedo hacer, lo haré”. ¡Y lo haces! Y −sorpresa, sorpresa−, acabas haciendo más de lo que creías que podías. Un minuto de aquí, uno de allá, un cuarto de hora, y otro… llegan a conformar el radiante día. Y, al llegar la noche, te sientes pletórico de minutos rejuntados, y te duermes soñando con los angelitos con la impaciente espera de atesorar los minutos del día siguiente, sabedor de que no puedes cambiar el mundo, pero sí puedes mejorarlo cambiándote tú. Porque sí, eres tú quien ha podido, pues ni los dioses de la Tierra ni los demonios del Infierno te han favorecido; yendo tú feliz, con el Dios omnipotente ibas.

…Y caen en el bidón de la hiel uno tras otro los reyes y los demonios, deshinchándose los pretenciosos −uno a uno y de mil en mil−, como caen los fuegos fatuos que parecían estrellas. Ya no les aplauden ni los insulsos que buscaban nereidas, y hasta los dioses mocosos les vomitan encima. Cuestión de dioses. Cuestión de demonios. Allí, abajo, el fuego del Infierno les abrasa. Y por encima de todo, el Dios de la Creación a ti te abraza. ¡Has vencido… triunfando!

Twitter: @jordimariada

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