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Tiempo de rupturas. ¿Quién reconstruirá lo derribado?

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El problema vital, la emergencia de nuestro tiempo, que  con el agravante de no estar bien diagnosticada como tal porque la alienación sexual se ha generalizado en una sociedad marcada por las adicciones, es que la concupiscencia en su plenitud se ha convertido en proyecto político por vez primera en la historia: es la sociedad desvinculada. En ella la política consiste en establecer la realización personal mediante la satisfacción de las pulsiones del deseo.  Este es el marco de referencia que explican el tipo de leyes que promueve la postizquierda, que ha resultado de la crisis terminal de la socialdemocracia, y del marxismo.

El deterioro primero de esta sociedad, su destrucción después se produce por un proceso ramificado de rupturas, que a su vez generan crisis que se acumulan y se extienden sin solución de continuidad. El progreso técnico, la expresión económica de la ciencia y la tecnología, consigue avances en términos de productividad y avances científicos, pero son incapaces de absorber en una medida suficiente los graves deterioros a medio y largo plazo, aunque pueden maquillar la realidad. En este estadio estamos situados.

Las grandes rupturas

Básicamente pueden conceptualizarse seis tipos distintos de estas grandes rupturas: moral, antropológica, cultural y educativa, de la injusticia social manifiesta, de la desvinculación política, y generacional.

Todas ellas tienen su origen en el eclipse de Dios en la vida social y pública, y en muchas de las vidas privadas. La cultura desvinculada está destruyendo a manos llenas las virtudes, entre ellas la humildad, pero sin esta condición el acercamiento a Dios resulta imposible. Es entonces cuando en el ser humano,  incapaz de gobernarse a si mismo, afloran las pasiones guiadas por la concupiscencia, el deseo desordenado y exacerbado de bienes y satisfacciones materiales, convertidos en políticas públicas, que rechazan la ley natural, la razón y el deber.

Pero lo singular de esta época es la primacía de la realización de todo deseo sexual, precisamente el impulso más primario por su animalidad, el más poderoso de todos, y esto es así porque la concupiscencia es un vicio propio del ser humano que se alimenta a la vez del impulso de la animalidad, y del deseo infinito propio del ser humano, que es lo que nos conduce a Dios, y que por la vía del deseo desordenado hace exactamente lo contrario.

De aquellas grandes rupturas y las crisis que generan deseo apuntar ahora a la primera de ellas.

Ruptura moral

La ruptura moral.  Como escribe MacIntyre en “Tras la Virtud”, poseemos en efecto simulacros de moral, continuamos usando muchas expresiones clave, pero hemos perdido -en gran parte sino enteramente- nuestra comprensión tanto teórica como práctica, de la moral (MacIntyre, 2007, 2 [14-15]). Vivimos una gran crisis moral, individual y social, manifestada en la dificultad para identificar el bien, lo justo y lo necesario, así como por la ausencia de valores compartidos sustituidos sin éxito por un alud de leyes de costoso o imposible cumplimiento. Nunca han existido tantas leyes para regular la vida individual y colectiva, tanto que incluso legisla lo que sucede dentro de los hogares. Nunca han existido tantas sanciones administrativa y penales, tantos sancionados, juzgados encarcelados, tantos jueces y fiscales; tantos policías. Es la mejor muestra de un fracaso, de una sociedad que dicta sin parar leyes que es incapaz de cumplir.

Todo ello está construyendo una sociedad anómica caracterizada por el menoscabo del sentido de la responsabilidad, el menosprecio y la pérdida de interés por la verdad, la imposibilidad de construir a largo plazo, porque rige el imperio de la gratificación inmediata. Esta tendencia deteriora la política democrática, y convierte las elecciones en una especie de mercado de ofertas, en lugar de un debate ordenado sobre el bien comun.

Las nuevas leyes y la cultura oficial reducen a un valor instrumental la vida humana, para suprimirla o  desvincularla de su base material, sea por la accion práctica, la vía genética, o la intelectual; el género como teoría que sienta jurisprudencia de estado de las identidades sexuales polimorfas. La consecuencia es evidente: estamos ante la crisis de identidad y de sentido de la vida del ser hombre y ser mujer. Pero sin hombres y mujeres, esposas y esposos, madres y padres, la sociedad y la economía es inviable.

Nunca han existido tantas leyes para regular la vida individual y colectiva, tanto que incluso legisla lo que sucede dentro de los hogares. Clic para tuitear

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